Diego de Tejada y Laguardia

«Aquí yace el Ilmo. Sr. D. Diego de Tejada y Laguardia, natural de este lugar de Galilea, Beneficiado de Ocón, Colegial Mayor del Viejo de San Bartolomé de Salamanca, Canónigo Magistral de las Santas Iglesias de Santo Domingo de la Calzada y  Murcia, Obispo de las de Ciudad Rodrigo y Pamplona.  En el año 1660 casó a los señores Reyes de Francia Luis XIV y María Teresa de Austria. En el 61 la majestad de Felipe IV lo hizo Virrey y Capitán General del Reino de Navarra. En el 1663 ascendió al Arzobispado de Burgos, de donde en el de 64 vino a los Baños de Arnedillo y habiéndole probado mal, se retiró a su casa de este lugar donde murió el día del Seráfico San Buenaventura 14 de julio de dicho año y ese día le dieron también los cargos dichos, habiendo vivido 53 años. Mandose depositar en la capilla del Santo Cristo de esta iglesia. Pero su sobrino, el Ilmo. D. Juan José de Tejada lo colocó aquí para eterna memoria, quien también yace en este sepulcro.»

Este “curriculum vitae”, grabado por mandato su sobrino D. Juan José de Tejada y Gracia, en el frontispicio del arcosolio construido bastante después de su muerte en la capilla de El Pilar de la iglesia de Galilea, viene a resumir la vida de este ilustre paisano que si no hubiera muerto a una edad temprana, bien pudiera haber alcanzado las más altas cotas en el escalafón cardenalicio de aquella España culta y esplendorosa que le tocó vivir.

“Aquí yace el Ilmo. Sr. D. Diego de Tejada y Laguardia, natural de este lugar de Galilea, Beneficiado de Ocón, Colegial Mayor del Viejo de San Bartolomé de Salamanca, Canónigo Magistral de las Santas Iglesias de Santo Domingo de la Calzada y  Murcia, Obispo de las de Ciudad Rodrigo y Pamplona.  En el año 1660 casó a los señores Reyes de Francia Luis XIV y María Teresa de Austria. En el 61 la majestad de Felipe IV lo hizo Virrey y Capitán General del Reino de Navarra. En el 1663 ascendió al Arzobispado de Burgos, de donde en el de 64 vino a los Baños de Arnedillo y habiéndole probado mal, se retiró a su casa de este lugar donde murió el día del Seráfico San Buenaventura 14 de julio de dicho año y ese día le dieron también los cargos dichos, habiendo vivido 53 años. Mandose depositar en la capilla del Santo Cristo de esta iglesia. Pero su sobrino, el Ilmo. D. Juan José de Tejada lo colocó aquí para eterna memoria, quien también yace en este sepulcro.”

Quienquiera que haya visitado alguna vez la capilla levantada en honor a la Virgen del Pilar, en la iglesia parroquial de Galilea, habrá tenido la oportunidad de leer esta inscripción en el arcosolio del Arzobispo D. Diego de Tejada y Laguardia.  Este “curriculum vitae”, grabado por mandato su sobrino D. Juan José de Tejada y Gracia, tuvo siempre, para quien esto escribe, un halo de misterio cada vez que visitaba dicha capilla, desde los tiempos de su infancia.

Sin embargo, ha tenido que pasar mucho tiempo para que, obligado por el momento cultural que vive nuestra localidad [1], y dándose una serie de circunstancias favorables para la investigación de su vida, asuma el reto de acudir a cuantos escritos, inéditos o publicados, hagan referencia a nuestro prelado con el único propósito de darlo a conocer a sus paisanos, las gentes de Galilea,  que secularmente han olvidado a este ilustre personaje, posiblemente por que lo único conocido de él era la inscripción que al principio refiero y que, además, es parcialmente inexacta e incompleta, (por ejemplo: vivió 55 años y no 53 como dice la inscripción; fue nombrado virrey de Navarra en el año 1663 y no en el 61) como veremos más adelante.

Para recabar toda esta información me he apoyado en dos personas que han sido claves para componer esta biografía. En primer lugar el escritor navarro D. José Goñi Gaztambide, autor de la obra “Los Obispos de Navarra”, que desde el primer momento de mi contacto con él todo fueron facilidades para la remisión y asesoramiento de cuanta información le solicité; y sobre todo por su autorización de usar “epítetos o párrafos enteros” de lo escrito sobre nuestro obispo en su vasta obra. No cabe duda de que sin su ayuda esta biografía nunca hubiera podido ser escrita.

En segundo lugar a D. Matías Sáez de Ocáriz, sacerdote del Archivo Diocesano de Logroño que me informó de los caminos a seguir para obtener cuantos datos fueran posibles para la redacción de este libro así como de su metodología.  Siempre me animó a realizar este trabajo a pesar de las dificultades que supone para alguien no iniciado en un evento de esta magnitud, como es mi caso.

Deseo acabar esta introducción manifestando que, al escribir este libro, sólo me han guiado dos razones: de interés personal, una, al desvelar la vida y obra de un personaje irrepetible en la historia de nuestro pueblo del que siempre me interesó conocer su pasado.  De otra, hacer justicia con él, dando a conocer a mis paisanos, y a cuantos deseen acercarse a este libro, la importancia que tuvo en su tiempo y que, de haber vivido algunos años más, no cabe ninguna duda de que hubiera llegado a vestir el capelo cardenalicio en aquella España culta y esplendorosa de la mitad del siglo XVII.

[1]  Téngase en cuenta que esta biografía se comenzó a escribir en el año 1992

D. Diego de Tejada y Laguardia nació en  Galilea, (La Rioja),  en aquella época villa dependiente de la jurisdicción de Ocón, el día 6 de marzo de 1609 según lo refleja el libro 2º de bautizados de esta localidad, depositado actualmente en el Archivo Histórico Diocesano[1]. Fueron sus padres Juan Tejada y María Laguardia. Descendía, por línea paterna, de la antigua y noble casa de Tejada, fundada por D. Sancho Fernández de Tejada, general del ejército de Ramiro I de Asturias que en el año 844 venció, con la ayuda del Apóstol Santiago, a las huestes de Abderramán, Emir de Córdoba, en la célebre batalla de Clavijo.

Castillo de Clavijo

Cuenta la leyenda que, en plena batalla campal, en las serranías de ese monte, un capitán del rey, “curtido en buena guerra y animado de santa furia, se destacó de todos, seguido por su mesnada y logró ser el primero en clavar el pendón cristiano en la más alta almena del castillo… siendo su presa, también, el castillo de Viguera.”  El premio real se impuso y el extenso valle de los osos -Valdeosera- con sus pastos y sus montes, desde la tierra hasta el cielo, fue el señorío del capitán.  Más tarde fundo D. Sancho el Solar de Tejada.  Ambos solares son uno mismo de una misma sangre y origen.  Este privilegio se dio a D. Sancho de Tejada con trece hijos y doce caballeros galicianos otorgándoles el señorío de los montes Cadines, en el corazón de la Sierra de Cameros, con el solar y el territorio de los que tomaron apellido, dividiéndolo sus hijos en las trece divisas.  También les dio el rey en común el señorío y jurisdicción del monte Valdeosera, poblado con trece casas, para los caballeros galicianos y su hijo menor, Sancho.

La realidad es que todos los centenares de hijosdalgo ascienden de alguna de las villas, más o menos lejanas del lugar de la famosa batalla.  Sus descendientes, por tanto, pueden pertenecer a uno u otro solar pero teniendo en cuenta que “el de Valdeosera sólo es para descendientes varones y el de Tejada para varones y hembras y descendientes de éstas.”

D. Diego de Tejada, por razón de su ascendencia, fue inscrito en el Solar de Valdeosera en fecha 28 de septiembre de 1656, Vº. 5, Fº 103 en la divisa Juan Valle.

 

SU PREPARACIÓN ACADÉMICA

La Villa de Ocón

Nuestro protagonista, según José Goñi Gaztambide, autor de la obra “Los obispos de Navarra”, no fue un estudiante aventajado. Se graduó en artes por la Universidad de Irache el 22 de mayo de 1627 y con 18 años  “… recibió el grado de Bachiller en Artes Diego de Tejada, natural de Galilea, Diócesis de Burgos.  Se lo dio el padre maestro Fray Bernardo de la Puerta, vicecancelario de la Universidad de Irache y fueron testigos los padres fray Esteban de Usategui y fray Diego de Silva.  Pasó ante mí, Fray Benito de Alarcón, secretario.”.

En el año 1633, con 24 años, ingresó en el Colegio Mayor de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares, donde residió cinco años.

El 23 de enero de 1638 ingresó en el prestigioso Colegio Mayor el Viejo de San Bartolomé de Salamanca, saliendo de él con el título de Bachiller en Teología.

El 10 de octubre de 1639, doce años después de graduarse en artes en la Universidad de Irache, se licenció y doctoró en Teología por la misma Universidad, “… donde era más fácil y costaba menos dinero.”

Monasterio de Irache

(La  Universidad  de  Irache  tenía  su origen en el hospital para el cuidado de los peregrinos que realizaban la ruta del Camino de Santiago, mandado construir por el rey García el de Nájera hacia el año 1.054 sobre un monasterio benedictino del que ya se tenían noticias desde el año 958. En 1615 se fundó en él la Universidad. Sucesivamente fue hospital de sangre (Guerras Carlistas) y colegio de religiosos y museo etnográfico. En la actualidad es un Parador Nacional de Turismo)

 

 

 

[1] En la década de los años 80 el archivo parroquial de Galilea fue trasladado al Archivo Diocesano de Logroño

ESTANCIA DE CINCO AÑOS EN EL COLEGIO SAN ILDEFONSO

 

En el año 1633, con 24 años, ingresó en el Colegio Mayor de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares, donde residió cinco años.

El antiguo colegio Mayor de San Ildefonso era en realidad el núcleo central de la Universidad Complutense y el colegio más importante de los cuarenta que llegó a albergar la Universidad, razón por la que popularmente se identifican ambas instituciones. Las obras de la fachada fueron iniciadas en el año 1537   por Rodrigo Gil de Hontañón, sobre la antigua pared de ladrillo del Colegio Mayor de San Ildefonso. Gil de Hontañón participó como arquitecto en las catedrales de Salamanca y Segovia.

Colegio de San Ildefonso

No hay que insistir sobre el valor de esta edificación, pues figura en todos los manuales y monografías como una de las joyas del patrimonio complutense. Por otro lado, el paralelo con la institución universitaria alcalaína es aún más exacta si tenemos en cuenta que fue la sede del rectorado y el epicentro de su expansión. «Existía en Alcalá —escribe Marcel Bataillon— desde fines del siglo XIII un colegio incorporado desde mediados del XV a un monasterio franciscano. Pero todo estaba por hacerse si se pensaba en una verdadera universidad. El arquitecto Pedro Gumiel trazó el plano del Colegio de San Ildefonso, centro de la fundación, cuya primera piedra colocó Cisneros el 14 de marzo de 1498: diez años habían de transcurrir para que el edificio de Gumiel fuese habitable, y aun entonces no pasaba de ser una humilde construcción provisional de ladrillo y mampostería; sus primeros ocupantes entran en ella no antes del 26 de julio de 1508 y la enseñanza no parece haber funcionado de modo normal hasta el otoño de 1509».

Por lo demás, estos principios directivos del proyecto cisneriano despliegan una cronología que Cayetano Enríquez de Salamanca se encarga de precisar en los siguientes términos: «Anticipándose [Cisneros] a la bula de Alejandro VI —el español Rodrigo de Borja, para que todo fuese español en esta magna obra—, que no se otorgaría hasta el 13 de abril de 1499, por la que se confirmaban y ampliaban los privilegios de los Estudios de Sancho IV, y ante el vivo deseo de ver materializada su genial idea, dado lo avanzado de su edad, procede a colocar la primera piedra del Colegio Mayor de San Ildefonso, núcleo matriz de la Universidad, un mes antes, es decir, el 13 de marzo de 1499». (Alcalá de Henares y su Universidad Complutense, Escuela Nacional de Administración Pública, 1973, p. 133). La construcción del Colegio comienza en 1501, bajo la dirección de Pedro Gumiel, quien ya había diseñado las labores de explanación.
Si bien la construcción de sillería fue elaborada por Juan Ballesteros entre 1599 y 1601, las urgencias que impuso el Cardenal a Gumiel obligaron a emplear inicialmente materiales de mucha menor nobleza: madera, ladrillo y yesería. Ese el el aspecto que tenía el Colegio en su fundación, el 26 de julio de 1508, y de ahí proviene asimismo la famosa anécdota que sitúa a Cisneros soportando las chanzas del Rey, y respondiendo a éste que «otros harán en mármol y piedra lo que yo construyo con barro».
Originalmente, la fachada fue realizada entre 1537 y 1553, bajo las órdenes del maestro Rodrigo Gil de Hontañón. «La edificación —según detalla Alfredo J. Morales— fue iniciada en 1537, como continuación del programa constructivo que durante las dos primeras décadas del siglo había dirigido el toledano Pedro Gumiel. Los preparativos de la obra fueron rápidos, pero la colocación de la primera piedra no se produjo hasta 1542. Once años más tarde se ponía fin a la obra, que sufrió una serie de transformaciones a lo largo del proceso constructivo. Los cambios supusieron un mayor enriquecimiento ornamental y la aceptación de ciertos elementos de carácter más clásico. Como causantes de las alteraciones se considera a los entalladores que trabajaron en la edificación, especialmente a los franceses, bastante numerosos en algunos momentos. Junto a ellos desempeñó un papel destacado Claudio de Arciniega, el cual labró parte de las ventanas superiores, medallones altos y pilares, además de las figuras de atlantes y alabarderos. Rodrigo Gil compuso la fachada en tres módulos, desiguales en altura»

Flanquean la portada dos columnas jónicas y la remata un medallón rectangular donde se muestra la imposición de casulla a San Ildefonso, quien es patrono de la Archidiócesis. Obsérvese que el interior es de una sola nave y no ha sufrido alteraciones de importancia desde la fundación. Integran la planta dos elementos yuxtapuestos, divididos entre sí por un arco toral. Asimismo, queda cubierta por un bellísimo artesonado de estilo mudéjar. Los muros están cubiertos por yesos trabajados a cuchillo, y resumiendo esta profusión decorativa, conviene hacer aquí mención de ese estilo Cisneros, donde se aúnan elementos del plateresco, el mudéjar y el gótico florido.

El conjunto se organiza a través del gran patio de Santo Tomás de Villanueva, de estilo herreriano, llamado antiguamente patio mayor de las Escuelas, que guarda el diseño establecido por Juan Gómez de Mora y cuya construcción concluyó en 1662 José Sopeña. Destacan también el patio de los filósofos, el de San Jerónimo, la Capilla de San Ildefonso y el Paraninfo. Actualmente alberga el Rectorado de la Universidad de Alcalá.

EL COLEGIO MAYOR SAN BARTOLOMÉ EL VIEJO

 

A pesar de que D. Diego de Tejada sólo fue alumno de este colegio salmantino durante algo menos de dos años saliendo de él con el pobre título de bachiller en teología, el hecho de haber pertenecido a esta institución fue determinante para acceder a puestos de gran relevancia en la siempre influyente jerarquía católica.  El prestigio y la preeminencia social que este colegio confería a sus alumnos hicieron que, implícitamente, tuvieran asegurado un cargo de importancia en la dirección política y religiosa España.  Por la importancia que su pertenencia al mismo tuvo en la vida de nuestro protagonista, es por lo que se cree interesante referirse brevemente a su historia.

Colegio San Bartolomé

Los colegios mayores eran centros docentes en régimen de internado que estaban acogidos a la protección real y pontificia y requerían además para su ingreso determinadas condiciones físicas, intelectuales (ser bachiller en una facultad), económicas (carecer de rentas) y y otras circunstancias personales como llevar una vida intachable y tener limpieza de sangre.  La universidad de Salamanca tuvo varios de estos colegios mayores. El más importante fue el de San Bartolomé.

El expediente de ingreso consistía en un protocolo en el que un colegial, nombrado por los colegiales del mismo, reunidos en capilla, entrevista a diferentes personas de distinta edad y responsabilidad del pueblo originario del opositor y su familia, a las que se les somete a un cuestionario de diecinueve preguntas principalmente destinadas a probar su limpieza de sangre, la legitimidad de su nacimiento y su rectitud y buenas costumbres.

Este colegio, como muchos otros creado para ayudar a jóvenes virtuosos y aplicados pero faltos de recursos, fue fundado en Salamanca por el obispo de Cuenca Don Diego de Anaya Maldonado en el año 1408.   En 1760 se derribó el antiguo edificio, para dar paso al actual, por mandato del rector José Cabezas Enríquez, realizando los trabajos Juan de Sagarvinaga. Estos colegios, estrechamente unidos entre sí dieron muy pronto origen a una casta cerrada que llegó a tener en sus manos los puestos importantes del gobierno, las cátedras y los cargos dirigentes de la Universidad.  Disponían estos colegiales de un instrumento legal y también privilegiado, la Real Junta de Colegios, creada a mediados del siglo XVII para entender exclusivamente en sus asuntos; estaba formada por consejeros y camaristas de Castilla “con la expresa condición de haber sido colegiales, los cuales, como fácilmente se comprende, se opusieron siempre a esta evolución y fueron acérrimos defensores de situaciones privilegiadas y abusos inveterados.”  Dentro de la Universidad trataron de usurpar todo tipo de privilegios consiguiendo la exclusiva de la provisión de cátedras que habrán de ser otorgadas por turnos en las facultades de Derecho Civil y Canónico y, con prioridad, en las Artes y Teología.

En lo que respecta al régimen interior de los colegios, habían introducido igualmente todos los abusos imaginables, lo mismo en la provisión de becas, edad y fortuna de los candidatos que en lo referente a las costumbres, régimen de clausura, celibato, absentismo, juegos, etc.

La pobreza, que había sido requisito principal para la entrada en los Colegios, fue por entero soslayada, hasta el punto que eran los colegiales pobres quienes no podían mantener la pompa de trajes y criados que ostentaban los poderosos;  de hecho, estas instituciones se convirtieron en un dominio de la aristocracia, que disponía de ellas como de un feudo.  La indisciplina ya petulancia de los colegiales hacían gala provocaban frecuentes conflictos y hasta alborotos públicos por meras cuestiones de etiqueta o de relevancia social, dando ocasión incluso, a desafíos sobre cuestiones como quién habría de ceder  la acera.  De estos colegios, manejados y protegidos de las casas nobles, colmados de honores, privilegios, distinciones y prerrogativas, ensalzados y favorecidos por los monarcas y los gobiernos, salían la casi totalidad de quienes iban a ocupar los cargos públicos, sedes episcopales y demás dignidades eclesiásticas.

Pórtico colegio San Bartolomé el Viejo

Todos los ministros togados del reino, salvo raras excepciones, habían sido colegiales mayores.  Cuando, más tarde, la reacción contra los colegios les obligó a defenderse, uno de los escritos aparecidos con este fin aducía a los inmensos servicios prestados a la Nación por sus miembros y ofrecía una inacabable relación de los que habían ocupado puestos importes en el gobierno de la iglesia y el Estado.  Los nombres pasan de 5.500 y allí se enumeran: 135 cardenales, 133 arzobispos, 470 obispos, 27 inquisidores generales, 19 confesores de santos, reyes e infantes, 47 virreyes, 90 capitanes generales, 49 presidentes de consejeros de Castilla, 347 consejeros, tres santos canonizados, etc.

Estos colegiales y ex-colegiales y demás afiliados a ellos, formaban una asociación con visos de secreta y juramentada que se extendía por toda España, que todo lo tenía invadido y que ejercía un omnímodo poder en el Estado.  El espíritu de pobreza impuesto por los fundadores se había burlado, las becas pasaron a ser patrimonio de estudiantes nobles y ricos quienes permanecían en el colegio hasta alcanzar un puesto de importancia.

Enfrente de los colegiales se hallaba el resto de los estudiantes que, al no haber logrado el ingreso en los colegios, carecían del rico y seguro porvenir de aquéllos.  Estos “manteístas” – llamados así por el largo manteo característico de quien no podía usar la beca de los colegiales- fueron quienes, a lo largo de todo el siglo XVIII, combatieron con mayor tenacidad contra la casta colegial y defendieron los proyectos de reforma.  Ellos fueron los partidarios de toda innovación mientras los colegiales se acreditaban como los mantenedores del tradicionalismo.  La lucha entre ambos bandos, aun siendo en gran parte ideológica, no lo era de forma exclusiva; había también, inevitablemente, una rivalidad profesional y un odio de clase acumulado durante siglos, estimulado por los abusos de la casta privilegiada, detentadora de todas las ventajas.

SU ETAPA CANONICAL. CANÓNIGO PENITENCIARIO

 

Conseguido el doctorado en Teología, inicia una etapa en su vida que le conducirá a opositar continuamente en la  obtención de diferentes canongías en las iglesias catedrales de Santo Domingo de la Calzada, Murcia y Ciudad Rodrigo.

El 14 de octubre de 1639 se presenta como opositor a la canongía penitenciaria de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Del legajo 37 carpeta 18 del Archivo Catedralicio extractamos lo siguiente sobre la provisión:

 

Catedral de Santo Domingo

“En la sala capitular de la Santa Iglesia Catredral de Santo Domingo de la Calzada a 12 días del mes de octubre de 1639, se presenta el licenciado D. Diego de Tejada, colegial del colegio de San Bartolomé de la Universidad de Salamanca ante los señores comisarios (licenciado Gaspar de Melgar

y el también licenciado Pedro de Ocio, racionero) para la oposición, la cual tiene hecha por poder que dio a D. Lorenzo Tejada, vecino y Alguacil Mayor de esta Ciudad, como consta en Autos.  Y para legitimar su persona exhibió título otorgado de Licenciado en Teología por la Universidad de Irache, firmado por el Abad de ella, fray Antonio de Castro en fecha 10 de octubre de 1639 y el título de “Missa” del Sr. Obispo, fray Crisóstomo Caxtelo; su fecha, en Madrid a 12 de marzo de 1633, refrendado por D. Manleo Cazlexo, su secretario.  Y a testamento de verdad, firma el Ldo. Ibañez, beneficiado de Ocón y cura de Galilea, su nacimiento en 6 de marzo, de cuyos títulos doy fe.”

 

Una vez presentada su candidatura a la canongía penitenciaria, D. Diego se retiró de la sala capitular procediendo los señores comisarios a debatir sobre su aceptación, conjuntamente con las de los demás opositores, D. Domingo López de la Viaga, colegial de San Juan Bautista, de Alcalá; el licenciado Sebastián de Castro, de la ciudad de Burgos; el Ldo. Juan Cuervo, colegial del de Santo Tomás de Salamanca; y el licenciado Isidro Sánchez de Villegas, beneficiado de la villa de Mucienses, en Valladolid.

Aprobada su candidatura,  “… declararon al Ldo. Diego de Tejada legítimo poseedor y mandaron que así se le notificase, quedando presto a cumplir todo lo que se le ordene”, y emplazándole para el día siguiente, trece, con el propósito de tomar los puntos del sermón que habían de ser desarrollados al día siguiente ante el tribunal examinador.”

De los tres puntos seleccionados optó por el referido al capítulo 22 del Evangelio de San Lucas, “… que había de predicar mañana, viernes, catorce del corriente a las tres de la tarde.”  Es de suponer que aquella fue una noche de insomnio para D. Diego sabedor de que era una oportunidad única para poder introducirse en el siempre prestigioso círculo  de los canónigos de una catedral, promocionándose, además, para a otras de mayor categoría como más tarde así fue.

El documento sigue diciendo: “El día 14 de octubre de 1639, a las tres de la tarde, después de vísperas, apareció el licenciado Diego de Tejada para efectos de predicar los puntos que le habían tocado 24 horas antes. Y habiéndose sentado Dean y Cabildo de la Santa Iglesia, según costumbre, para oír el sermón, y puesto el reloj de arena y tocado la campanilla, luego al punto, comenzó a predicar; y prosiguiendo el sermón, antes de que se acabase la arena del reloj dijo no podía pasar adelante con su sermón a causa de estar indispuesto”. Con lo cual el señor presidente llamó para que se hiciese detener el reloj de arena y lo que faltaba de la hora se le enseñase a los tres capitulares presentes y a todas las personas asistentes; y habiéndolo hecho pareció faltara la hora más de medio cuarto, poco más o menos.  Como a todos les pareció uniformemente, y a mí el presente secretario -Juan de Bilbao Basozábal- lo mismo, se me mandó poner por auto con los demás del proceso de la oposición”.

Muy preocupado por este contratiempo hubo de quedarse nuestro paisano cuando ese mimo día dirige una carta a los señores Comisarios, Dean y Cabildo de la Catedral justificando su indisposición en los siguientes términos:

 

El licenciado Diego de Tejada, opositor a la canongía penitenciaria que a presente está vacante en esa iglesia digo que por estar indispuesto con calenturas, como consta la verificación que hace el Dr. Berberana, médico. Con la solemnidad necesaria digo no pude acabar de predicar la hora cumplida y de ella faltó medio cuarto de hora como consta, y mi deseo es cumplir con los actos enteramente, hallándome ya consolado. Por tanto a vuestra Santísima suplico darme lugar a volver a predicar en la seguridad que en ellos recibiré particular merced.”

 

Por su parte, el médico que atendió a D. Diego, el Dr. Berberana, redacta una carta dirigida al tribunal exponiendo las razones de su enfermedad y la profilaxis a aplicar para su prevención -una sangría- justificando así, su retirada del examen.  En ella decía: “Nos, el doctor Berberana, médico de esta ciudad de Santo Domingo de la Calzada, como tal médico digo: el licenciado Diego de Tejada, opositor a la canongía penitenciaria de la Santa Iglesia Catedral de esta ciudad, estaba con calenturas hoy, viernes, 14 de este mes de octubre de 1639, al tiempo que teniendo que predicar le aconsejé que estuviera en la cama, se sangrara y se tratara su salud.  Porque, naturalmente, lo hallé con calenturas y actualmente, a las cinco de la tarde, doy esta fe.  Continuándose, y así lo juro a Dios y a esta Cruz, informa ser la verdad y a nombre de ella lo firmo en La Calzada a 14 de octubre de 1639.”

A pesar de esta interrupción, por indisposición, muy bien tuvo que predicar D. Diego cuando el tribunal que le examinaba decidió otorgarle la plaza de canónigo penitenciario de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada.

No se ha encontrado ningún documento que aporte algún dato sobre los dos años que está en posesión de la canongía penitenciaria.  Su vida -es de suponer- transcurriría entre confesiones al resto del cabildo y a su asistencia a los actos litúrgicos propios de su cargo en la Catedral.

No será hasta el año 1641 cuando volvamos a tener noticias suyas como consecuencia de opositar -nuevamente- a la vacante dejada por D. Bernardo Sánchez Valderrama de la canongía magistral de la misma iglesia catedral.  De nuevo tiene que presentar títulos de las licenciaturas al igual que lo hiciera en la oposición anterior.

Catedral Santo Domingo

Así lo hace el día 12 de junio de 1641 “a las dos horas después del mediodía, poco más o menos…”  Su candidatura, al igual que la del resto de los opositores, (D. Isidro Sánchez Villegas, cura de la iglesia; D. Diego de Arencana, canónigo magistral de la colegiata; y D. Manuel Alonso de Azagra, natural de Aldeanueva), es declara legítima y mandan “se le notifique y comparezca pasado mañana, jueves, trece días del presentes  mes de junio, a las ocho horas antes del mediodía.

Otra vez la Sala Capitular de la Catedral de Santo Domingo es testigo de la comparecencia de nuestro paisano para decidir los puntos de los Evangelios que habría de desarrollar en el examen a que sería sometido al día siguiente.  Así, en presencia de los señores comisarios Dr. Balza y el licenciado A. de Aguirre, del secretario, que ya lo fue de la anterior, Juan Basozábal y en presencia de los demás opositores y mucha otra gente, sacando una Biblia, conforme los disponen los estatutos de la Santa Madre Iglesia, y abierta por un niño inocente con un cuchillo, la abrió por tres partes, estando cerrada dicha Biblia por medio.

 

VOTACIÓN DE LA CANONGÍA

Vemos reunidos nuevamente a los prebendados [1] capitulares de la Catedral, Deán y Cabildo para designar al opositor más cualificado que ha de llevar la canongía magistral de la Santa Iglesia.  Todo está preparado para la votación.  La Sala Capitular está acondicionada para tal ocasión y cada uno ocupa el lugar que le corresponde. Empieza el ceremonial con la solemnidad que requiere el acto, pero antes de votar “… el licenciado que presidía, D. Martín de Lapuente, hizo una larga exhortación práctica, atendiendo primero a lo que dispone el Estatuto.  Y antes de tomar células los señores capitulares para votar[2], cogieron un misal del Santo Cristo que está en un bufete adornado con velas encendidas y quitado de todo amor parentesco o afición (hacia los opositores), dijo que votaran a la persona que su conciencia le dictase y más conveniese al servicio de Dios, a nuestro bien  y a la utilidad de la Santa Madre Iglesia”.

Los capitulares, por orden de antigüedad, se fueron levantando de dos en dos y de rodillas, delante del Santo Cristo y Misal y puestas las manos sobre ellos “juraron todos juntos con fuerza e ilusión el referido juramento.”  Sin embargo, hubo uno de ellos, el Licenciado Hernández, que, por causas que no se relatan, no asistió a uno de los sermones de los opositores.  Por tal motivo facultó al Licenciado Arara para que, en su nombre, “votase a la persona que le pareciese” lo cual fue admitido por Deán y Cabildo.  A cada capitular se le dieron cuatro cédulas con el nombre de cada opositor, por antigüedad, excepto las correspondientes al licenciado Hernandez que fueron entregas al S. Arara.

La votación comienza. Para depositar las papeletas se ha habilitado una arquilla que tiene dos senos, que la colocan sobre el bufete.  Esta arquilla – verdadera urna electoral- tiene grabada una letra en cada uno de los senos: “A”, que denota los aprobados y, en el otro lado, “R”, que denota los reprobados.  A continuación, cada uno de los capitulares, en orden de antigüedad, fue depositando las células.  En el seno marcado con la letra “A” para quien ha de llevar en adelante el peso de la canongía.  En el seno “R” los que, a su juicio, no hubieran superado la prueba.

Una vez acabada la votación, los dos capitulares de mayor edad fueron sacando una a una las papeletas depositadas, leyendo en voz alta de la manera y forma siguiente. (Todos ellos -dieciséis- votaron a D. Diego de Tejada). Comprobados dichos votos fueron a llamar a D. Diego de Tejada con el fin de hacerle notoria dicha elección.  El nuevo magistral entró en la Sala Capitular donde el Presidente le comunicó el nombramiento que el Cabildo había hecho en su persona.  Inmediatamente se postró de rodillas delante del Presidente y poniendo las manos sobre un Santo Cristo y un Misal, le prometió guardar los Estatutos de la Catedral y no buscar nunca el relajamiento de este juramento, pero si lo hiciere y alcanzase, aunque sea concedido graciosamente de Su Majestad o persona que potestad tenga para ello, tantas cuantas veces lo alcanzase le fueran concedidos tantos juramentos y ni uno más.”

Finalizado el acto de la toma de posesión, D. Diego acepta el cargo no sin antes hacer protestación de que “si dicha canongía no le fuera cierta y segura, por pleito que pueda hacer el anterior poseedor[3],  no se apartara ni desiste del derecho y posesión que tiene sobre la Canongía Penitenciaria de esta Santa Iglesia.”.  Como se ve, D. Diego se cura en salud.

Salieron los señores Comisarios de Capítulo y, juntamente con nuestro paisano, se dirigieron a las gradas del Altar Mayor rezando la oración de la Santísima Trinidad y dando gracias.  Y desde allí se fueron a la reja de la capilla del Santo y, delante de su imagen, dijeron la oración de los confesores no pontífices. El lugar que le asignaron fue la sexta silla, comenzando por la episcopal, que tiene por vocación a San Bartolomé, “y le señalaron esta silla para que en ella residiera en la Canongía, así como en las horas canónicas y en los diurnos oficios.  Y luego echó mucha cantidad de dinero en señal de posesión, como era costumbre.

Con este acto daba por terminado el ceremonial.  Las costas causadas por el proceso, fueron como sigue: un doblón de oro para los testigos Manuel Hidalgo Pertiguerpo, Domingo Seso y Berenciano Gazmio. Como ayuda a los tres opositores no aprobados la cantidad total de 600 reales, de la siguiente manera: 300 al Dr. Manuel Alonso de Azagra; 200 a Diego de Arencana; y los 100 restantes al Dr. Villegas.  Todo ello fue pagado en la mesa capitular.  Este montante, además de las costas pagadas en este proceso, “por los partes de cartas, lo actuado y lo adelantado, lo ha de hacer bueno D. Diego de Tejada en su casilla ente Dean y Cabildo de la Catedral.”

 

[1] Dignidad, canónigo o racionero de alguna iglesia catedral o colegial

[2] Cuatro: una por cada opositor.

[3] El dimisionario Bernardo de Sancha, entonces canónigo penitencial de la Catedral de Cartagena

Catedral de Murcia

A lo largo de cuatro años ejerce como titular de la Canongía Magistral en la Catedral de Santo Domingo de la Calzada sin que, tampoco ahora, nada conste en el archivo de su labor desarrollada en ese tiempo.

Con fecha 29 de marzo de 1645 lo vemos con el mismo cargo en la Iglesia Catedral de Murcia.  No hay documentación referida a su paso por aquella ciudad.  Nos limitaremos a constatar el hecho.

De la catedral de Murcia pasaría a la catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca), desde donde sería catapultado hacia el episcopado.  En cuestión de meses pasa de la titularidad de la Canongía Penitenciaria al puesto, siempre influyente y determinante en aquella época de Inquisidor de la Diócesis, para acabar siendo nombrado obispo.  Don José Goñi Gaztambide en su obra ya citada dice que debió de contar con algún influyente valedor para que el rey Felipe IV lo nombrara obispo de Ciudad Rodrigo, con la subsiguiente aprobación del Papa Alejandro VII.  En la estadística diocesana de aquella ciudad, del año 1975, y en su Episcopologio, sólo indica que fue propuesto para el cargo de obispo el 31 de enero de 1656. Estaba a punto de cumplir los 47 años.

Catedral de Ciudad Rodrigo

¿Con qué valedor pudo contar nuestro obispo para merecer tan alta honra?. ¿Fue acaso su cargo de inquisidor diocesano el que determinó este nombramiento?.  El historiador de los obispos de Ciudad Rodrigo nada dice de su actuación al frente de aquella Diócesis.  El único dato que conocemos acerca de su persona lo refiere el libro número 12 de las Actas Capitulares del Archivo Catedralicio de esta ciudad cuando dice:

 

“... se asienta un mandamiento al presidente y Cabildo de la Catedral, para que despachen título y mandamiento de posesión de la prebenda de racionero entero, en favor del licenciado Juan García de Pereda, clérigo presbítero de la Diócesis de Burgos, su familiar y mayordomo, por haber quedado vacante tras la muerte de Don Diego de Villanueva.  Su fecha 7 de diciembre de 1657”.

PAMPLONA CENIT DE SU CARRERA EPISCOPAL

 

Catedral de Pamplona

Poco interesante  hubiese sido la vida pública de nuestro paisano de no haber sido promovido a la Diócesis de Pamplona.  En estos seis años al frente de la diócesis navarra – del 14 de enero de 1658 al 6 de enero de 1664- es cuando su vida pública cobra una mayor notoriedad.  No olvidemos que su campo de actuación abarcaba, además de la propia Navarra, la provincia de Guipúzcoa y parte de Aragón, y que al tener fronteras comunes con Francia, contra la que se estaba guerreando continuamente, se encontraba en una posición privilegiada para poder celebrar futuros pactos y concordias como más adelante así fue.

El 11 de junio de 1657 se sabía en Pamplona que la sede de San Fermín iba a quedar pronto vacante, porque el rey había hecho mención a su titular, Francisco Alarcón, del obispado de Córdoba.  De acuerdo con las instrucciones dejadas por las Cortes, la Diputación decidió elevar una instancia al monarca pidiendo la mitra de Pamplona para algún obispo navarro.  El memorial fue enviado dos días más tarde.  Se alegaba como motivo lo mucho que el reino había servido a la Corona desde el año 1636 en las guerras de Francia y Cataluña, y ciertas promesas genéricas que le había hecho el soberano.  La Diputación se abstenía de recomendar ningún candidato concreto.  Le bastaba que el nuevo obispo fuese natural del viejo reino Sin embargo los anhelos de Navarra no fueron tenidos en cuenta por el gobierno de la Nación, que se vio asediado por pretendientes.

Aunque el candidato del rey no era navarro, al menos procedía de una región vecina que en tiempos perteneció a la monarquía de Pamplona y cuyos habitantes eran muy afines al carácter de los navarros.  El propio interesado comunicó al Ayuntamiento de Pamplona, y a la Diputación del Reino, su promoción a la sede de esa ciudad.  Es de suponer que tendría la misma deferencia con el Cabildo de la catedral.  A la prenominación del rey siguió la presentación oficial en Roma el día 6 de febrero, y el despacho de sus bulas que hacían del obispo de Ciudad Rodrigo un legítimo sucesor de San Fermín (6 de mayo de 1658).  El obispo electo presentó su juramente ante el obispo de Tarazona, en Corella, el día 27 de julio.

En virtud de poder otorgado por él en Galilea seis días antes, se presentó el doctor Francisco Ruiz de Palacios, presbítero, natural de la villa de Ribafrecha, su gobernador, provisor y vicario general, con las bulas y el juramento.  El capítulo designó al doctor Martín Tejeros y al licenciado Fausto de Vergara y Gaviria, canónigos, para darle la posesión que tuvo lugar en el pórtico principal de ingreso a la catedral y sala capitular, previo el juramento acostumbrado.

 

UNA  VISITA PASTORAL INTERRUMPIDA

En el año 1659 se traslada a San Sebastián. Durante su obligada estancia, visito las iglesias de la villa entre los días 8 y 13 de agosto de 1659, dejando breves pero numerosos mandatos de visita.  La junta del Muy Ilustre Clero de Navarra encargó a su procurador general que estuviese atento a lo que el obispo fuese practicando en la provincia de Guipúzcoa, en cuanto a volver a examinar a los curas que ya estaban examinados y aprobados por los obispos anteriores, para que se previese el remedio competente, si entrando en ese reino de vuelta, quisiera hacer lo mismo, porque esto era contra la disposición de derecho  “…y nunca tal se ha permitido en este obispado”.

Juan de Labiano, Abad de Enériz y Diego de Eraso, hallándose el obispo en la provincia, fueron en nombre del clero a suplicar al doctor Ruiz de Palacios, vicario general de don Diego, escribiese al prelado que no intentase examinar a los curas. Nada se dice del resultado de estas presiones.

El obispo tuvo que interrumpir la visita pastoral por motivos de alta política al ser llamado por el rey para asistir como testigo a la firma de la Paz de los Pirineos (7 de noviembre de 1659) para posteriormente celebrar la boda de la Infanta María Teresa con el rey de Francia Luis XIV (3 de junio de 1660), y no parece que la reanudara más tarde, y si lo hizo, lo fue por poco tiempo.

            

Mapa de época de la Isla de los Faisanes

“Concluida la división de los confines, pasó Su Majestad a Fuenterrabía, siguiéndole su Corte; y en 4 de junio de 1659 hizo la Serenísima Infanta renunciación de los derechos que pudieran pertenecerle por algún accidente a la sucesión de estas coronas, y para este acto fue nombrado, y asistió como testigo, nuestro obispo… Luego juraron los reyes la paz a la que asistió también el obispo de Pamplona como testigo; y el día de las entregas se halló presente por elección del Rey, donde recibió de Su Majestad, y de los reyes de Francia muchas honras; y los señores y príncipes de ambas coronas le dieron el mejor lugar, y le trataron con grande cortesía y agasajo…”

 

Este párrafo, contenido en el libro “Historia de San Bartolomé Mayor de la célebre Universidad de Salamanca”, escrito en 1661 por Francisco Ruiz de Vergara, deja bien a las claras la participación de D. Diego de Tejada en la firma de la Paz de los Pirineos. Para que no haya ninguna duda, el propio obispo en su “…relación sobre la Diócesis” que hace al Pontífice, dice que no pudo acabar de visitar la Diócesis por el tiempo que ocupó, “… en el ajuste de las paces que tan felizmente se hicieron entre las dos coronas, procurando lucir como se debía en actos de tal servicio de V.B. y universal provecho de toda la cristiandad”.  Por la importancia que la Paz de los Pirineos tuvo en la historia de nuestro país, de la que nuestro obispo fue pieza clave, vaya a continuación una reseña de las causas, desarrollo y consecuencias de dicho tratado.

La Paz de los Pirineos es uno de los hitos fundamentales de nuestra historia; ella forjó nuestra frontera con Francia pudiendo afirmarse que se trata de la “decana de las fronteras de Europa”. Fue una paz honorable que en el pensamiento del rey y sus ministros debía cerrar, con las menores pérdidas posibles, un larguísimo periódo bélico.  España estaba ya exhausta de dinero y de soldados, y Francia se sentía fatigada y maltrecha.  Los fracasos de las gestiones de paz entre ambas potencias en 1648 y 1656 habían obedecido más que nada a una causa que en 1658 ya no existía: la condición de la infanta María Teresa como sucesora de Felipe IV ya que el matrimonio de dicha princesa con Luis XIV se consideraba siempre como la base de un futuro acuerdo. Pero esta condición desapareció cuando el 20 de noviembre de 1657 nació el príncipe Felipe Próspero, que pasó a ser Príncipe de Asturias, y como tal, heredero de la Corona Española.

La Paz de los Pirineos fue firmada en la Isla de los Faisanes, en el Bidasoa, el día 7 de noviembre de 1659.  Las negociaciones duraron casi tres meses: desde el 28 de agosto hasta el 7 de noviembre del mismo año.  En ellas se celebraron veinticuatro conferencias cuyas conclusiones se concretaron en el tratado citado.  Esta paz venía a reflejar la neta superioridad de Francia sobre España, dentro del general agotamiento que aquejaba a ambas naciones.  La superioridad francesa se había manifestado, sobre todo, en el plano diplomático, que tantos triunfos le había dado en tiempos pasados.  Las negociaciones habían dado como resultado, después de vencer no pocas dificultades una serie de condiciones que pueden agruparse en dos tipos de cláusulas: las territoriales y las políticas.

Entre las territoriales estaban las referentes al Norte.  Cesión de Artois – salvo Aire y Saint Omer- y algunas otras plazas como Gravelinas, en Flandes; Philippevilla, Le Qesnoy y Mariemburg en el Hainaut, y Thionvilla, con algunas otras menortes, en Luxemburgo.  Asimismo se cedía Rocroy, dejando Alsacia y Lorena bajo su órbita. Dunquerque quedaba para Inglaterra.  A España se le devolvía el condado de Charolais, en el Franco-Condado y las últimas conquistas francesas en Italia.  En el Sur Francia devolvía las plazas que ocupaba en Cataluña, pero se le reconocía el dominio sobre el Rosellón.

El cardenal Mazarino

Los artículos 42, 43, 48, 116 y 117 y el 5 de los secretos del tratado, se refieren a la delimitación de la frontera hispano-francesa.  En ellos se establece, como norma general, que la frontera seguirá el trazado de la cordillera pirenáica. Para fijar la línea fronteriza y desarrollar los textos legales antes citados, se decidió  el nombramiento de dos comisarios por cada parte: en representación de España el rey nombró a los catalanes Miguel Solá de Vallgonera, lugarteniente en el oficio de Maestre Nacional de la Corona de Aragón, y José Remeu de Ferrer, de la Real Audiencia del Principado.  Por parte francesa, Luis XIV designó a Pedro de Marca arzobispo de Toulouse y Jacinto de Serroni, Obispo de Orange.

Los cuatro comisarios celebraron largas reuniones en el convento de los capuchinos de Ceret entre los días 22 de marzo y 13 de abril de 1660 para desarrollar el contenido del tratado recientemente firmado.  Sin embargo tras arduas deliberaciones no llegaron a ningún acuerdo por lo que devolvieron el protocolo de las negociaciones a los primeros ministros Mazarino y Haro, encargados de zanjar la cuestión en última instancia.  El fallo de ambos ministros no se hizo esperar.  Reunidos de nuevo en el Bidasoa, ambos ministros firmaron, el 31 de mayo de 1660 una “declaración sobre el artículo 42 del Tratado de Paz.”  Este polémico artículo 42 decía lo siguiente:

             “… Y por lo que mira a los países y plazas que las armas de Francia han ocupado en esta guerra con España, por cuanto se convino en la negociación comenzada en Madrid en 1656, en que se funda el presente tratado, que los montes Pirineos, que habían dividido antiguamente las Galias de las Españas, harían también en adelante la división de estos dos mismos reinos.  Por tanto se ha convenido y acordado que dicho señor rey cristianísimo quedará en posesión y gozará, efectivamente, de todo el condado y veguería del Roselón; del condado y veguería de Conflans; países, ciudades, plazas, castillo, villas, aldeas y lugares que componen dicho condado de Cerdeña y principado de Cataluña; en inteligencia de que si se hallare haber de dichos montes Pirineos de la parte de acá de España algunos lugares de dicho condado y veguería de Conflans solamente y no del Rosellón, quedará también a Su Majestad Católica, como asimismo si se hallare haber de los dichos montes Pirineos, de la parte de allá de Francia, algunos lugares de dicho condado y veguería de Cerdeña solamente y no de Cataluña quedarán a S.M. cristianísima; y para convenir en esta división se nombrará al presente, comisarios de ambas partes, los cuales juntos, de buena fe, declararán cuales son los montes Pirineos, que según lo contenido en este artículo, deben dividir en adelante los dos reinos y señalarán los límites que han de tener; y se juntarán los dichos comisarios en los lugares a más tardar dentro de un mes, después de la firma del presente tratado, y en el término de otro mes siguiente deberán haber convenido entre sí, y declarado de común acuerdo, todo lo referido; Debiéndose entender que si, para entonces, no hubieran podido ponerse de acuerdo entre sí, comunicarán inmediatamente las razones de sus dictámenes a los plenipotenciarios de dichos dos señores reyes, los cuales con conocimiento de las dificultades y diferencias que se hubieran encontrado convendrían entre sí sobre este punto, sin que por eso puedan tomarse de nuevo las armas”.

 

Luis Méndez de Haro

Las otras dos cláusulas políticas eran más significativas: la referente al matrimonio de la infanta María Teresa de Austria, hija mayor de Felipe IV, y la que concernía a la suerte del príncipe francés Condé, cuyo verdadero nombre era Luis II de Borbón-Condé, duque de Enghien (1621-1686), vencedor de Rocroy, rival de Mazarino que se pasó a las filas españolas en 1652 en la lucha establecida más que contra Francia contra el adversario político cuya ambición y vanidad le eran insoportables.

El matrimonio con la infanta era uno de los escollos más difíciles de vencer y una de las pretensiones más marcadas de la corte francesa.  Estaba claro que con ella la madre de Luis XIV, Ana de Austria hermana de Felipe IV aspiraba a que su hijo pudiese algún día heredar la vasta monarquía católica, en cuya corte ella se había criado.  A la inversa. a ello se oponía Felipe IV, de ahí que en los tanteos de paz protagonizados en 1656 por el enviado francés Hugo de Lionne se vetara el matrimonio porque al no tener descendencia el rey español de su segunda esposa Mariana de Austria era María Teresa la heredera de la corona.  En 1658 nace Felipe Próspero y el obstáculo desaparece.  De todas formas cuán prevenidas estaban ambas Cortes y cómo mantenían cada una de ellas sus pretensiones, lo revela el hecho de que la Corte española exigía que María Teresa renunciase a los derechos a la Monarquía Española y que la francesa supeditase tal renuncia a la entrega de una fuerte dote, que primero pretende fijar en 2.000.000 de escudos y que al final se rebaja a 500.000.

En cuanto a la cláusula sobre el príncipe Condé, nada más asombroso que la tenacidad de Felipe IV y su valido Luis de Haro por defender la causa de aquél dudoso aliado, subordinando a los interese del Estado a consideraciones formales de recompensa, a un tránsfuga que había hecho armas contra su patria.  Se trataba nada menos de que Francia devolviese sus ricas posesiones al príncipe y que además volviese a la gracia real obteniendo un mando tan importante como el ducado de Borgoña.

Estas eran las notas más destacadas de la Paz de los Pirineos.  Sin embargo no basta con enumerarlas.  La Paz de los Pirineos es tan importante que obliga a una serie de reflexiones. En primer lugar en cuanto a las directrices de la diplomacia española; en segundo lugar en cuanto a su gestación mucho más lenta de lo que en estos tres meses van a ratificar Mazarino y Luis de Haro; y en tercer lugar en cuanto a las consecuencias. Una paz que podía haberse firmado en 1656 en mejores términos, si la diplomacia española hubiera estado entonces a la altura de las circunstancias.

TRASLADO DE LOS MONARCAS A SAN SEBASTIÁN

 

Una de las cláusulas políticas que contemplaba la Paz de los Pirineos era el casamiento de María Teresa de Austria con el rey de Francia, Luis XIV.  Felipe IV no deseaba este matrimonio de su hija como así lo manifiesta en una de sus cartas a sor María de Ágreda, cuando le escribe:

 

            

Mª Teresa con su hijo el Delfín

 “…al fin de los tres días que nos vimos llegó el plazo de entregarles a mi hija con harta ternura de todos y yo fui en el que menos se reconoció pero en el interior bien lo padecí y bien tuve que ofrecer a Dios, haciéndole sacrificio de tal prenda para alcanzar el bien de la paz»

 

María Teresa de Austria nació en el Palacio de El Escorial el 10 de septiembre de 1638 y murió en Versalles el día 30 de julio de 1683.  Fue educada esmeradamente desde su infancia. De bondadoso corazón, modesta y poco dada al brillo mundano, era el prototipo perfecto de esposa y madre.  Su matrimonio con Luis XIV no fue muy afortunado.  Enseguida se vio abandonada por su esposo que, al principio parecía recatarse, pero después no se cuidaba de ocultar sus escándalos amorosos, sobre todo con la sobrina del cardenal Mazarino, María Manccini, «la Manccinette.»  De su matrimonio con el Rey Sol tuvo seis hijos de los cuales sólo le sobrevivió uno de ellos.

El interés del casamiento de la infanta española con el rey galo hacía albergar a la monarquía de este país la esperanza de que, en un futuro próximo, los descendientes de la pareja real pudieran reinar en España, como así fue.  Sin embargo, la hábil diplomacia francesa, ante la posible negativa de Felipe IV a consentir este matrimonio, había preparado un golpe de efecto.  En la ciudad de Lyon concertaron un encuentro entre la princesa italiana Margarita de Saboya y Luis XIV con el fin de presionar al monarca español.  El rey francés aceptó con indiferencia y se hizo acompañar por su adorada María Manccini en su nutrido séquito.  El pretendiente  de la saboyana se escapaba de vez en cuando por los alrededores de Lyon montado a caballo con la bella sobrina del cardenal ante la indiferencia de Margarita de Saboya. La noticia del encuentro prematrimonial con la princesa italiana fue utilizada en Madrid para hacer saltar de cólera a Felipe IV.  “Esto no puede ser y no será” , dijo el monarca español.

El diplomático español don Antonio de Pimentel fue enviado como correo real urgente a la ciudad francesa para ofrecer la mano de María Teresa de Austria al rey francés.  Este último aceptó sin entusiasmo pero como deber ineludible la solución española aunque, de regreso a París, seguía adelante con sus escarceos amorosos con la Manccini. Para cortar estas relaciones  tuvieron que intervenir su madre Ana de Austria y el propio cardenal Mazarino. Las amenazas de ambos personajes dieron como resultado la ruptura de sus relaciones. No obstante Luis XIV declaró que seguiría pensando en la bella muchacha italiana que le había iniciado en el mundo del amor.

María Manccini fue confinada en el castillo de Brourage.  La buena conducta y su actitud obediente fueron recompensadas con el casamiento, que se celebró dos años después, con el conde Tagliacoli, condestable del reino de Nápoles.

Mientras tanto la elaboración del tratado de paz iba avanzando hacia su desenlace más importante: el casamiento español.  El duque de Graumont fue el portador de la solicitud oficial de la petición de mano de la infanta española para el rey de Francia.  Llevó un cortejo lucido y numeroso como requería tal ocasión. Fue recibido en la corte con toda solemnidad y se fijaron fecha y lugar par la celebración de tan magno acontecimiento.  El complejo protocolo de ambas monarquías exigía que se celebraran dos ceremonias de casamiento: una, por poderes, en Fuenterrabía; la otra, con la presencia de los novios, en San Juan de Luz.  En la primera, efectuada el día 3 de junio de 1660, el celebrante fue don Diego de Tejada; el celebrante de la segunda, efectuada el 9 de junio, fue Jean Dolce, obispo de Bayona.

Ultimados todos los preparativos, el monarca español partió de Madrid el día 15 de abril, acompañado por su hija María Teresa de Austria.  La larguísima expedición, con numerosos carruajes, escoltas y repuestos, alcanzaba una cola de seis leguas.  Su marcha era lenta y majestuosa, como correspondía a la severa etiqueta y protocolo de la monarquía de los Austrias.  El itinerario no debió de ser muy cómodo por cuanto, en una de las numerosas cartas enviadas a Sor María de Ágreda, el monarca le decía: “Por bien empleado di las descomodidades del camino por el gusto que tuve cuando llegué a ver a mi hermana.  Halléla muy bien y harto entera y estuvimos muy contentos de vernos tras cuarenta y cinco años de ausencia.”

Paralelamente Luis XIV salía de París con una comitiva no menos importante.  Se convino por ambas partes llegaran al unísono a la frontera del río Bidasoa.  Asimismo, se acordó hacer uso de los pabellones que meses atrás se habían levantado para albergar a los firmantes del tratado de paz.  Estos pabellones se habían levantado a expensas comunes sobre la Isla de los Faisanes.  Estaban construidos en madera, con planta costosísima, de tal manera que cada delegación pisase siempre su propio territorio y dentro de los límites de sus respectivas provincias.  Se comunicaban, españoles y franceses, por dos puentes y las inmediaciones estaban custodiadas por dos compañías de soldados.

Para celebrar el primer casamiento, por poderes, nuestro obispo tuvo que interrumpir  la visita pastoral que por aquellas fechas estaba realizando.  Mediante carta, el monarca español le ordenó que asistiera como párroco a la feliz boda.  Con la celeridad requerida para tal ocasión dispuso su viaje haciéndose acompañar por doce canónigos de su Catedral, cada uno con su auxiliar. También le acompañaron veinticuatro presbíteros de la provincia de Guipúzcoa, doce capellanes e igual número de lacayos. También le acompañaron toda la capilla de músicos. Todos ellos iban vestidos con ropas costosas y elegantes.

PREPARATIVOS PARA LA BODA DE LUIS XIV Y MARIA TERESA

 

El 15 de abril de 1660 partían de Madrid Felipe IV y María Teresa, con una nutrida y abigarrada comitiva. Nobles, eclesiásticos, cuatro cirujanos, un barbero, aposentadores, ujieres de cámara, vianda, frutería, cava y sausería, palafreneros, sobrestantes de coches, correos, trompeteros, herradores, dueñas de retrete y otros criados y soldados asistían a las reales personas. Y entre ellos el pintor Diego Velázquez (quien fallecería a la vuelta meses después). La Provincia había movilizado a diez mil hombres para el trayecto por el Camino Real hasta Hernani y de ahí a San Sebastián. Escoltaron por tanto a rey e infanta los diputados generales Pedro Ignacio de Idiáquez y Martín de Zarauz y Gamboa, caballeros de Alcántara y Calatrava respectivamente. El 12 de mayo se detenían en el alto de Oriamendi y en el cerro de San Bartolomé para contemplar la villa y el gentío, que esperaba en el tómbolo, entre otros Domingo Osoro Landaverde, capitán general y un escuadrón de mil quinientos donostiarras, vistosamente uniformados y dirigidos por Bernardo de Aguirre, uno de los alcaldes de la villa. Juan Bautista Martínez del Mazo reproduciría la escena Mientras se disparaban salvas de artillería y mosquetería, Osoro recibió al monarca, a quien el alcalde Francisco de Orendáin ofreció las llaves de la villa.

Tapiz del casamiento del rey

El soberano y su hija fueron hospedados en el palacio de los Idiáquez, que disponía de magnífico oratorio, elegantes patios y jardines. El de los Oquendo y el de los Echeverri, en la calle de la Trinidad, albergaron a otras personalidades como el marqués del Carpio. Las casas aparecían engalanadas con tapices y reposteros en los balcones. El día 13 visitaron el puerto, donde disfrutaron de un espectáculo de ejercicios náuticos ejecutados por marineros y grumetes. El 14 Felipe IV invitó a comer a personalidades francesas, encabezadas por el mariscal Henri de La Tour d’Auvergne, vizconde de Turena, y por el secretario de Estado Michel Le Tellier. Por la tarde acudieron las reales personas a una fiesta en el puerto de Pasajes. Embarcadas en la Herrera, lo recorrieron en una gabarra remolcada por dos chalupas de seis remeros cada una, seguidos por otras y falúas. Algunas con las célebres bateleras, cantadas por Lope de Vega e invitadas posteriormente por el rey para un festejo en el estanque del Real Sitio del Buen Retiro en Madrid. Hubo música de clarines, violines y otros instrumentos, cantos y disparos de saludo de artillería y mosquetería, procedentes de siete fragatas y el galeón Roncesvalles.

Mientras, el palacio donostiarra de Mancisidor acogía a Diego de Tejada, obispo de Pamplona, y a su séquito. Durante el 15 y el 16 se sucedieron las reales audiencias. La mañana del 17 estuvo dedicada a oír misa en la iglesia del convento de San Telmo, destacando su órgano. Transitaron monarca e infanta por sus otras dependencias, especialmente la biblioteca, con su rica colección de incunables y libros, muchos impresos en Flandes. Un festejo vespertino, organizado por el concejo, les permitió observar toda clase de tipos, trajes, escenas y bailes. El 18 regocijo en la marina, con una «pesquería», participando barcos, lanchas y redes por la bahía. Siguieron jornadas con más fiestas y recepciones. Incluso, según Loyarte, Ana de Austria, madre de Luis XIV, acudió a San Sebastián, dándose un animado trasiego entre ésta y San Juan de Luz, donde se hallaba asentada a la sazón la corte francesa. Entretanto hervía la conferencia diplomática en Fuenterrabía.

La mañana del 27 de mayo tuvo lugar la fastuosa celebración del Corpus Christi, presidida por Felipe IV, con la concurrencia de los más granado de la corte española, dignatarios de la francesa y feligresía donostiarra. Por una calle Mayor alfombrada de flores y flanqueada por soldados, el soberano, toisón de oro al cuello, a caballo, se trasladó a la iglesia de Santa María. Penetró bajo palio a los acordes del órgano, mientras repiqueteaban las campanas y descargaban los cañones del castillo. Los asistentes ilustres llenaban, con sus lujosas vestimentas, las tres naves. Los vecinos, con sus mejores galas, ocupaban los huecos restantes, el claustro de Santa Marta y los aledaños del templo. Iluminaban el interior del mismo arañas de cristal y de plata dorada, doce grandes candelabros de plata repujada y profusión de candeleros. Ofició la misa pontifical el obispo de Pamplona, hallándose presente el patriarca de las Indias, arzobispo de Tiro y limosnero mayor Alfonso Pérez de Guzmán. Al organista se sumaron cuatrocientos cantantes y numerosos instrumentos de cuerda.

Luego se desarrolló la solemne procesión eucarística. Aromas y colorido en las calles (rosas, laureles, azahares, tomillos, nardos, juncias y hojas verdes). Policromía de las colgaduras en balcones y ventanas (tapices -algunos flamencos y otros orientales-, reposteros, paños con iconografía mariana o colchas de encaje de bolillos). Salvas desde el castillo y los buques anclados en la Concha; arcabucería desde el frente de Tierra y arenal; y campanadas sacramentales desde todas las iglesias, incluida la de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.

Abrían atabaleros y trompeteros la comitiva, con hacheros a ambos lados. Detrás los miembros de las cofradías donostiarras (San Eloy, San José, San Andrés, San Francisco o la Vera Cruz); mayordomos y maceros; franciscanos, dominicos y jesuitas con acólitos con incensarios; cruces procesionales de las parroquias; caballeros de las órdenes militares; clérigos; nobleza titulada; consejeros regios; ediles; un gran banda de música; la custodia llevada bajo palio por el obispo pamplonés; Felipe IV; embajadores; alto clero; y personal palatino. María Teresa vio desde el balcón principal del palacio de los Idiáquez el cortejo.

Este se allegó a la puerta de Tierra, donde se había erigido un altar. Después de entonar salmos, bailar unos cien danzantes, soltar palomas blancas y lanzarse pétalos de rosa, regresó por San Jerónimo y Trinidad a Santa María, donde se cantó un Tedéum. Continuaron fiestas profanas en la plaza de Armas (Vieja) y otras calles, alegradas principalmente con danzas vascas, hasta bien entrada la noche. El 2 de junio monarca, infanta y séquito abandonaron San Sebastián, navegando de la Herrera a Rentería, desde donde prosiguieron hasta Fuenterrabía.

BENDICIÓN DE LA BODA REAL

 

Casamiento de María Teresa

El día 3 de junio de 1660, don Diego de Tejada y Laguardia bendice el matrimonio real, en la iglesia parroquial de Fuenterrabía entre la infanta española María Teresa de Austria y el rey francés Luis XIV representándolo por mandato especial, el valido de Felipe IV Luis Méndez de Haro para que, en su nombre, accediese a la celebración de aquel matrimonio.  Este casamiento, que realmente fue el legítimo ya que

el otro fue más bien protocolario, de cara al lucimiento personal de los cortesanos asistentes, fue comentado por los representantes franceses que acudieron a la ceremonia haciendo alusiones sobre el buen color que tenía la princesa, la buena salud que parecía poseer y la modestia y sencillez que irradiaba.  En los días del desposorio y entrega, nuestro prelado vistió de librea costosísima, de las mejores que se vieron entonces, y su color pudo servir de vaticinio, si la enfermedad no hubiera segado su vida a una edad temprana, para su posible ascensión al cardenalato.

La boda definitiva de efectuó en San Juan de Luz el día 9 de junio de 1660  El regio acontecimiento fue acompañado por actos deslumbrantes de lujo, exhibición y solemnidad.  Los relatos de la ceremonia hablan de cuentos de hadas y detallan los aspectos más notorios del suceso.  Relatan, por ejemplo, que el traje del Rey de Francia estaba tejido en oro o de que la novia llevaba una capa de terciopelo morado y flores de Lys bordadas con hilo de oro con una mariposa sobre la cabeza. Buena parte de las cortes de Madrid y de París llenaban el bellísimo templo.

A la hora de situarse en el altar para la celebración del matrimonio, las diplomacias situaron a los personajes más relevantes junto a la pareja real, de la siguiente manera: a la derecha el cardenal Mazarino, la madre del rey, Ana de Austria, y el duque de Vendome.  A la izquierda Joseph Zongo Ondodei, obispo de Frejús. La señorita Montpensier, la señorita de Aleçon, duquesa de Guisse, la duquesa de Valois, la duquesa de Saboya y Philippe Manccini, duque de Nevers.  La larga cola de la reina fue llevada por dos de los hijos del segundo matrimonio de Gastón de Orleans, hermano de Luis XIII y tío del rey.

Terminada la misa, los reyes de Francia salieron bajo palio a recibir el homenaje popular.  Ana de Austria, con su vestido rutilante, marchaba detrás del nuevo matrimonio.  Hubo grandes problemas de protocolo en lo tocante a las colas, mantos y demás detalles de la indumentaria femenina de las princesas y de los que ejercía la jurisdicción en la Corte.  San Juan de Luz se hallaba engalanado con tapices y guirnaldas de extraordinaria factura.  Los recién casados se dirigieron a la residencia que tenían preparada para el estreno nupcial.  Ana de Austria acompañó a su hijo y a su sobrina al lecho conyugal y cerró simbólicamente las cortinas.  El 15 de junio la familia real y la corte parieron hacia Burdeos camino de París. Empezaba un nuevo capítulo de la historia de España y Francia.

FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE LAS CARMELITAS DESCALZAS DE SAN SEBASTIÁN

 

Uno de los acontecimientos más importantes que tuvieron lugar durante el tiempo  que nuestro obispo llegó a vestir la mitra navarra fue la fundación del convento de las Carmelitas Descalzasde San Sebastián (o de Santa Teresa).  Este hecho, poco conocido en la biografía de nuestro paisano fue debido al entusiasmo y tesón de don Diego de Tejada y su amigo, el donostiarra Domingo de Hoa.  A través de un intenso intercambio epistolar ambos nos van detallando paso a paso la gestación y construcción del convento carmelitano.  Son cartas familiares, espontáneas e íntimas en las que el obispo se muestra afectuoso y sencillo y en las que denota un gran respeto por la legalidad canónica vigente.

El proyecto de fundación de un convento de carmelitas descalzas en San Sebastián venía de mediados del siglo XVII.  Don Juan de Amézqueta y doña Simona de la Just tuvieron el propósito de fundar un convento de carmelitas descalzas pero ambos fallecieron antes de llegar a ver cumplidos sus deseos.  Don Juan Rat, beneficiado de las parroquias de San Sebastián, fue el encargado de ejecutar el testamento otorgado por doña Simona y, a la muerte de este clérigo ocurrida en 1659, queda como administradora su cuñada Isabel de Ojer.

Con el fin de llevar a cabo el mandato testamentario acudió doña Isabel al obispo de Pamplona para tratar de la fundación, y rindió luego cumplidas cuentas de la testamentaría al vicario general de don Diego, el doctor don Francisco Ruiz de Palacios, quien las aprobó el día 4 de noviembre de 1660.

Isabel de Ojer había estado casada dos veces, teniendo de su primer matrimonio una hija que entró religiosa en el convento de Santo Domingo del Antiguo, en San Sebastián, y otras dos hijastras aportadas por su segundo marido que profesarían más tarde en el convento carmelitano que ahora trataba de fundar.  En 1660 estaba viuda y era señora de la parroquia de Santa María.  En 1672, con 62 años de edad, seguiría a sus hijas en su vocación y profesaría también en la orden del Carmelo.

El 3 de noviembre de 1660, el vicario general de don Diego nombra a don Domingo de Hoa administrador de los 30.000 ducados que quedaban para la fundación y el 22 de noviembre, estimando que el capital disponible era insuficiente, el vicario general ajustó unas capitulaciones con el consejo de la villa de San Sebastián.  Esta cedía, con todas sus pertenencias,  la casa y basílica de Santa Ana, extramuros de la ciudad, en la falda del monte Urgull y sería la única patrona.  Recibiría por una vez 2.500 ducados y tendría derecho de presentación de dos plazas gratuitas de monjas de coro. Las religiosas vivirían  sometidas a la obediencia del obispo de Pamplona.  Con este pago efectuado de la hacienda de doña Simona “la villa se ve por enteramente pagada y satisfecha”.

Una vez formalizada la compra de la antigua basílica, comenzaron las gestiones necesarias para su transformación en convento.  Obtenida la licencia del rey el 3 de septiembre de 1661 don Diego habló con el maestro de obras y carmelita fray Pedro de Santos Tomás que trazó los planos para adaptar el edificio a la vida de una comunidad de religiosas.

 “Venido el padre, vio que no se podía acomodar habitación para 21 monjas, como deseaba el Ilmo. señor Obispo por ser este el número de religiosas que marcan nuestras constituciones y sólo pudo preparar 18 celdas, aunque pronto compraron las madres las casas y huertasadyacentes  para ampliar el convento. En una huerta que donó don Miguel de Oquendo -que hoy es el patio interior- se colocó el aljibe y, con otras donaciones y compras de huertas pudo acomodarse una regular habitación”.

Las obras comenzaron el 17 de abril de 1661. Sin embargo un serio contratiempo amenazaba la continuación de las mismas.  En carta del 26 de abril de ese año, el administrador Domingo de Hoa informa a don Diego de Tejada que el fraile redactor del proyecto sufría “un corrimiento de pecho” y que se estaba tratando con las inevitables sangrías.  El médico de la villa era el licenciado Diego de Martínez Verlanga y el cirujano Juan de Casares.

Don Domingo de Hoa como ya ha quedado dicho era el depositario y administrador de nuestro obispo en la hacienda de doña Simona de la Just.  Era don Domingo algo entrado en años pues el prelado llega a llamarle cariñosamente en sus cartas “vejete”. Gozaba de un gran prestigio y del respeto de los donostiarras que le trataban de “señor Domingo de Hoa”.

En la transformación de la basílica en convento intervinieron muchos donostiarras.  Aparecen como boyerizos, acarreando tablones, arena y cal Ignacio de Insauspe con su criado Thomas; Martín de Cegama con su criado Martín de Arano.  Como arriero sólo consta Francisco de Lubiaga.  Eran los maestros canteros Joanes de Ayerta, Simón Alonso de Ontanilla y otros.  El trabajo de estos maestros y oficiales fue examinado por Cristóbal de Zumarrista y por Simón de Pedrosa.  En su tarea de construcción contaron con la ayuda de los peones Machín de Landa, Joanes de Eizaga, Miguel de Aizpurúa y algunos otros más.

Llama la atención que los maestros canteros o carpinteros no acudieran al trabajo los días de corridas de toros y sí los peones con sus mujeres que les ayudaban y les acarreaban el agua.  La razón de esta discriminación a la asistencia de las corridas puede fundamentarse en la diferencia salarial. Mientras los oficiales cobraban sus relucientes cinco reales de plata por jornal diario, los peones se conformaban con sólo tres y las operarias con dos, y estos de vellón.

El vecino de Igueldo, Sebastián de Amesti, fue el encargado de traer las ocho piedras losas para la sepultura del enterramiento en el nuevo convento, una de las cuales se puede contemplar hoy, pues está en el lienzo de la pared de la iglesia, junto a la puerta; cada una costó tres reales de plata.

Entretanto, don Diego iba buscando a las monjas fundadoras.  En el monasterio de Zumaya no había bastantes, y el de Pamplona no pudo suministrar ninguna porque el general de la orden había prohibido facilitar monjas para las fundaciones que no estuvieran sometidas a su obediencia.  Por otra parte el general no quería fundaciones donde no hubiera frailes de la misma religión.  Del convento de San Joaquín de Tarazona vinieron cuatro religiosas: tres de coro y una lega. Esta religiosas fueron: Isabel Ana de la Encarnación, nacida en Tarazona en 1619. Vino como priora y falleció en 1694.  María de San Bernardo. Vino como subpriora sin que se conserven datos de los particulares de su vida.  María Magdalena de Cristo, nacida en Tarazona en 1618.  Vino como tornera y falleció en 1690. Y por último, Esperanza de San Elías. Llegó como novicia de velo blanco y murió en este convento en 1692 con 59 años.

Según el diario del convento carmelitano, de San José de Zumaya llegaron dos religiosas: Ana María de la Purificación y Mariana de la Cruz. Dicho diario relata,“… y el 18 de julio vinieron de Zumaya las dos madres del convento de San José, acompañadas de su vicario y capellán don Francisco de Orio y otros señores.  El señor obispo salió a recibirlas”.  Otras cuatro religiosas, de velo negro, y una novicia, “fueron llevadas, el 19 de julio, en procesión con toda pompa y solemnidad, por las calles de esta ciudad, hasta el lugar donde se estaba edificando el convento, asistiendo al acto su Señoría Ilustrísima.”  La madre Mariana no pudo acompañar a las demás religiosas en la procesión por haberse indispuesto.  A petición suya retornó el día 21 a su convento de Zumaya para recobrar la salud, acompañada del señor vicario y capellán del monasterio de Zumaya, don Francisco de Orio.  Nunca retornaría al convento.

El mismo día 19, después de la procesión, don Diego celebró misa, dio la comunión a todas ellas y colocó el Santísimo en el Tabernáculo.

El obispo de Pamplona deseaba que dos de las fundadoras hablara vascuence.  De ahí que hiciera llamar a las dos madres de Zumaya, Ana María y Mariana.  Esta última, como se ha visto, tuvo que retornar a su lugar de origen por problemas de salud.  Por lo tanto, de las dos religiosas que el prelado deseaba para su convento con conocimiento de la lengua vasca, sólo quedó la madre Ana María, precisamente la candidata del administrado Domingo de Hoa.

Esta religiosa había nacido en Zumaya en el año 1622 y fueron sus padres Francisco Pérez de Ubillo y Catalina de Goyaga, “personas muy distinguidas por su nobleza y muy amadas de aquel lugar por su gran caridad con los pobres”.  Esta monja ayudó mucho en lo temporal con su habilidad y viveza, siendo el descanso de las demás monjas.  Murió de apoplejía en 1706, con 84 años de edad.

A pesar de que se realizaron obras de ampliación y adaptación a su nueva función, el edificio no reunía condiciones, por lo que fue sustituido por el actual (1686), ampliando el solar por anexión de otros colindantes.

La parte más antigua es la iglesia y el «cuarto alto«, que data de finales del siglo XVII. En el primer tercio del siglo XVIII fueron construidos un patio triangular y un claustro cuadrado de dos alturas y muy reducidas dimensiones, así como otras dependencias (Fray Pedro de Santo Tomás). Mediado el siglo XIX se contruyó la fachada oriental del convento, la elevación de la torre y el campanario. En la década de 1990 tiene lugar la cesión de todo el edificio al Ayuntamiento, con excepción de la iglesia y del «cuarto alto» situado sobre ella, que fue habilitado (José Ignacio Linazasoro y Luis Sesé) como nuevo convento. La rehabilitación del resto del edificio tuvo lugar en los años 2003-2004.

EPISTOLARIO DE D. DIEGO DE TEJADA CON DOMINGO DE HOA

 

La Fundación del convento de las carmelitanas de San Sebastián dio ocasión a un frecuente intercambio epistolar con su amigo Domingo de Hoa, como hemos relatado anteriormente, entre los años 1661 y 1664.  Se conservan 63 cartas casi todas ellas escritas por el obispo y muy pocas por su administrador.  De todas ellas, publicadas por Luis Murugarren en el Boletín de Estudios Históricos de San Sebastián, vamos a transcribir las que, a nuestro juicio mejor reflejan los pormenores de la construcción del convento, en el que nuestro obispo puso todo su empeño.

EPISTOLARIO

Pamplona, 9 de julio de 1661

Padre mío, he recevido la relación y testimonio en el negocio sobre la fundación de el Contº y vienen muy buenos de que hoy, muchas gracias a Vm y, para que se dé cumplimiento a todo lo que se pide de Madrid, falta el consentimiento de la provincia en Junta de Diputación; o, si no, si Vm pudiese juntar a los diputados lo haga y que éstos den su consentimiento, y juntamente es menester que Vm discurra qué será necesario gastar para que la Basílica de Santa Ana esté para hacer las monjas su avitación con todo lo demás aderente de casa e iglesia y, según esto, enviarme una certificación ante escribano, legalizada de otros dos, para que yo pueda remitir todo lo demás aderente de la casa e iglesia, para que yo pueda remitir todo, y perdone Vm este embaraço y le guarde Nuestro Señor, como deseo.

Diego, obispo de Pamplona.


San Sebastián, 12 de julio de 1661

Yllmº señor:  he recivido la carta que Vs I. Ha sido servido escrivirme con aviso de que la relación que remití de la hacienda de doña Simona pareció bien a Vs I. , porque quedó consolado.  Y en cuanto a los papeles que Vs. I. Pide de la aprobación de la Villa de Scriptura y poder que se otorgaron con el vicario general, haciendo fuerza de  la carta de Vs. I. He introduçido su expediente con los del regimiento[1] y están con mucho gusto en hacer la ratificación de lo pasado con nueva instancia y súplica as Su Majestad con loaçión y aprobaçión de las diligencias echas hasta aquí; y, para dar en el blanco fijo, ha pareçido hayan insertos en esta nueba rartificaçión la scriptura y poder que se otorgaron y, para este fin, se están copiando, y sin perder punto se remitirán a Vs. I. Quanto antes sea posible, y para entonces se procurará también reconosçer a Santa Ana y embiar a Vs. I. relaçción de lo que se podrá gastar en prevenir el primer alojamiento de las monjas.  La se Santa María[2] y su hijo vesan a Vs. I. con todo rendimiento, y todos deseamos guarde Dios a Vs. I. los muchos años que hemos menester.

De San Sebastián, a 12 de julio de 1661

Criado de Vs. I. que S. M. V.[3], Domingo de Hoa


Contestación de D. Diego en el pliego de la carta anterior.

Señor mío: Vm. Y yo nos hemos engañado.  Los papeles que yo pido no son los que Vm de dice en esa, sino licencia o consentimiento de la provincia; que los demás ya estaban acá.  Si en la provincia ay diputados que despachan en nombre de ella mientras no ay Junta, puede sacarse…  De manera que lo que pido es: consentimiento de la Provincia para la Fundación y tanteo de lo que se puede gastar en poner la casa y la yglesia abitable con declaración de los alarifes.[4]

Diego, obispo de Pamplona.


Pamplona, 16 de julio de 1661

Agradezco a Vm. El cuidado que pone en la solicitud de los papeles y los guardo para que acavemos de conseguir esta licencia que me questa mucha desazón. Por vida de Vm. No aya descuido en esto, ni tampoco en adbertirme quanto sea de su gusto, que lo haré con muy buena voluntad.

Dios guarde a Vm. Como deseo.

Diego, obispo de Pamplona

V.S.M. de Vm. Diego, Obispo de Pamplona

Murió mi vicario general; me lo encomiende Dios.


Pamplona, 23 de julio de 1661

Señor mío: doy a Vm. Infinitas gracias por lo mucho y bien que a travaxado en la disposición de los papeles[5] tocantes a la fundación del convento de las carmelitas que pretendemos hacer en la basílica y casa de Santa Ana desa muy noble villa, con su consentimiento, en la forma que se capituló[6] po mi vicario, que en presente es en el çielo, de que espero a de tener Vm. gran premio de Nuestro Señor por la intercesión de nuestra madre Santa Theresa.  Todos los remití a Madrid y espero an de ser bastantes para que se consiga la licencia que tanto deseo.  También adbierto yo a los de Madrid lo que Vm. Me dicçe del consentimiento de esa provincia y que basta sólo el de la villa y les doy las raçones que Vm. Me refiere que en mi sentir son consluyentes.  Las plantas de la Casa y Vasílica, y lo poco que a de costar disponen de avitación, celdas y oficinas conforme la declaración del maestro de arquitectura, vienen famosas, y espero an de facilitar mucho este negocio, porque, si con tanta hacienda y con tantas çircunstancias se nos negase la liçencia, no allo se pueda conceder ninguna.  Dios lo disponga como más convenga para su servicio.  Conseguida la liçencia, como espero, trataremos de la Fundación y, si yo hubiese vendido los frutos que tengo detenidos, pagaré de muy buena gana los dos mil ducados para que se de satisfacción a la villa, al inquilino y a la señora;[7] y cuando no los deviera, si me allara con ellos y sin empeños, los diera de muy buena gana de mi hacienda para que no cesare ni se detubiese tan santa Fundación.  Y si no huviese vendido los frutos, mientras los vendo y doy entera satisfacción, haré scripturas de pagar todo lo que la villa quisiere; en fin, llegado el caso dispondremos todo lo que se pudiere en orden a la satisfacción de mi parte, que la deseo infinito, y a que se ponga en efecto, Fundaçión que esperamos a de ser tan de autoridad de esa villa y del servicio de Dios que g. a Vm. como deseo.

V.s.m. de Vm.-

Diego, obispo de Pamplona.


Peralta, 8 de febrero de 1662

He estimado infinito su carta de Vm. de último de pasado por las nuebas que Vm. da de su salud y la de todas esas señoras c. m. b. Y ruego a Nuestro Señor la tenga muchos años.  Tanto como Vm. deseo yo ver açabada esa Fundación y satisfacer lo que devo a la villa, y satisfacer, cuanto antes, que ya boy dando orden se vendan los frutos solo para este fin.  También ablé en Oyón con el padre carmelita, maestro de obras, el cual estava de partida para las Batuecas, con ebediençia de su general a traçar una fundación, y me ofreció volver para Quaresma y que al istante yría a disponer esa,y yo, en ajustándose y executándose esa traça me diere, partiré al punto y assí agradezco a Vm. el cuidado que tiene en prebenir los materiales, y le suplico lo continúe.  He visto el capítulo de la pretensión de doña Magdalena San Joseph y la Just[8] y le remito al vicario general para que le heche a pasear, y en todo lo demás que Vm. me ordenare asistir con fina voluntad a lo que fuere de más utilidad a esa Acienda y servicio de V.m. a quien guarde Dios como deseo.

Peralta y febrero, 8 de 1662

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona, 12 de abril de 1662

Sr. Domingo de Hoa.

El Padre fray Pedro de Santo Tomás, carmelita descalzo, insigne maestro de obras y gran traçista[9] y portador desta, ba, por haverselo yo suplicado, a ver y dar la traça para la avitación de nuestra monxas. Suplico a Vm. que le hospede y regale mucho y le embíe contento con su travaxo y que cuanto antes se execute lo que disousiere, para que, con aviso de Vm y de estar todo dispuesto, yo parta luego a poner por la obra el traer y reçevir las monxas que fueran necesarias, que lo deseo sumamente por ser cosa tan del servicio de Dios, que guarde a Vm en compañía de las seroras,        c. m. b.

Diego, Obpo de Pamplona


San Sebastián 18 de abril de 1662

Yllmo señor: la carta (que) Vs. I. se sirvió escrivirme con el P. Fr. Pedro de Santo Thomas, recibí el viernes 14 deste, que llegó acá; Después de aver reconocido la casa de Santa Ana y reparado en la disposición que tiene para el intento de la Fundación, ayer lunez 17 deste se resolvió y començo a derribar los tabiques viejos para labrar los nuevos que se an de hacer con las dibisiones de celdas y demás pieças, para las cuales se alla raçonable capaçidad; y el padre (parece la tiene buena y entiende bien deste ministerio) diçe acomodará 16 celdas de a 11 pies, demanera que sirvan para adelante y sean permanentes, aunque se ensanche el conbento con tiempo, como si ahora se hiciera nueba planta; y con esto y algunas ruinas que se an allado en los frontales, será necesario gastar bien y más que al doble que lo apuntó el maestro de aca[10]  que no encarbó (¿) tanto esta obra quanto a Vs. I. se embio la memoria.

Para que yo corra bien y asista a esto con puntualidad, suplico a Vs I. como dueño de esta haçienda de doña Simona de la Just, me embie una orden para que, como administrador della, ponga en execución todo lo que traçare y disousiere el padre fray Pedro, pagándolo todo de lo procedido destos vienes.  Y porque este padre, con ocasión de aver venido en compañía de otro religioso[11] natural de esta ciudad, título que le había concedido Felipe IV el día 7 de marzo de este año, se alojó en casa de unos hermanos del compañero, sin embargo de que le teníamos prevenido hospedaje entre don Martín de Ben –presbítero beneficiado de las parroquias de San Sebastián y yo- será bien que VS I. se sirva de ordenarme la satisfacción que a esto se ha de dar a quanto de… al padre fray Pedro por el trabajo de disponer  esta materia para que cumpla yo con lo que Vs. I. me ordenara y quede corriente para mi data lo que en esto se gastare. Guarde Dios a VS. I. por muchos años que sus criados hemos menester.

De San Sebastián, 18 de abril de 1662

Suplico a Vs I. se sirba demandar se mortifique la pretensión de doña Magdalena de la Just, monja de San Bartolomé en que todavía insta.


Pamplona, 27 de mayo de 1662

Allome con dos de Vm. muy gustosso por la buena salud que me diçe goça juntamente con las seroras, cuyas mano beso, y por lo adelantado que la obra de nuestro combento de que doy a Vm. y al padre fray Pedro infinitas gracias.

La campana para él está comprada y pienso que en comodidas, porque es a tres reales por libra. Procuraré remitirla quanto antes. Si con el dictamen del padre prior de San Telmo viniere don Miguel de Obinetaa las órdenes cumpliendo con el examen, le ordenaré, con mucho gusto por cumplir con él de Vm.

Ya tenía noticia de que don Martín de Oloçzaga tenía dinero del prior de Ronçesvallesy estoy haciendo las diligencias; y si Martín de Oloçaga tiene horden para poner aquí la cantidad que tiene ay dicho prior de Roncesvalles, libran los dos mill que yo devo a la Çiudad, en el presente.  Don Christobal Gayarre de Atocha le entregará al prior de Roncesvalles. Vm. haga diligençia, porque deseo salir desta deuda.  Guarde Dios a Vm.

Pamplona y 27 de mayo de 1662

B. s. M. de Vm.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona, 10 de junio de 1662

He salido de un gran cuidado en saber que Vm recibió la letra de los 2.500 ducados de plata que remití el correo pasado, y que está aceptada, porque en eso conocerán esos señores he cumplido de mi parte con lo que me tocaba y no celarán, arrepentidos de la merced que nos han hecho de dar lugar a frabicar en la cassa y basílica de Santa Ana lo necesario para conformar la avitación de nuestras monjas. Vm me enviará la carta de pago y recibo de dicha cantidad en la conformidad que Vm dice como administrador de essos bienes y yo enviaré orden para Vm. entregue los 2.500 ducados a la ciudad…

Si el estafetero puede, llebará oy la campana grande; las chicas no están echas. En aciéndolas se comprarán…

Pamplona y junio 10 de 1662

B. s. M. de Vm.

Diego, Obpo. de Pamplona.

Nota marginal: “Después de escrita esta, he visto la liçencia… general del consejo para la Fundación, y della se hizo relación de la basílica y cassa de Santa Anna, que era la ciudad propio, y que por ella se le dabva de la hacienda de doña Simona 2.500 ducados de plata y el patronato; y con vista se nos da la lioçencia y facultad para la Fundación, con que parece no es menester otra… Para el correo que viene enviaré el libramiento para que Vm. luego entregue los 2.500 ducados de plata a la ciudad… Deseo venga el padre fray Pedro que le he menester para otra obra…”


Pamplona, 13 de junio de 1662

No ha llegado aún el padre fray Thomas o por lo menos asta ahora no me ha visto. Quiero verle para que me diga su sentir de nuestra obra.

Alegróme recibiese Vm. la campana –llegó el día 10 y pesaba cuatro arrobas[12] menos tres libras[13] ;hágase la lengua y el yugo y dispóngase el lugar donde se a de colocar, que yo, cuando vaya, pues a de ser preciso, la bendiciré allá. Las dos pequeñas están mandadas hacer. Remito la libranza porque Vm. entregue los 2.500 ducados a la ciudad; y creo no es menester más facultad que la que da el rey para la fundación, porque en ella se hace expresión de todo. El señor corregidor lo verá. Y Vm. se servirá de emviarme recibo de los 2.000 ducados de plata para mi resguardo con la cédula que yo tenía hecha a favor del amigo D. Juan Ratt (¿) que está en el cielo. No se ofrece otra cosa más de que deseo desembarazarme aquí para cuanto antes ir por allí…

Pamplona y junio 13 de 1662

A las sus seroras V. S. M.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona, 15 de julio de 1662

Tres ducados dava esta mañana porque llevasen la campana, y me enfadé porque no han querido vajar de quarenta Rs. He dado al mayordomo orden para que la embie aunque sea pagando dichos 40 Rs.; si no se vuelven atrás, yrá con esta. No dudo que no se offreçieran asta concluir la obra gastos y reparos, pero ya no hemos de volver atrás ni desmayar, porque a todo nos ha de asistir Dios por medio de Santa Theresa, y doy gracias a Vm. por el que muestra en perfeccionarla dejándola aljive, huertas y çerca, y sólo deseo desembarazarme de aquí para yr a dárselas personalmente y asistirle en lo que faltare. Claro que si el azúcar mascavado[14] no es de provecho, no es raçon se compre; veamos lo que sale y lo que se va descargando y, conforme a ello y lo que tengo escritop, obrará Vm. a quien guarde Dios como deseo.

Pamplona, y julio 15 de 1662

B. S. de Vm.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona 12 de agosto de 1662

Heme alegrado mucho de Vm por saber goça de buena salud que deseo y espero se le ha de conservar nuestro m.s.a. por intercesión de nuestra madre Santa Theresa…He visto la scriptura de donación echa por el general Oquendo[15] a mi señora doña Theresa, su muger, y con el sentir que Vm. me diçe de el Sr. Corregidor, mi primo, y pareçse de Vm,. la buelvo a remitir con la aprovación.

Las obras grandes no es fácil ajustarlas en poco tiempo y lo que Vm. a obrado parece milagro; y por dos y cuatro meses, más o menos, siento es mejor dejarla en perfección antes de que entren las religiosas. Y assí, no perdiendo tiempo, Vm. yrá continuando, que yo, en estando en perfección, con avisso de V. m. me pondré luego en esa ciudad desde cualquier parte que estubiere, y en el ynterín, yré continuando la visita.

No se alla aquí un limón; por vida que si los ay por allá, me envíe los más que pudiere y quédesseme con Dios que la guarde…

Nota del registro de Hoa: “Con la scriptura sobre la huerta de don Miguel de Oquendo. Por averme allado fuera no respondí a esa carta de S.I. Con el ordinario del 21 de agosto avisé del recibo de la scriptura y remití 500 limones, pagando el porte, y costó todo 37 reales de plata.”

Diego, obpo de Pamplona


Estella 4 de septiembre de 1662

Alegrome mucho goçe V. m. de entera salud, sea por muchos años.  Allome en este ciudad asistiendo a las Cortes y a su servicio de V. m.

No dudo que la obra de nuestro combento se abrá adelantado lindamente.  Vm. continúe su cuidado de manera que se logre nuestro buen propósito, yo de mi parte tampoco descuido en lo de las cuatro religiosas en el combento de san Joachin de Tarazona, que han de venir por fundadoras; y como avisé en la pasada, escriví al sr. Obispo pidiéndole licencia ordinaria; aún no he tenido respuesta juzgo que Su Illma. se servirá darla.


Pamplona 6 de enero de 1663

Señor mío: con tan dulce y abundante regalo, como el de sus naranjas y limones, he tenido dulces y regalos, principios y fines de Pascua y año…

Ya se va llegando la primavera y yo deseo verme en ella para que con eso logre el deseo de verme por allá, que hasta entonces no tendré gusto cumplido, siendo el mayor que espero aver de B. S. M. y darle de voca las gracias de tantos fabores como me hace y de lo mucho que ha trabaxado en essa función.

Una cosa he reparado y es que ninguna de nuestras fundadoras save vasquence y parece que necesitaban de alguna que lo ablase y entendiese.  Dígame Vm. su sentir en esto. Y  quédese ahora con Dios que me lo guarde como deseo.

Pamplona y enero 6 de 1663

B. s. m. de Vm.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona 17 de marzo de 1663

Pesaríame infinito que al allarme este correo sin carta de Vm. fuese por falta de salud, que se la deseo como a mi mismo, y si fuera sentido de no haber ordenado a los ahijados…, porque creo que no querrá Vm. que yo obre contra mi conciencia … En pliego del conde de Ablitas escribo a la ciudad, porque vino por su mano la carta, y quiere vaya a por ella.  Pretende (será solicitada de acá) que las fundadoras sean deste convento; de aquí es ya tarde por el empeño hecho con las de Tarazona y porque a los principios solicité yo esas y el general no quiso dar licencia y con el provincial tuve aquí mis vargas sobre el caso porque ni quieren dar sus monjas para fundaciones que no sean de su obediencia, ni quieren fundaciones donde no aya de aver frailes de la misma religión. Con que la pretensión de la ciudad po podrá tener efecto. Irán las nombradas. Llebaremos dos de Zumaya, con que ocurrirá a todo y daremos gusto a la ciudad, y Vm. lo espresse así, que conviene al servicio de Dios que guarde a Vm y de mui buenas Pascuas de su Resurección.

B.s.m. de Vm. su servidor y amigo.

Diego Obpo de Pamplona.


Pamplona, 26 de mayo de 1663

Ya llegó el día Santísimo del Corpus y yo quedo disponiendo mi viaje y despidiéndome para él; arele en la forma que tengo avisado, y avisaré el día que ubiere de llegar a esa ciudad.

Heme llegado saber que la Madri Priora de nuestro nuevo convento aya escrito a Vm. la aya respondido y que aya sido tan curiosa que aya solicitado saber la disposición del convento. Al punto que llegue a esa ciudad embiaré orden para que partan, que ya es tiempo, y yo he menester ganarle para continuar la visita y confirmación de esas montañas de Navarra. Estimo el regalo de las alcachofas, que lo es para mí de suma estimación y viniendo de la mano de Vm.

Nombramiento de capellán.

24 de julio de 1663

Don Diego de Texada y Laguardia, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, obispo de Pamplona… Por cuanto la priora, religiosas y convento de Santa Ana… a sido nombrado y presentado don Pedro Obañanos, presvítero de esta ciudad, por vicario y  capellán de dicho convento con salario de cien ducados de vellón al año y un cuarto de la casa para su vivienda y obligación de servirlas de tal vicario y capellán, y confesar las dichas religiosas y administrarlas los Santos Sacramentos y deçir y celebrar una misa en cada día de precepto por el dicho combento y yntención de quien lo fundó quedándole libre los demás días de trabajo ara que pueda celebrar misa en ellos el dicho capellán a su intención. Y por tanto admitiendo el mismo nombramiento, demos comisión liçencia y facultad al dicho don Pedro de Obanos para que pueda servir de tal vicario y capellán, cumpliendo con las obligaciones referidas… acudiéndole las dichas religiosas con el salario y lo demás referido; y así bien le damos facultad para que, si tuviese algunas capellanías[16] con obligación de decir misa en otras iglesias, las pueda decir y celebrar en el dicho Combento de Santa Ana, para lo cual le dispensamos y comunicamos en la mejor vía que podemos y debemos, sin que se traiga en consecuencia para los demás vicarios y capellanes subçesores; y mandamos a todas y cualesquiera personas assí eclesiásticas como seglares desta ciudad y obispado, tengan, conozcan y reputen al dicho don Pedro de Obañanos por tal vicario y capellán y le guarden los honores, exençiones y libertades que le sean devidas pena de excomunión maior y de doscientos ducados.

Dada en la ciudad de San Sebastián a veinte y quatro de julio de mil seiscientos y sesenta y tres

Diego, Obispo de Pamplona

Por mandato del Obispo, mi señor. Miguel de Ollo, secretario.


Pamplona, 10  de septiembre de 1663

La monja que ajustamos fuese desta ciudad[17] es la portadora desta.  Lleba en plata lo que corresponde a 100 ducados de vellón, una arroba de cera y su cofre son sus alaxillas.  Dexa hecha escritura de pagar al tiempo de la profesión 400 ducados de plata y los alimentos del año del noviciado, que será lo que fuese estilo o lo que estas santas señoras dispusieren. En las que les escribo les doy comisión para que las dé el hávito su vicario o el de Santa María.  A de ser esta señorita una religiosa de importancia.[18]  Vm. me haga merced de disponer la reciban luego y guardese con Dios…

Diego Obpo. de Pamplona.


Galilea, 20 de noviembre de 1663

Salí a ocho deste de Pamplona para este lugar a toda prisa por pedirla una diligencia que era necesaria hacerla para abrir puerta para que Juan Joseph[19] entre en el colegio. Y aunque tengo ajustada esta materia, puede correr riesgo si falto de acá; y assí me veo obligado a quedarme asta verla del todo concluida.

En la remisión de las perdiganas he andado yo tan galante como Viguera, pues la brevedad del viage no dio lugar a embiarlas, y no sólo soy desgraciado en eso sino también en las órdenes de su hijo pues esta Navidad no podré volver a Pamplona y acá no puedo celebrarlas. Abiso a Pamplona para que remitan a Vm. la publicata[20]y si se le hiciera largo el esperar a que yo buelba le remitirán reverendas[21] que yo ni esas puedo despacharlas acá.. Y assí Vm. avise de lo que más fuere su gusto, pero no quede duda que el mío será servirle siempre y en todas partes.

Ya tiene don Joseph Vergara orden para remitir a Vm. los manguitos para las señoras Ysabelas y la Vicentica; si no los huviere recivido, abise que buelva a instar. En lo de la llave ya me parece estará todo ajustado conque no se me ofrece qué decir hasta tener aviso. Esto me lo puede dar Vm. por Pamplona, que de casa me remitirán las cartas.

Guarde Dios a Vm. muchos años.


Calahorra, 7 de diciembre de 1663

Bien juzga el Sr. Vegete[22] que por hallarme en mi tierra y casa estaré muy gustoso, pero lo juzga mal, porque todo es trabajar y rebentar sin tener tiempo par juzgar unas cargadillas; pero ay salud y me alegro mucho de que VM. la goce, que sea por muchos años, años en compañía de las señoras Ysabelas y Vicentica, a quienes beso la mano con todo cariño, y me parece las tendrán en abrigo porque me escribe don Joseph Vergara que remitió ya los manguitos.

Yo he de volver a Pamplona en breve y si Vm. gustale ordenare enyonces a su hijo, y si no le remitirán las reverendas. Alegrome que la señora aya reducídose a dejar las llabes con que juzgo a las madres contentas y gustosas.

Guarde Dios a Vm muchos años como puede y deseo.

Calahorra y diziembre 7 de 1663…

Puedo asegurar a Vm que le enbidio el buen tiempo y umor que gasta, y confieso que para mi todo es… y travaxar, como lo ha dicho en el viaxe y ahora en esta ciudad, porque su Magestad me manda le sirva en los cargos de Virrey y Capellán General deste Reyno, con que me tienen Vm. acá algún tiempo más y siempre a su servicio.Alégrome de que Frazquillo aya ido a Bayona a ordenarse y de que las seroras Ysabellas… queden gustosas con sus manguitos y me pesa que a la madre priora y essas religiosas no le pruebe la tierra; querrá Dios que mexoren y que queden gustosas y con salud. Vm. me las consuele mucho.

Veo los lances y contiendas que han pasado con la serora; lo acertado a sido echar nuebas llabes que podrá ser que con eso se aquiete.

Ya escribo a don Ylarión dándole las gracias y por su carta podrá Vm. saber lo que he obrado en mi viaje, pues no tengo lugar para referirlo en todas.

Guarde Dios a Vm como puede y deseo y le de muy alegres Pascuas en compañía de las seroras Ysabellas y Vicentica cuias manos beso.


Pamplona, 29 de diciembre de 1663

De muy buena gana señor vegete tomara yo de criar buen umor entre sardinas y berçicas; y aunque se gasta mediano, envidio el que Vm. tiene, de que no me pesa, ni menos que se halle con buena salud; que se por muchos años y con nuebas della he tenido muy gustosas Pascuas, y deseando tenga Vm. las de Reyes muy alegres.

Mejor que el palo de acebo e sabido empuñar el bastón, como Vm. bien lo sabe, y ahora sólo deseo gobernarle como más dea del servicio de ambas Magestades. Alegrome que Vm. se alle ya con su Frazquillo, viéndolo ordenado, y de que las señoras Ysabellas y Vicentica, cuias manos beso, se hallen tan gustosas, y la madre priora y compañeras ya más alentadas.

Mucho siento la tenacidad de esa señora: Y si no trata de conformarse con la raçon será forçoso mortificarla; tengo por cierto se ajustará todo sin llegar a esos lançes.

Guarde Dios a Vm como puede y deseo.

Pamplona y diziembre 29 de 1663


Pamplona, 12 de enero de 1664

Amigo y Sr. mío.: recibo la de Vm de 8 del corriente por mano de Martín de Recalde, y en la pretensión de la bara de alcalde del lugar de Barabar asta ahora no han traido los despachos necesarios para hacer la gracia que Vm. me pide; pero en llegando la ocasión procuraré tener particular atención y de modo que su ahixado goçe de buena salud en compañía de las Sras. Ysabellas y Vicentica, cuias manos beso. Las madres no me han escrito correo, si  bien me huelgo se hallen buenas.  No se ofrece otra cosa particular ni hay cosa de nuevo de que avisar.

Guarde Dios a Vm. muchos años como puede y deseo.

Pamplona y Henero 12 de 1664.

Diego obispo ellecto Arzobispo de Burgos.


Pamplona, 26 de enero de 1664

Gran dicha es tener a su lado a Asmodeo, pues con lo que pronostica el gabacho le ha abisado para que se disponga de los abrigos, de versitas, nabos y capones, repastados de maíz y esto bien pude ser pobreça, pero es con regalo. Yo tengo aquella porque los gastos han crecido; cesaron las rentas del obispado y no trae ningunas el virreynato, pero me falta este otro (regalo). Y aunque alguna vez le haya, no puede ser con gusto, porque los embaraços bo dan lugar para ello. Sobre todo me alegro que Vm. y las señoras doñas Ysabellas y Vicentica, cuias manos beso, goçen de buena salud y de que las madres se allen con alguna mexoría, y de verdad que la Madre Sopriora me causa cuydado y sin duda debe de ser el mayor dolor la memoria de su Taraçona. Dios la consuele y la conceda lo que más sea de su servicio y guarde a Vm muchos años como puede y deseo.

Pamplona y enero 26 de 1664.

B. s. m. de Vm su amigo y servidor.

Diego, Obispo ellecto Arzobispo de Burgos.

 

[1] Concejo

[2] Se refiere a la señora de Santa María, Isabel de Ojer, y a su hijastra Isabel de Lara que contaba 23 años de edad

[3]  Su Mano Vesa

[4] Arquitecto o maestro de obras

[5] Las aprobaciones de la villa fueron enviadas a Domingo de Hoa el día 19 de julio.

[6] Pactó; se hizo el ajuste o concierto

[7] Doña Agustina de Hoyos

[8] Sobrina de doña Simona de Just, monja en el convento de San Bartolomé.

[9] Dícese del que dispone o inventa el plan de una construcción, ideando su traza

[10] Don Miguel de Elezalde

[11] Ubilllos

[12] Peso equivalente a 11 kilogramos y 502 gramos o 12 kilos, según lugares.

[13] Peso antiguo equivalente a 460 gramos.

[14] El de caña, de segunda producción

[15] Este general donó una huerta perteneciente a su casa de la Torre, para la Fundación.

[16] Fundación en la cual ciertos bienes quedan sujetos al cumplimiento de misas y otras cargas pías

[17] La señorita Gracciosa Osacar y Ugalde, que tomaría en religión el apellido “de la Santísima Trinidad”.

[18] Tenía 47 al ingresar y destacó por su mortificación y silencio.

[19] Su sobrino Juan José de Tejada

[20] Despacho que se da para que se publique.

[21] Cartas dimisorias en las cuales un obispo o prelado da facultad a su súbdito para recibir órdenes de otro

[22] El cariño que le tienen el obispo a Domingo de Hoa es tal que cambia el tratamiento protocolario de Sr. mío por el apelativo cariñoso de “vegete”.

[24] Parroquias

LA VISITA “AD LÍMINA ” QUE NUNCA EFECTUÓ

 

Siguiendo el ejemplo de sus predecesores, don Diego de Tejada no realizó personalmente la visita “ad límina” preceptuada por Sixto V, en la que todos los obispos tienen la obligación, cada cinco años, de cursar visita al Vaticano para dar cuenta al Pontífice de su gestión.  Ni siquiera sintió la necesidad de excusarse con su falta de salud o cualquiera otra disculpa.  Se limitó sobre el estado de su Diócesis con un breve informe que le remite con fecha 1 de abril de 1663.

En este informe se somete a la censura del Papa a fin de que sus desaciertos tengan la debida corrección -pero no consigna ninguno- y sí algunos aciertos importantes.  Así, dice haber visitado en cuatro años la mayor parte del obispado. Su asistencia a la entrega de la Infanta Real, que coronó la Paz de los Pirineos, le distrajo un tanto de esa labor y de su obligación de asistir a las Cortes de Navarra.

El punto central de su informe está en la situación que describe -en vías de solución- como efecto de la praxis beneficial existente.  En efecto; según nuestro prelado todos los beneficios de la Diócesis, curados o simples, se regían por el sistema de patronato.  Planteaba problemas de régimen de “patronato eclesiástico”, bajo diversas figuras: en unos casos eran los abades de las iglesias, quienes presentaban a los candidatos; en algunas la provisión dependía de los prebendados de la catedral o de algunos abades particulares de las parroquias donde estaban situados tales beneficios; seis o siete correspondían proveer al obispo, como abad de tales iglesias.

La mayoría de los casos de provisión, presentación y hasta colocación, correspondían a los seis monasterios navarros de Cistercienses y Benedictinos.  Los problemas jurisdiccionales entre la Mitra y las Órdenes a que daba lugar esta intervención eran muchos y enojosos.  La provisión se ampliaba a otros actos jurisdiccionales, con visitas pastorales de facto, con resistencias puestas al servicio pastoral del obispo, a apelaciones al Consejo y Cortes del Reino y obtención de posesorios eclesiásticos y espirituales que granjeaban con intrusión y violencia.  Don Diego, empeñado en defender su autoridad episcopal, pide al Papa su intervención en este asunto y el oportuno remedio a favor de la jurisdicción ordinaria episcopal.

Sin embargo, constituía mayor pesadilla para él la resolución de los  problemas, más en número y  en calidad que planteaba el “patronato laical.”  La mayor parte de estos eran presentados por los vecinos de los lugares.  El abuso introducido que denunciaban era claro: en la mayoría de los casos había discordia en las designaciones y eso daba lugar a litigios interminables, animados por intenciones aviesas y estas no eran otras que las de demorar el acto de conferir el beneficio y litigar contra el candidato de la mayoría a veces con pretexto de uno o dos votos obtenidos.  El objetivo final no era otro que el de, con color de compromisos y arbitrajes, llegar a acuerdos y componendas ilícitas como era el de adjudicar a uno el beneficio otorgando al otra una parte -la tercera- de los frutos del beneficio y como pensión vitalicia.  Muchos eran los inconvenientes que surgían de esta práctica abusiva: evidentemente estorbaban el buen gobierno de la Diócesis; en segundo lugar, cargaban todos los beneficios existentes con rentas y pensiones, que dada su cortedad, los hacían insuficientes; por último, daban lugar a escándalos y lo que es peor desde el punto de vista pastoral, a largas vacantes de los beneficios, impidiendo a los posibles beneficiados ejercer su labor pastoral.

Este era el problema, frecuente y molesto, con el que se encontró don Diego de Tejada.  A juzgar por su exposición, parece que supo acertar en el remedio.  En principio prohibió terminantemente toda composición o arreglo.  Anulado el objetivo de los litigios, quedaban estos muy mermados.  En segundo lugar, ponía en cuestión y duda el derecho de ambos litigantes.  A petición de los interesados, daba licencia para someter a árbitros, y se reservaba para sí la confirmación de la determinación, que, en principio había de evitar la imposición de sanciones.  El prelado tenía así la última palabra, a tenor de la calidad del beneficio y de las circunstancias de cada caso.  De este modo los maliciosos hallaban cerrada la puerta a sus ambiciones e intentos de conciertos;  llevados a resoluciones de justicia, y condenado a pagar costas el que perdía, se fueron retrayendo definitivamente de sus manejos.

Aun planteado y resuelto rectamente el problema, significa, no obstante que, en el corazón del siglo XVII seguía viva la cuestión de fondo agitada en el concilio de Trento: cargar la reforma de la iglesia sobre los obispos, exigía la correspondiente concesión de facultades amplias de gobierno y régimen, sin las trabas que el sistema medieval había ido acumulando sobre el ejercicio de sus funciones.

INFORME DEL ESTADO DE LA DIÓCESIS

 

Este es el informe que nuestro obispo envía al Pontífice con fecha 1 de abril de 1663.

 “El cuidado de obediente y la obligación de mi officio me llaman a que dé quenta a V. Bd. del que me tiene encomendado (aunque indigno) en el diócesis de Pamplona, para que a la censura de V. B.d tengan la corrección debida mis desaciertos y consiga mi vigilancia la debida para govierno venidero.

 Este obispado, Santísimo Padre, es el único que tiene este reyno de Navarra y se extiende su término a la mayor parte de la Provincia de Guipúzcoa y a muchos lugares del reyno de Aragón y a algunos de Castilla. Consta de 19 Arciprestazgos y de 833 pilas. La iglesia matriz está sita en la ciudad de Pamplona, que es la metrópoli del reyno y también sede de la dignidad episcopal.  Son los canónigos y prebendados de esta iglesia religiosos de San Agustín y guardan la vida monástica, a cuya causa se reputan por exemplos (aunque sobre estos a muchos ay pleito pendiente) de la jurisdicción ordinaria episcopal y sin embargo goçan de todos los derechos  cathedralicios y en las vacantes exercen todo la jurisdicción ordinaria. El obispo tiene entre ellos voz y voto en los cabildos y elecciones que hacen y porción como un canónigo y en todos los actos públicos y secretos la precedencia y estimación que merecen su dignidad, si bien en ninguno le reconocen prelado por la exemción que affectan.  En la misma ciudad, y sede episcopal, está el tribunal de lo contencioso y lo gracioso perteneciente a la jurisdicción ordinaria, dividido en dos ministerios que lo despachan todo, Vicario general y  oficial principal a nombramiento del obispo.  El oficial es canónigo de la iglesia matriz por costumbre que alegan tener sus prebendados (aunque con dolor de la dignidad episcopal), pues no se halla siempre sujeto que lo pueda ser beneméritamente.

 La elección destos, Vicario General y Oficial, he tenido después que estoy en este obispado cuidado en el acierto, procurando valerme para este ministerio de las personas más doctas, celosas, exemplares y temerosas de Dios que he hallado, y al presente experimento con los que actualmente me asisten todo el desempeño de cuidado tan grande y de mi mayor obligación.  Demás estos ministerios que exercen esta jurisdicción, ay otros tres officiales foráneos repartidos por los arciprestazgos del obispado, uno en el de Vandosella, del Reyno de Aragón, otro en el de la provincia de Guipúzcoa, y el otro en la ciudad de Fuenterrabía, caveça de la misma provincia: estos tienen la jurisdicción limitada a causas pecuniarias, asta la tassa de 600 maravedies y nom más; y en las beneficiales, matrimoniales y criminales no conocen ni pueden, y lo más se les permite en las criminales es sustanciar y remitir.

 En la determinación de las causas se procede conforme a los sagrados cánones. Concilio de Trento y las Constituciones Sinodiales deste obispado, que se conforman con todo con lo dispuesto en el Concilio ||. Ay recurso de las sentencias deste tribunal al Arçobispado de Burgos, quien es sufragáneo este de Pamplona, según la voluntad de las partes se suele apelar, omiso medio, a V.B.D, o a su Nuncio en estos reynos de España.

 Todos los beneficios, assi curados como simples, son de patronato de legos y eclesiásticos, y la mayor parte de aquellos son a presentación de los vecinos de los lugares; a cuya causa las más presentaciones suelen salir discordes, ocasionándose de ellas innumerables litigios, y en el tiempo de mi govierno he experimentado y reconocido que mucho dellos han sido calumniosos y maliciosos, prosiguiéndoles y dando torcedor con sus dilaciones los presentados por la menor parte de los patronos (con grande deseo) a los que tenían conocida justicia, sólo con fin de llegar composiciones ilícitas, las quales paliaban con el color de compromisos y arbitramiento pidiendo para este effecto licencia a los officiales ordinarios, quienes, sin haver hecho los reparos que represento a V.B.D. los han dado. Y los árbitros componían la materia adjudicando a uno de los opuestos el beneficio y a otro la tercia parte de los frutos de pensión vitalicia y otros intereses con el color pro bono pacis et litium expensis; y con esta ocasión apenas vacaba beneficio que tuviese pleito, porque todos solicitaban uno do dos votos, sólo para oponerse al presentado legítimamente por la mayor parte, y molestarlo con pleitos y dilaciones, y obligarlo a concierto con el figmento y color de compromiso; de cuyo abuso reconocí y experimente que en el obispado los más || beneficios estaban grabados con pensiones, siendo assí que todos son muy tenues y que apenas tienen la congrua necesaria para el sustento de los curas y beneficiados.

 Originábase también otro muy considerable inconveniente y es que con estos pleitos estaban mucho tiempo las almas de los feligreses sin pastor y cura propio que le gobernasen y administrasen los Santos Sacramentos (siendo este el mayor cuidado de V.B.D. y de las leyes eclesiásticas), juntándose a estos tan conocidos inconvenientes los graves pecados que se cometían en hacer semejantes pacciones ilícitas y simoníacas.

Considerando pues, Santísimo Padre, tan graves y conocidos daños, tomé por política para su remedio de negar las licencias para hacer semejantes conciertos y compromisos, con este temperamento; que, siendo conocido el derecho de un presentado  las deniego por presumir el fin depravado para que las solicitaban los coopositores, pero reconociendo que el derecho de ambos opuestos y presentados es dudoso y incierto; entonces con licencia (si la piden) para comprometer el pleito de árbitros reservado para mí la confirmación de lo que determine y entonces (procurando siempre evitar presiones) modero, según la calidad del beneficiado y circunstancias del negocio, las adjudicaciones que se suelen hacer, pro bono paces et litium expensis, conformándose con esto con el fin de V.B.D. y del derecho. Y ha sido, Santísimo Padre, de tan eficaz remedio para obviar estos daños esta política, que no es posible decir ni representar a V.B.D. || la mejoría que se experimenta porque, como hallan los calumniosos y maliciosos opositores cerrada a sus deseos y conciertos deprebados, y saben que si se llevan a determinar en justicia su pleitos han de salir condenados en costas, oleumnquen et operam perdent, se retrahen de hacer semejantes oposiciones y intentar tales pleitos, xonque están las iglesias probeidas, quitada la ocasión de las desidias y pleitos, y cerrado el camino a pactos y conciertos tan simoníacos.

 Los beneficios de patronato eclesiástico son todos o lo más a presentación de los Abades de las iglesias donde están, quienes también hacen colaciones dellos, y fuera de algunos que pretenden los prebendados de la iglesia matriz y algunos Abbades particulares de las parrochias adonde están sitios, y seis o siete que tocan a la dignidad episcopal como Abbada de sus iglesias, todos los demás (que son la mayor parte) los prevenden y cobran los religiosos de San Bernardo y San Benito deste reyno, divididos en seis monasterios; y con ocasión destas probisiones se han tomado y quieren tomar tanta mano, que se emplea la mayor parte del cuidado pastoral en defender la jurisdicción ordinaria de sus abusos y ingestiones: pues, no siendo más que meros Abbades de aquellas iglesias se quieren introducir y introducen de echo a hacer autos jurisdiccionales de ellas || queriéndolas visitar y visitándolas de facto y no permitiendo al obispo haga estos ministerios tan de su obligación y cuidado;  con el pretexto de que son exemplos de la jurisdicción ordinaria, no se pueden sujetar por ella a la raçon y, lo peor es, acuden a la Corte y Conssejo (en donde por semejantes acciones de los religiosos que procuran conseguir sus pretensiones a costra de la jurisdicción eclesiástica se ha introducido la corruptela de conocer de posesorios eclesiásticos y espirituales) y allí piden amparo de la posesión, que granjean con intrusión y violencia; y con estos medios que desdicen tanto de su profesión, consiguen introducirse a visitar y mandar las iglesias, tan en perjuicio de la jurisdicción ordinaria.

 Y se puede teme, Beatísimo Padre, el que se levanten con el todo ellas, si V.V.D. no pone el debido remedio, que humilde y encarecidamente suplico.  La provisión destos beneficios simples es de V.B.D. en los meses que tiene reservados; y muchos dellos no excediendo su valor en 24 escudos de oro de Cámara los provehe el Nuncio de V.B.D. en estos reynos.  Y aunque es verdad que V.B.D. me tiene concedida la alternativa para todas las provisiones del obispado y yo lo tengo aceptada, sin embargo no puedo valer de su privilegio, respecto de que en las iglesias a donde avía de tener cabida ay colaboradores inferiores, cuyo derecho no es visto V.B y no parece ser su intento || quitárselos para dármelos a mí.  Respecto de lo cual no goço ni puedo goçar del privilegio de la alternativa sin especial indulgencia de V.B.

 Quatro años ha, Beatísimo Padre, que entre en este obispado, y en este tiempo me he ocupado de visitar la mayor parte del. con grande utilidad de las almas y reforzamiento del clero.  No he podido acabar de visitar, respecto de aver asistido por orden del Rey Cathólico a la celebración del matrimonio de los Reyes Cristianísimos en lo cual, y en este ajuste de las paces que tan felizmente se hicieron entre las dos coronas gasté mucho tiempo, procurando lucir como se debía en actos tan del servicio de V.B.D. y universal provecho de toda la Christiandad.

Sucedió a esta función la convocatoria de Cortes deste Reyno de Navarra, a las quales fui llamado por el Rey Cathólico para asistirlas, por contar aquéllas, entre otros, del braço eclesiástico y por haverse ofrecido muchas y diversas materias que tratar y conferir en ellas, durante cerca de un año, y al final dellas fui nombrado, aunque con resistencia mía, por diputado por el braço ecliasiástico, el cual oficio dura hasta la celebración de otras Cortes. Y por tener Oidores del Rey Católico y convenir a el govierno deste reyno, acepté este cargo y en su execución he proseguido hasta el tiempo presente en asistir a las Juntas que se han hecho pertenecientes al govierno político deste reyno y reconociendo lo embaraçoso y duradero deste officio, me he eximido del y estoy en disposición de || continuar la visita deste obispado y cumplir esta obligación de mi asistencia.

 Este es, Beatísimo Padre, el govierno y estado deste obispado,  V.B. dispondrá lo que más fuere del servicio de Dios nuestro Señor y de B. D. cuya vida guarde como ha menester la Christiandad y yo se lo ruego.

 Pamplona y 1 de abril de 1663                                 Santísimo Padre

                                                                                   Beso el pie de V.B.

                                                                                   Diego. Obispo de Pamplona.

 Al pie: Expedit 15 septiembris 1663. C.C.: danda littera cum responsione.»

DOBLE ELECCIÓN CANONICAL

 

No era menos necesaria la paz en el interior de su iglesia. El Cabildo, reunido en la Preciosa el 7 de enero de 1661, vio la necesidad de proceder a la elección de canónigos y resolvió citar al obispo para “el lunes 10 del corriente a las 10 de la mañana” con el objeto de incoar los trámites acostumbrados.  El Dr. Juan de Echalaz, prior y canónigo; el Dr. Pedro de Saravia, capellán de honor de Su Majestad, canónigo y arcediano de la cámara, y los licenciados Miguel de Sarasa,  capellán de honor de Su Majestad, Martín de Monreal, Enrique de Urriés, y José de Solchaga, todos canónigos y profesores, dijeron ante fray Luis Díez Aux de Armendáriz, comendador de la Merced de Pamplona como auténtica persona que había llegado a sus oidos que el obispo Diego de Tejada, el arcediano de la tabla Francisco de Ayas y otros canónigos adheridos suyos trataban de cubrir algunos canonicatos vacantes sin guardar la costumbre y estatutos de la iglesia de Pamplona y porque esto redundaba en gran perjuicio del culto divino, los suplicantes apelaron en forma el 9 de enero.

Al día siguiente la apelación fue comunicada en cabildo pleno al obispo, al arcediano de la tabla, al doctor Martín Tejeros, Honorio Ibañez, Sr. Tafalla, Pedro Seáis, Dr. Atocha y José de Aisain.  D. Diego de Tejada responde que tenía jurados los estatutos y que su ánimo era guardarlos, si el prior y el cabildo resolviesen que hubiese elección.  A esta respuesta de adhirieron el arcediano de la tabla y consortes con fecha 10 de enero de 1661.

Reunidos los trece canónigos existentes, junto con el obispo en la Preciosa, en el primer tratado del día 10 de enero, todos estuvieron de acuerdo en que se procediese a la elección de nuevos capitulares.  En el segundo tratado (11 de enero), la minoría pretendió que se eligiesen once.  El obispo, con la mayoría, insistió en que fueran siete, dado que las rentas del arcediano de la tabla no permitían más y uno de los nuevos estatutos, jurados por todos, fijó el tope en veinte.  Todos se citaron para proceder a la votación general. El prior hizo una citación particular para hacer la elección en la sacristía principal el día 12 a las 10 de la mañana.

El día 12, entre las doce y la una del mediodía, tuvo lugar la votación.  Asistieron todos. La minoría suspendió su voto. Los demás votaron.  El prior asistió y reguló el escrutinio.  Resultaron elegidos siete como proponía el obispo: el licenciado Miguel de Iribas, el licenciado Diego Antonio Íñiguez, el licendiado Diego de Echarren Martín Pérez de Jáuregui, el Dr. José Martínez de Baquedano, licenciado Jerónimo Andrés de Ezcároz y Juan de Oriosain. Todos ellos con ocho votos cada uno, incluido el de D. Diego de Tejada.

La minoría elevó diversas protestas. El Obispo Diego de Tejada tuvo intervenciones muy cuerdas y oportunas pero la minoría se mostró irracional e intratable.  Los electores señalaron ocho meses de tiempo para la toma de hábito.  En el mismo día vistieron el hábito canonical tres que estaban en la capilla del Santo Cristo esperando el resultado de la votación: Echarren, Pérez de Jauregui y Martínez  de Baquedano. Otros, Iribas y Escároz tomaron el hábito unos días más tarde, el 27 de enero.  La elección de la mayoría duró más de nueve o diez horas.

Una hora antes de esta elección el prior y canónigo disconforme, Saravia y sus seguidores se juntaron, no en la sacristía mayor, donde se habían citado, sino en la casa priorial y eligieron once candidatos distintos sin guardar más solemnidad que la de llamar a un notario y pedirle testimonio de que elegían once sujetos, designándolos por sus nombres. Además de esta elección paralela, los miembros de la minoría opositora, descontentos de la elección “canónica”, apelaron contra ella y obtuvieron del tribunal del nuncio unas letras de inhibición para que la mayoría no diera los hábitos y posesión a los que faltaban se sus electos, informando que ellos habían elegido once candidatos conforme a los estatutos y la mayoría contra dichos estatutos.

Las letras inhibitorias iban contra cualesquiera jueces y personas, mandando llevar a Madrid las actas de ambas elecciones y prohibiendo que el obispo y los suyos molestasen a la minoría ni le impusiesen multas ni les hiciesen vejación alguna.  Sin atender a la inhibición, sacada a su instancia, teniéndola en su poder, el día 27 de enero entre las 7  y las 8 de la mañana, un escribano fue llamado a la casa del prior y,  con asistencia del Dr. Saravia, el prior, Juan de Echalaz, puso el hábito a cuatro de sus electos: Diego de Eraso, Juan de Acedo, Tomás de Beinza y Lucas de Vergara, para que las notificase a la mayoría.  Antes, en el mismo día 27 de enero, la mayoría apeló para el caso de haber obtenido del nuncio, con falsa relación, algún despacho perjudicial a la elección hecha por el obispo y consortes.

Cuando el Prior y la minoría se dirigían a la catedral a dar la posesión a los cuatro novicios que acababan de tomar el hábito, en la puerta de la iglesia, llamada priorial, les salió al encuentro el vicario general, que había sido llamado por la mayoría a quien requirieron que impidiese a los intrusos la toma de posesión que intentaban y les despojara de los hábitos que habían usurpado clandestinamente  y que, como a súbditos, les prohibiera ejercer funciones y actos canonicales. El viario general hizo todo lo que se le pedía amenazando a los desobedientes  con las penas de excomunión y suspensión de oficio y beneficio.  Pero ellos, menospreciando los mandatos del vicario general, con fuerza y violencia penetraron en la iglesia y en el coro, al tiempo de la celebración de los sagrados oficios, sin haberlo podido impedir ni el vicario general ni los canónigos de la mayoría.  El hecho produjo escándalo en la ciudad y en el reino con el manifiesto peligro de que se sucedieran vías de hecho. El mal ejemplo cundió en Sangüesa y Corella.

La mayoría designó  a los licenciados Miguel de Iribas y Diego de Echauren, dos de los nuevos canónigos del grupo mayoritario, para la solicitud del pleito en Madrid, acudiendo libres de todo gasto.  Iban provistos de cartas de recomendación del obispo para el Rey, el inquisidor general, y Diego de Rivera. En ellas se remitía a un memorial, que se entregaba al Rey, y presentaban como principales responsables de los escándalos a Juan de Echalaz, prior; Pedro de Saravia, arcediano de la cámara y Enrique de Urriés, canónigo, pidiendo que los tres fuesen retirados, ya que a él le había sido imposible reducirlos a la paz  y unión.

Luego que Iribas y Echauren partieran para Madrid, el obispo salió a visitar los lugares de la cuenca de Pamplona sin perder de vista la ciudad para hallarse pronto a cualquier eventualidad.  Aquí recibió su carta. Recibió también cartas del nuncio y del auditor, sin más demostración que las generales de cortesía y buena ley. Y con lenguaje duro advirtió a Iribas y Echaurren sobre sus oponentes: “la parte contraria inventará cuantas maldades pueda, introduciendo dilaciones, porque su ánimo es eternizar el pleito. No se ha pedido hasta ahora informe el Consejo, quizás será pereza en la secretaria.  Vuestras mercedes sepan si se ha despachado, que aquí no se perderá a quienes se ha de escribir y de qué manera… y también hagan relación de lo que todos esos señores obran para que les demos las gracias y los alentemos para adelante.  Y esta gente, teniendo justa demostración del señor nuncio, van alargando y hemos entendido han despachado a toda prisa a Roma, a sacar letras inhibitorias contra su Ilustrísima, y el señor auditor, pues para ello se saben despachan un correo a Bayona de Francia y no habrá bellaquería ni maldad que no intenten, pues se olvidan de la obligación de cristianos ofendiendo con tantos escándalos a Nuestro Señor”.

El 10 de marzo de 1661 se leyó en cabildo una carta del secretario Antonio Alosa Rodarte y dentro de ella venía una cédula real pidiendo informes sobre la doble elección y la toma de hábito de los cuatro electos por la minoría. El cabildo encargó a los señores Tejeros y Tafalla que redactaran el informe.  Tafalla, en carta a Echarren, escrita el mismo día, explica mejor lo que el rey quería saber: “En la cédula de Su Majestad nos manda digamos muy en particular los motivos que ha habido para hacer la menor parte su elección y las palabras y excesos que en la elección hubo. Toca también y pide razón de las diferencias y parcialidades que hay entre los de la montaña y los de la ribera, lenguaje que lo inventó el diablo o Saravia, porque hasta que éste vino de Roma, nunca en mi tiempo vi sembrar tal cizaña. Inventóla este buen hombre para llevar tras sí estos señores que, como sencillos, se dejan arrastrar de su malicia, y en esto consiste el imperio de Saravia.  No es posible enviar el informe con esta estafeta; se remitirá en la siguiente. El informe del señor obispo tampoco irá en este ordinario porque es menester tiempo para ajustarlo. Y si hubiese venido para el señor regente, que no lo sabemos, aunque yo creo que sí, irán todos a un tiempo.  Aun no habían echado mano de la inhibición enviada por Echarren por parecerles que no había llegado el tiempo y porque la diligencia de la ordinaria había de ser la que embarazase sus intentos”.

No parece que un memorial impreso del obispo y de la mayoría del cabildo sea informe pedido por el rey, pero podemos estar seguros de que contiene las mismas ideas. Parte del supuesto de que los nuevos estatutos del año 1642 eran válidos y estaban en vigor en el momento presente.  Exponen la doble elección de 1661 y afirman que todas las inquietudes y disensiones han nacido de la quiebra de la cédula real del año 1642 y de los estatutos nuevos que fueron jurados por el obispo y por todo el cabildo, incluidos el prior actual y Saravia, uno de los electores que votaron que el número de electos, no pasasen de veinte y el que con más esfuerzo defendió no excediese de dicho número y siguió el pleito hasta que, en efecto, lo consiguió.  Saravia pretende que sólo le mueve el aumento del culto divino con el mayor número de canónigos, pero parece que su móviles con económicos. Mientras dure el pleito, y él se jacta que va para largo, se ahorrará uno mil ducados que cada año debe de pagar en concepto de vestuario a los siete canónigos nuevos,  sin contar la utilidad que le puede resultar durante el pleito con las vacantes de los canónigos profesos, juntos.  “Últimamente, cuando todo sea como dice don Pedro Saravia, nunca ha podido haber razón para hacer elecciones clandestinas y dar los hábitos y posesión en virtud de ellas; levantar bandos con parcialidades de Ribera, y Montaña…” El obispo y la mayoría del cabildo suplican a su Excelencia pongan el remedio que más convenga a la paz y quietud de la iglesia y sus prebendados.”

En este memorial, sólo de pasada, se alude al breve de Urbano VIII que mandó retener la cámara. El obispo y la mayoría de los canónigos, vivían en un ambiente tal de regalismo, que atribuían más valor a una cédula real que un documento pontificio.  Por cuatro veces, al menos, la Santa Sede rehusó confirmar los nuevos estatutos como anticanónicos. El juramento de observar una disposición anticanónica, ¿obligaba en conciencia?. Algunos canónigos, incluso de la mayoría, como Francisco de Ayas, arcediano de la tabla,  veían la debilidad de la legalidad vigente, lo que no les autorizaba a atropellar otra legalidad, indudablemente vigente, la relativa a la forma de elección de los canónigos, como lo ejecutó la minoría el 12 de enero de 1661.

La carta del obispo a Echaren e Iribas alude a un auto que pronunció el auditor de la nunciatura “tan descabezado, tan irregular y tan contra todo derecho, que se podía temer que, como entonces halló dictamen para él, lo hallase en adelante para otro peor.  El informe de los señores regentes y consejo creo que va hoy y en forma bastante para que estos señores puedan obrar y tomar resolución eficaz para atajar tantos daños como se puedan tener, si esto quedase sin castigo”.

Echarren e Iribas debían exponer a los señores de la cámara que los de la mayoría pudieran proceder a prisiones, multas y otras penas contra los de la minoría y que lo suspendieran, sólo por no dar ocasión a que se perturbase la paz ni hubiese inquietudes ni alborotos en esta república, esperando el remedio de todo del santo celo y justificación de Su Majestad y los señores del real consejo de la cámara.

Por sentencia del 4 de noviembre de 1661 el nuncio mantuvo a Iribas y a sus cuatro compañeros, elegidos por la mayoría, en la posesión de las canongías, de traer su hábito regular, de percibir sus frutos y rentas y de no ser molestados por persona alguna.  En el mismo día dio por atentado todo lo hecho por la minoría desde el 22 de enero. También reformó la inhibición librada a dicho tribunal como si desde el principio se hubiese puesto la cláusula “non retarda execuciones”.

El día siguiente, 5 de noviembre, dio por nula la elección de once canónigos hecha por la minoría el 12 de enero en casa del prior desde las 10 a las 11 de la mañana y dio por buena y válida la elección de siete canónigos hecha por el obispo  y la mayoría en el mismo día en la sala capitular, una hora más tarde. El nuncio otorgó la apelación tan solo en el efecto devolutivo, “non retarda execucione”, con término de cuatro meses.

El 24 de noviembre del referido año, el doctor Juan de Tafalla, en carta a su sobrino el licenciado Diego de Echaurren, acusó recibo de las ejecutoriales, del atentado y reposición, juntamente con el auto de levantamiento de la inhibición, y aquel día, 24 de noviembre, se notificaron en cabildo, donde no se halló Pedro de Saravia, porque siempre estaba convaleciente.  El cabildo, en lo que le tocaba, respondió que le oía y obedecía, y los contrarios le dijeron que lo oían. Se trataría luego de hacerlo notorio a Saravia y juntamente a sus electos, los cuales, al punto que supieron la sentencia, desaparecieron cada uno a su país.  Tomás de Beinza,  llegó la noche anterior y se le buscaría para el mismo efecto.  Tafalla estaba ocupado en trasladar las ejecutorias para trasladarlas a Roma en forma de “vidimus” con el objeto de prevenir allí la inhibición que los contrarios procurarían sacar para impedir las profesiones de los electos por la mayoría y, si acaso se ha sacado, se reforme con el testimonio del estado de la causa y se ponga la cláusula “non retardata execucione”. Saravia procurará detener las profesiones para no pagar los vestuarios.

Antes de que pudiera llegar la temida inhibición, el nuncio mandó dar la profesión una vez terminado el año de noviciado, y acudir con las rentas a los canónigos elegidos por la mayoría.  El 15 de enero de 1662 se notificó el mandato al cabildo y emitieron l la profesión tácita a D. Diego de Echaurren y Martín Pérez de Jáuregui, a pesar de las protestas de tres de la minoría, y el 28 del mismo mes lo hicieron Miguel de Iribas y Jerónimo Andrés de Ezcároz.

La minoría obtuvo unas letras rotales[1] de citación e inhibición en prosecución de la apelación interpuesta ante el nuncio, pero la Signatura de Justicia del Papa reformó la inhibición de la Rota. Saravia no se dio por vencido y el 27 de agosto de 1665 expuso al pontífice que, pese a la apelación y al pleito pendiente, se dieron los hábitos a los canónigos elegidos por la mayoría y fueron admitidos a la profesión.  El nuncio condenó a Saravia al pago del vestuario, que ascendía a mil escudos, de lo cual apeló dentro del tiempo legítimo.  El papa encomienda la causa a León Verospius, auditor de la Rota romana, el cual despachó estas letras de inhibición que, al parecer, no produjeron el resultado apetecido por su peticionario Saravia. A todo esto se gastaron en el pleito, por parte de la mayoría, 13.396 reales.

 

[1] Perteneciente o relativo al Tribunal de la Rota

CONFLICTO SOBRE INMUNIDAD

 

D. Diego de Tejada se vio obligado a intervenir en otro conflicto desagradable.  Juan de Echarriz y Juan Ruiz, acusados de la muerte de Miguel Santesteban, vecino de Lumbier, por el mes de enero de 1659, se refugiaron en la iglesia parroquial de la misma villa.  El alcalde ordinario puso candados a las puertas y prision a los retraídos.  El fiscal eclesiástico pidió al vicario general doctor Francisco Ruiz de Palacios, que actuara contra el alcalde y cualesquiera otros jueces intervinientes para que quitasen los candados y prisiones y no sacasen a los retraídos de la iglesia, ni violasen la inmunidad.  El vicario general fulminó la excomunión y lanzó el entredicho que duró muchos días.

Acto seguido el vicario general pasó a San Sebastián donde estaba el obispo, dejando  en Pamplona con ambas jurisdicciones graciosa y contenciosa, a Enrique de Urriés y Cruzart, canónigo y oficial principal. Instóle a éste la corte a que levantara las censuras contra el alcalde y como se negase a ello, procedieron a ocupar las temporalidades que hallaron en su casa, Él se había retraído a su celda en el dormitorio de los canónigos y aquella noche se trasladó al convento de Santa Engracia, extramuros de Pamplona, y de allí a San Sebastián en compañía de Pedro Morales, curial (empleado subalterno de justicia) en el tribunal eclesiástico de Pamplona.

El obispo recibió varias representaciones del reino y de la ciudad para que levantase el entredicho.  Luis de Haro, valido de Felipe IV y José González que negociaban la Paz de los Pirineos, le pidieron lo mismo de parte de Su Majestad, conviniendo  que se nombrara una sala de competencia en Madrid para la solución del asunto, como en efecto se nombró.  Con esto el obispo retiró la censura a los siete meses.  El Consejo Real mandó restituir a los presos a la iglesia de Lumbier.

De parte de ambas jurisdicciones se buscaron en su archivo los procesos y ejemplares del caso y se remitieron muchos a Madrid, entre ellos este pleito de Lumbier; pero al parecer no se adoptó resolución alguna dejando la puerta abierta a nuevos y más graves conflictos jurisdiccionales.

PROBLEMAS ECLESIÁSTICOS EN LAS CORTES

 

Las cortes, inauguradas en la Preciosa de la catedral el 25 de marzo de 1662, volvieron a ocuparse de varios problemas que quedaron pendientes en la legislatura anterior y de otros nuevos.  En la primera sesión el obispo Diego de Tejada, pidió la naturalización –concesión de los derechos de otro país-, que le fue concedida previa votación secreta.

Dos meses más tarde se vio el capítulo 52 de la instrucción sobre la pensión que se pidió a Su Majestad sobre el obispado.  En el día señalado para debatir el asunto (10 de junio de 1662) no se abordó o no se consignó nada en las actas.  Pero dos días después, en plena deliberación, se registró una instrucción “sobre que el obispo de Tarazona ponga vicario general sobre los lugares que tiene en este reino.” Se ponga por capítulo de instrucción conforme el capítulo 45 de la instrucción de las cortes pasadas.  La instrucción decía que pusiese pleito al obispo de Tarazona sobre el vicario general.

 

Catedral de Pamplona. Puerta Preciosa

Quede también por capítulo de instrucción la pensión del obispado en la forma que está en el capítulo 52 de la instrucción pasada y el memorial dado por la última diputación (26 de mayo de 1662). La instrucción añadía que la Diputación pidiese donativos al clero, casas monacales y regimientos para aumento de la dotación, como lo ofrecieron en tiempos pasados”.

 

En sesión del 12 de julio del mismo año se leyeron unas cartas y un memorial de la ciudad de Tudela, de su insigne colegial y deán de la misma sobre la pretensión de que la colegiata se convirtiese en catedral y el deanato en obispado. Al fin pedían al reino que interpusiese su autoridad. Los tres brazos encargaron a los síndicos que estudiasen los precedentes.  Presentaron un borrador de memorial que las cortes podían dirigir al rey y de las cartas que se podían enviar al monarca, al presidente de Castilla y a los miembros de la cámara.  Fueron analizados, puestos en limpio y enviados el día 15 de julio de 1662.

En el mismo día se vio un memorial sobre el gran número de ermitaños existentes en el reino en grave daño de las religiones del mismo y en contravención de la legalidad vigente. Los tres brazos recomendaron a Lucas de Iblusqueta que informase al reino sobre las leyes vigentes sobre el particular.  El 19 de julio se nombraron dos personas para que hablasen al obispo pidiéndole que publicase censuras contra los taberneros que permitían jugar a naipes y que de paso le hablasen también sobre el excesivo número de beatas y ermitaños, suplicándole en este asunto pusiese forma en el pedir de las limosnas.  El obispo prometió aplicar los medios convenientes para complacer al reino.

Los tres estamentos rogaron al obispo y virrey que calmases las diferencias entre los franciscanos y los capuchinos (4 de agosto de 1662).

La villa de Los Arcos y sus aldeas aspiraban a incorporarse nuevamente al reino de Navarra.  Como la iglesia de la villa estaba unida a la mitra de Pamplona, los vecinos buscaron la mediación de D. Diego de Tejada. Éste presentó la carta a las cortes.  Se fijó el 4 de septiembre para estudiar el asunto y se sugirió al prelado contestase que viniera una persona de parte de aquella villa con todos los papeles relativos a este asunto el 4 de agosto de 1662.  La incorporación a Navarra tardaría casi un siglo en verificarse (año 1753).

Las instrucciones de las cortes de 1662 añadían que, en cuanto el memorial que se había dado en nombre los conventos de Nuestra Sra. del Carmen, Merced y de la Victoria sobre incorporarse a los conventos de Castilla segregándose de los de Aragón, si los interesados acudiesen a la Diputación a pedírselo esta les asistiría para conseguir su intento y actuaría en la mejor disposición posible.

En sesión de la Diputación del día 5  de octubre de 1662 D. Diego de Tejada se opuso a que se enviase al rey el memorial que se había preparado sobre todo lo sucedido en las cortes, entre otras causas porque contenía muchas quejas contra el virrey; pero la mayoría de los diputados fueron del parecer que se enviara  como estaba redactado.

El 9 de diciembre de 1661 se propuso en sesión de la Diputación se iría alguno a dar satisfacción a los de la cámara por no haberles avisado el diputado y el síndico.  Como el asunto se consideró grave, se dejó sobre la mesa.  Dos días después D. Diego de Tejada presento un voto muy largo como diputado, oponiéndose y pidió testimonio de su voto pero todos los demás diputados votaron lo contrario. Es la segunda vez y con exigencias y humos.  El 28 del mismo mes el obispo pidió copia del acta del día 11. Se suspendió la resolución hasta el regreso del secretario Antonio Pérez que tenía los papeles de lo que pasó en aquella sesión. No se menciona más este asunto.

FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE LOS CAPUCHINOS DE FUENTERRABIA

 

Convento de los Capuchinos

Cuando en la primavera del año 1660 el rey Felipe IV pasa por Guipuzcoa camino de la isla de los Faisanes para asistir a la boda de su hija María Teresa, otorga licencia verbal a la orden de San Francisco para erigir un convento de capuchinos en la ciudad de Fuenterrabía, en un paraje denominado Arquelot.  La primera tentativa fracasó por la oposición del Cabildo Eclesiástico de la ciudad guipuzcoana, en ese mismo año.  Pero el Cabildo acabó por dar su consentimiento tres años más tarde y así, el 10 de enero de 1663, el obispo de Pamplona, Diego de Tejada, verdadero impulsor de esta fundación, otorga asimismo su  autorización y toda su ayuda para que este convento sea erigido lo más rápidamente posible. Cumplidos estos requisitos legales, necesarios en aquella época, levantaron  una pequeña iglesia y algunas celdas para habitación de los religiosos, con el propósito de formalizar el convento. Pero no tardó en oponerse a esta fundación el definitorio de los franciscanos, representando los perjuicios que iba a causar a los ya existentes. Fuenterrabía la apoyaba como muy útil a sus habitantes, y aún la había fomentado. La provincia por su parte también había prestado su consentimiento para dicho efecto, bajo la salvedad de que la cuestación de los capuchinos se limitase a los territorios de aquella ciudad y de la entonces universidad de Irún. Pero los franciscanos, lejos de someterse a esta determinación, entablaron un recurso de queja en forma ante el Consejo Real, a cuya oposición salió la ciudad. El resultado que tuvo este negocio fue haberse expedido en 16 de Noviembre del mismo año una Real provisión, por la cual se autorizó a los capuchinos para llevar adelante la erección del principiado convento.

SUS VICARIOS GENERALES

 

D. Diego de Tejada y Laguardia no tuvo más que dos vicarios generales y dos oficiales principales.  El doctor Francisco Ruiz de Palacios desempeñó el cargo de vicario general desde la toma de posesión de la diócesis hasta su muerte. Le sucedió el licenciado Martín Pérez Rodríguez de Segura, natural de Galilea, como el obispo, que ejerció en Burgos el mismo cargo. En 1683 era arcediano de Burgos. El cabildo lo nombró árbitro para llegar a un arreglo en el asunto del pontifical[1] del obispo riojano.

Durante corto tiempo colaboró con la administración de justicia a título de oficial principal el licenciado Enrique de Urriés y Cruzat, canónigo de la catedral de Pamplona, pero a partir del 24 de octubre de 1659 aparece en su lugar el doctor Cristóbal de Gayarre y Atocha que no cesó hasta el traslado del obispo.  Ambos suplieron ocasionalmente al vicario general.

Le ayudaron en la visita pastoral a la Diócesis el doctor Miguel de Iribas, canónigo de la catedral de Pamplona y el licenciado Pedro de Adiós, vicario de la iglesia parroquial de San Nicolás, de la misma ciudad.

 

[1] Conjunto o agregado de ornamentos que sirven al obispo para la celebración de los oficios divinos

ARZOBISPO DE BURGOS Y VIRREY DE NAVARRA

 

Mucho tuvo que brillar nuestro obispo en la Diócesis de Navarra para que el rey Felipe IV le nominara para el Arzobispado de Burgos.  Este hecho se produce el 26 de mayo de 1663  cuando comunica a su amigo Domingo de Hoa que necesitaba ganar tiempo para,  “…continuar la visita y confirmación por esas montañas de Navarra.”  Poco después pasaría 28 días en San Sebastián.   Durante su estancia en esta ciudad fue prenominado por el rey para el Arzobispado de Burgos.

Catedral de Burgos

Su presentación oficial tuvo lugar el 24 de julio de 1663. Una comisión capitular fue a San Sebastián a felicitarle por su promoción.  El día 3 de agosto del mismo año partió camino de Tarazona para hacer la profesión de fe tridentina y el juramento acostumbrado.  El día 1 de septiembre estaba haciendo los preparativos para hospedar y agasajar a veinte personas de Burgos que venían a darle la enhorabuena.  El 26 de dicho mes suponía que los despachos estarían en Roma. En el mismo día caminaron sus libros y alguna ropa hacia Burgos.

Pero poco antes de Navidad el rey le mandó servir los cargos de Virrey y Capitán General de Navarra en funciones lo que motivo el retraso de su salida para Burgos. El 13 de diciembre de 1663 el Rey comunicó al Reino que había confiado al obispo de Pamplona y arzobispo electo de Burgos el gobierno político y militar de Navarra, para evitar los inconvenientes que resultaban que los dos mandos estuviesen separados. En este cargo sigue, por lo menos, hasta el 7 de febrero de 1664.

El día 8 de noviembre  fue a Galilea para interesarse por su sobrino Juan José de Tejada García, y para dar la buena nueva a su familia, donde residió hasta  la Navidad.

A consecuencia de estos nombramientos, D. Diego de Tejada reúne al cabildo de la catedral de Pamplona el día 6 de enero de 1664, y en presencia de todos dijo que “…por cuanto tenía carta de Roma en la que le decían que Su Santidad le había absuelto del vínculo de esta iglesia y hecho gracia del Arzobispado de Burgos, suplicaba al cabildo se sirviese de gobernar el obispado haciendo todos los actos concernientes a dicho gobierno por cuanto su Ilustrísima no lo podía hacer. Y aunque el cabildo le suplicó a su Ilustrísima se sirviese de gobernar dicho obispado, se resistió respecto de sus muchas ocupaciones y se despidió de dicho cabildo.  El cual le suplicó se sirviese de exercer los actos concernientes a la dignidad episcopal en todas las funciones de la catedral como si fuera el obispo de la misma”. Luego asistió a la misa de la Epifanía pero en calidad de virrey que no de obispo. Ni siquiera impartió la bendición.

En adelante se intituló, simplemente, Arzobispo de Burgos.  Cesaron las rentas del obispado de Pamplona, crecieron los gastos y el prelado se vio sumido en la pobreza, porque el virreinato no le aportaba ningún ingreso.  Las bulas le fueron despachadas el 26 de noviembre de 1663. El 10 de diciembre se le concedió el palio.  Tomó posesión de la sede burgalesa mediante procurador el 11 de marzo de 1664; el 14 de abril se despidió del Ayuntamiento de Pamplona; y el 29 del mismo mes le avisó que había llegado a Burgos cinco días antes, aunque no con perfecta salud.  La entrada oficial en la nueva iglesia se efectuó el 28 de abril. Ya tenía licencia del rey para ir a su nueva iglesia. Pero comunicó su llegada más tarde, el 10 de mayo de 1664, excusándose del retraso, entre otras causas por su poca salud, habiéndosele practicado tres sangrías.

Parece ser que la salud de D. Diego de Tejada nunca fue buena. En una de las oposiciones a canónigo de la iglesia catedral de Santo Domingo de la Calzada ya se sintió repentinamente enfermo teniendo que suspender su examen y reanudándolo al día siguiente.  Pasados los años, y ya como Arzobispo de Burgos, vemos a nuestro prelado con los mismos problemas y los mismo remedios: las inevitables sangrías.  A causa de estos achaques D. Diego acudió al balneario de Arnedillo, muy cerca de Galilea, buscando remedio a sus males.  En uno de sus viajes, el efectuado el 13 de julio de 1664, al regresar a Galilea, la muerte le sorprende en la localidad de Corera, a las doce del medio día.  Su acompañante, el jesuita Domingo Casanova, le ayudó a bien morir.

Arcosolio donde se supone reposan sus restos

Su cuerpo fue enterrado en la peana de la capilla del Santo Cristo, en la iglesia parroquial de San Vicente Mártir de Galilea, muy probablemente siguiendo las instrucciones de su sobrino Juan José de Tejada.  Quiso que asistieran a su entierro, funerales y novena todos los sacerdotes del concejo, dando a cada uno seis reales por día, y que se hiciese de oficio mayor, dando de limosna 200 reales y 12 fanegas de tri

go añal y la oblación (ofrenda) de costumbre.  Asimismo mandó que se celebrasen 2.000 misas rezadas donde pareciese a sus cabezaleros (testamentarios) con estipendio de real y medio, y otras 2.000 misas cantadas en toda la jurisdicción, con una limosna de 3 reales.

 

Dejó a la iglesia de San Vicente de Galilea todo su recado y a la iglesia de Corera un alba de las que tenía en Burgos.  Nombró cabezaleros al licenciado Francisco Alonso, beneficiado de Ocón y cura de Corera, a don Andrés Tejada Laguardia, su hermano y a Juan José de Tejada y García hijo del anterior y sobrino del obispo.

Su sobrino Juan José levantó, en el año 1710, una capilla en honor de la Virgen del Pilar, en la iglesia de Galilea, y a ella trasladó los restos de su tío mandando grabar una inscripción que es como su “curriculum vitae” pero que, debido al medio siglo que había pasado desde su muerte, al redactor le falló la memoria, equivocando algún dato.

Casulla

La iglesia de Burgos se resistió a entregar a la de Pamplona la parte del pontifical que le correspondía, pretendiendo no compartirlo con nadie.  A pesar de haber sido condenada con tres sentencias firmes, la última en 1681, alegó que resultaba perjudicada en el prorrateo hecho, computando el valor de la plata con el premio del ciento por ciento en todo, no debiendo tener la renta de este obispo sino en las dos partes, por pagarse la tercera en vellón.  El cabildo de Pamplona dejó el arreglo de estas diferencias en manos del licenciado Martín Pérez Rodríguez de Segura, nacido en Galilea, arcediano de Burgos, antiguo provisor y vicario general de don Diego de Tejada en Pamplona y Burgos. La iglesia de Pamplona no tuvo más remedio que ceder.

El inventario que los burgaleses facilitaron era cortísimo.  Al parecer se ocultaron muchas alhajas, como sortijas, pectorales, y otras piezas pertenecientes al pontifical.  Los gastos del pleito ascendieron a 884 reales.  El procurador Juan del Corral avisó el 16 de noviembre de 1683 que se había hecho la división del pontifical y que a la iglesia de Pamplona le habían tocado las alhajas contenidas en un memorial, que no se ha conservado.  Pero, cuando iba a dar el recibo, murió del Corral.  Fue preciso otorgar otra carta de poder.

Por fin, el 14 de marzo de 1684, casi veinte  años después de la muerte del obispo, Simón de Villamor escribió que las alhajas estaban en sus manos y que había otorgado carta de pago.  Sólo faltaba que el cabildo enviara por ellas con carta de pago a favor del propio Simón de Villamor.

El cabildo encargó al sacristán mayor que las entregase a José de Sesse, bajón de la iglesia de Pamplona, que a la sazón se hallaba allí.  En efecto las trajo con testimonio de que estaban destinadas para el culto y sacristía en la iglesia iruñesa, con lo que se excusó de pagar derechos en Logroño.  No sabemos si los objetos recibidos compensaron los gastos tenidos en Toledo y Burgos.  Quizás para el cabildo, fuera más importante salvar su derecho.

SU EXPOLIO Y ACREEDORES

 

A la muerte del obispo Diego de Tejada, por orden del Consejo Real de Navarra, fueron embargados todos los bienes y frutos del obispo difunto, existentes en ese reino, que eran muy escasos. Enseguida se presentaron varios y poderosos acreedores, que reclamaban el pago de grandes cantidades, unos en concepto de pensiones impuestas sobre la mitra, otros en concepto de sueldos no satisfechos.

Tras un largo proceso, el Consejo Real ordenó a Juan José de Tejada García, sobrino del obispo y cesionario de Jerónimo de Grez y éste de la reverenda cámara apostólica, a pagar de los bienes del espolio, en primer lugar a José de Vergara, presbítero y mayordomo que fue del obispo difunto 600 ducados que les estaban adjudicados por sentencia del propio Consejo por salario de administrador de las rentas del obispo en los años 1662 y 1663, y asimismo le pague el salario que montare la ocupación que ha tenido y tuviese hasta que se concluya este negocio, desde el 16 de abril de 1664 a razón de 200 ducados por año, más 200 reales por luto y gasto  que ha de tener en volver a su casa.

En segundo lugar pague al doctor Esteban de Gayarre y Atocha 20 cargas de trigo y 20 de cebada para fin de pago de salario de dos años y medio que ejerció el cargo de oficial principal de este obispado.

En tercer lugar y grado pague a José de Vergara, al cardenal Pascual de Aragón virrey de Nápoles, a Pedro Antonio de Echávarri, Alonso de Idiáquez y José López de Arguiñano las cantidades siguientes: 11.828 reales de plata y 1.674 reales y 24 mrs. de vellón a José de Vergara por otros tantos que ha hecho de alcance a las cuentas que ha dado de la administración de las rentas del obispo, confirmadas por el Consejo Real[1]; al cardenal de Aragón 31.000 maravedís, dos partes en plata y una en vellón, por otros tantos que se le debe de resta de 200 ducados de pensión que goza sobre este obispado; a Echévarri 163 ducados y seis reales, dos partes en plata y una en vellón, para fin de pago de 300 ducados de pensión sobre la mitra de Pamplona; a Idiáquez 824 reales y 9 mrs. de plata y 7.290 reales y 9 mrs. de vellón para fin de pago de 400 ducados de pensión; a López de Arguiñano 100 ducados de pensión de un año y la prorrata desde el 24 de junio hasta el 25 de noviembre de 1663, presentando primero la bula de pensión.

En cuarto lugar pague a la abadesa, monjas y convento de Santa Engracia de Pamplona 206 ducados y medio que se le deben conforme a relación de libranza.

En quinto lugar pague a Juan de Lana, macero de la catedral, 100 ducados por el valor de la mula que pretende.

En sexto grado y lugar pague a Martín de Orrade 40 ducados por el valor del macho que pide y a Magdalena de Gorriti, como heredera de Pedro de Licurpea, 711 reales que se le deben por la conducción de diferentes cantidades de trigo y cebada.

Absuelve y da por libre a Juan José de Tejada y García de la demanda puesta contra él por Matías de Rada y Juan de Teça los cuales pueden acudir, si lo desean, al expolio de Burgos.  Asimismo le absuelve de la oposición y demanda de Juan Remírez de Urdánoz, que no dice en qué consiste.

Esta sentencia fue confirmada en grado de revista, con que el señalamiento de salario que se hizo a José de Vergara por su ocupación a razón de 200 ducados anuales desde el 16 de abril de 1664, se entendiese a razón de 300 ducados por año desde el primero de enero de 1664 hasta el 15 de julio del mismo año, y desde este último día en adelante se entendiese a razón de 2.000 ducados y que con el alcance que se hizo de la redención de cuentas, por la cual estaba graduado en tercer lugar juntamente con los pensionistas, fuese y se entendiese graduado en primer lugar y grado a todos los acreedores. En lo demás se guardará la forma y orden de dicha sentencia de 26 de septiembre de 1665.

Al pobre Juan de Vergara le valió poco estar situado en primer lugar en la escala de los acreedores. Por falta de fondos no cobro más que 17 reales.

Diego de Laguardia, llamado “el mozo” pariente directo de nuestro obispo por parte de madre, fue procurador de Juan José de Tejada.  Por orden de éste reclamo al Arcediano de la tabla, Francisco de Ayas, todas la raciones de pan y vino que tocaron al obispo a razón de 15 libras de pan y 15 pintas de vino desde el día en que vino a Pamplona hasta el día en que se fue, que ascendían, según sus errados cálculos a 477 robos[2] de trigo y 3.059 reales más 27 cornados[3] de vino. Pidió que se le tomase juramento a tenor de la presente demanda.  El vicario general asintió con fecha 14 de octubre de 1665.

El arcediano juró que no debía nada, salió a la causa y otorgó poder.  La parte contraria, mejor informada, solicitó que el arcediano prestase juramento por los días en que el obispo residió personalmente en Pamplona.  El vicario general denegó la petición por haberse mudado la sustancia de la demanda.  Antes había pedido las raciones por todo el tiempo en que don Diego fue obispo de Pamplona.  Ahora pedía las raciones tan sólo de los días que había residido en la ciudad.  Debía entablar nueva demanda para  la primera audiencia.  Como en cuatro audiencias no puso la demanda, Francisco de Ayas fue absuelto y se impuso silencio de la parte contraria.[4]

Un año después, José de Vergara, mayordomo que fue del prelado difunto, entabló la misma reclamación.  Dijo que, a la muerte del obispo se trabo concurso de acreedores en el Consejo Rel de Navarra por vía de espolio.  Por sentencia del Consejo fueron graduados todos los acreedores y Vergara en primer lugar; pero, por falta de fondos, no pudo cobrar con ser el primer acreedor.  Vergara pretendía que entrase en el cuerpo de bienes del difunto las raciones de pan y vino que el arcediano de la tabla, Ayas, le debía por todos los días de residencia del obispo en Pamplona, pero el interesado respondió no deber nada en tal concepto.  Rechazada la demanda por el Consejo, Vergara la planteó ante el tribunal eclesiástico.  El vicario general negó la admisión a la causa, a no ser que justificase la falta de sustancia en los bienes del espolio para satisfacerle los créditos.[5]

Después de exigir al arcediano ciertos datos, respondió directamente a la demanda diciendo que el obispo difunto le había perdonado todas las raciones.  “Estando platicando con ocasión de los malos años y temporales que corrían en esta tierra y lo poco que valían los frutos y por constarle por esta causa las muchas obligaciones y empeños de mi parte, dixo el señor obispo, por las justas causas y razones que movían su ánimo, que hacía gracia y remitía y perdonaba al dicho mi parte de todo lo que le debía de sus raciones hasta aquel día, como también de todas las que le tocasen en delante de todo el tiempo en que fuera obispo de este obispado sin reserva ni limitación alguna, y el dicho mi parte admitió y aceptó la dicha remisión y en esta conformidad jamás le pidió cosa alguna al dicho señor obispo al dicho mi parte de las raciones dichas”.[6]

En su apoyo presentó cinco testigos: José de Asiáin, de 45 años de edad, canónigo que estuvo presente por el mes de enero de 1661 en el palacio episcopal cuando el prelado perdonó al arcediano todas las raciones; Pedro Sanz Rácaxc, canónigo de 55 años y el doctor Martín Tejeros, canónigo y arcediano de la cámara de 57 años, testigos del perdón como el anterior.  El doctor Onofre Ibanes de Muruzábal, canónigo y subprior, de 70 años no se halló presente, pero lo oyó a muchas personas.  El vicario general, licenciado Roque Andrés de San Pedro, absolvió al arcediano de la tabla de la demanda interpuesta por Vergara en 2 de mayo de 1668.

Entretanto Juan José de Tejada y García, en nombre del espolio de su tío difunto, trató de cobrar de los abades de Grez, Reta, Zorocáin y Ezperun y del vicario de Salinas ciertas cantidades por arriendos y cuartos pertenecientes a la dignidad episcopal.  Se trataba de cantidades pequeñas, que nada resolvía, aún suponiendo que las cobrara todas.

 

[1] Organismo ligado a las vicisitudes políticas de la monarquía castellana, primero, e hispánica, después, que tuvo su momento fundacional con Juan I, en las Cortes de Valladolid de 1385, tras el desastre de Aljubarrota, y fue abolido en 1834 con el triunfo del liberalismo.

[2]  Medida de trigo, cebada y otros áridos, usada en Navarra y equivalente a 28 litros y 13 centilitros

[3] Moneda antigua de cobre con una cuarta parte de plata, que tenía grabada una corona, y corrió en tiempo del rey don Sancho IV de Castilla y de sus sucesores hasta los Reyes Católicos

[4] Fecha  3 de marzo de 1667.

[5] Fecha 1 de octubre de 1667.

[6] Fecha 7 de marzo de 1668.

Fachada del palacio del obispo, hoy propiedad particular

En los últimos años de su vida D. Diego de Tejada mandó edificar su palacio episcopal, comenzando las obras en el verano de 1663, un año antes de su muerte.

El palacio en cuestión lo mandó construir el ilustre prelado a don Juan de Raón, vecino por aquel entonces de Lodosa (Navarra) y uno de los canteros de más enjundia de todo el obispado de Calahorra.  El apellido Raón aparece vinculado en la historia del arte regional a proyectos de diversa índole y particular relevancia.  Vemos cómo el 4 de enero de 1664 Juan de Raón había concertado una cita en Logroño con los pinariegos Andrés Mancio, Francisco de Rioja Blanco y Marcos Castillo, vecinos de Palacios de la Sierra, lugar del que provienen tradicionalmente las mejores maderas utilizadas en obras riojanas, con el único fin de encargarles las vigas, viguetas y demás maderas imprescindibles para terminar dicho palacio.

Los tres pinariegos se comprometieron a poner a pie de obra los materiales que les había encargadoJuan de Raón según una relación pormenorizada de esta forma: la mitad de los mismo para San Juan, de junio, y la otra mitad para San Miguel, de septiembre, de 1664.  Curiosamente, según especificaba el contreato, las vigas tenían que ser de los pinares de Soria, en razón de su mayor calidad.

El edificio se construyó en tres plantas: la inferior de sillería, y el resto de ladrillo encadenado y mampostería. La portada principal se concibió cono elemento unificador de todos sus componentes e incorporó las soluciones más nobles actuando como eje de simetría. En el coronamiento se adosó el escudo del propietario, en cuyos cuarteles figuran las armas del solar de Valdeosera y como remate de todo este conjunto una moldura de mútulos[1] y un frontón triangular sobre el que vuela profusamente el tejado al objeto de proteger de las aguas la estructura de sillares.

 

[1] Extremo de un cabio o viga, que sobresale de la alineación del muro

AÑO    ACONTECIMIENTO

1609.- 6 de marzo. Nace en Galilea (La Rioja)

1627.- 22 de mayo. Con 18 años se gradúa en bachiller en artes por la Universidad de Irache.

1633.-  Ingresa en el Colegio Mayor San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares.

1639.- 23 de enero. Ingresa en el Colegio Mayor el Viejo de San Bartolomé de Salamanca y sale con  el título de Bachiller en Teología. Tiene 29 años.

1639.- 10 de octubre. Se licenció y doctoró en Teología por la Universidad de Irache.

1639.- 14 de octubre. Es elegido por oposición canónigo penitenciario de la catedral de Sto. Dgo de la Calzada. Tiene 30 años.

1641.- 13 de junio.  Nuevamente oposita, en este caso a la canongía magistral de la catedral de Sto Dgo de la Calzada y es elegido para el cargo.

1641.- 15 de septiembre. Toma posesión de la canongía penitencial renunciando a la penitenciaria.

1645.- 29 de marzo. Con 36 años es elegido canónigo magistral de la Catedral de Murcia.

1655.- Es nombrado Obispo de Ciudad Rodrigo.

1658.- 14 de enero. Comunica al Ayuntamiento de Pamplona su designación como obispo de Navarra.

1658.- 6 de febrero. Presentación oficial en Roma.

1658.- 6 de mayo. Despacho de bulas.

1658.- 21 de julio. Otorga poder en Galilea a su vicario general el presbítero Francisco Ruiz de Palacios, para su presentación ante el cabildo.

1658.- 27 de julio. Presenta juramento ante el obispo de Tarazona en Corella (Navarra)

1658.- 30 de julio. Toma posesión de la diócesis de Navarra en el pórtico principal de la catedral.

1658.- 14 de octubre. Llega a Pamplona desde Ciudad Rodrigo.

1658.- 18 de octubre. Hace su entrada pública en la catedral.

1659.- Del 8 al 13 de octubre. Por su obligada estancia en San Sebastián, visita las iglesias de la villa.

1660.- 27 de mayo. Con 52 años oficia de pontifical en la misa y procesión del Corpus a la que asiste el rey Felipe IV.

1660.- 3 de junio. Celebra el casamiento, por procuración, del rey de Francia Luis XIV y de la infanta española María Teresa de Austria.

1660.- 4 de junio. Ejerce como testigo de la renuncia de María Teresa de Austria a la sucesión de la Monarquía española.

1660.- 6 de junio. Los reyes de España y Francia firman la Paz de los Pirineos en cuyo acto está presente el obispo riojano.

1660.- Por elección de Felipe IV, asiste a la entrega de la infanta española al rey francés.

1660.- 22 de noviembre. Compra al Concejo de San Sebastián la basílica de Santa Ana para la fundación de las Carmelitas de San Sebastián.

1661.-  El rey autoriza a don Diego la nueva comunidad religiosa.

1662.- 17 de abril. Se inicia la construcción del convento debido al empeño del obispo.

1663.- 24 de julio. Con 54 años es promocionado por el rey para el Arzobispado de Burgos.

1663.- 3 de agosto. Parte para Tarazona para hacer el juramento de fe tridentina.

1663.- 1 de septiembre. Hospeda y agasaja a 20 personas de Burgos que venían a darle la enhorabuena.

1663.- 26 de noviembre. Se le conceden las bulas como Arzobispo de Burgos.

1663.- 13 de diciembre. El rey comunica al reino que para que los mandos político y militar de Navarra estuvieran separados, nombra a don Diego de Tejada virrey de Navarra.

1664.- 6 de enero. Convoca al cabildo y cede el gobierno del obispado de Pamplona. Asiste a la misa de la Epifanía no como obispo sino en calidad de virrey.

1664.- Toma de posesión mediante procurador del Arzobispado de Burgos.

1664.- 14 de abril. Se despide del Ayuntamiento de Pamplona.

1664.- 28 de abril. Se verifica la entrada en su nueva catedral.

1664.- 10 de mayo. Comunica su llegada a la catedral de Burgos.

1664.- 13 de julio a las 12 horas del mediodía. Con 55 años muere en Corera camino de Galilea cuando volvía de tomar los baños termales de Arnedillo.

  1. Los obispos de Navarra. José Goñi Gaztambide
  2. El solar de Tejada. Ramón José de Maldonado y Cocat
  3. El solar de Valdeosera. Ramón José de Maldonado y Cocat
  4. Historia del Colegio Mayor el Viejo de San Bartolomé de la ciudad de Salamanca. Fco. Ruiz de Vergara
  5. Revista española de derecho canónico. J. Ignacio Telechea Idígoras.
  6. Historia de literatura española. Juan José Alborg
  7. La Fundación de las Carmelitas de San Sebastián. Luis Murugarren
  8. Luis XIV, el rey Sol. José María de Areilza
  9. Historia de España. La Casa de Austria. Instituto Gallachsss
  10. Historia de España. Felipe IV. Ramón Menéndez Pidal
  11. Historia de España en sus documentos. Siglo XVII. Fernando Díaz Plaja
  12. Revista Hispania XIX (1959) España ante la Paz de los Pirineos. Antonio Domínguez Ortíz
  13. El palacio del Arzobispo Diego de Tejada. José Manuel Ramírez
  14. L’histoire du Roy. Daniel M. [1]
  15. San Sebastián 1516-1795. José María Roldán Gual. Instituto Geográfico Vasco

 

[1] Extracto remitido por Michel Avignon del servicio de información y prensa de la Embajada Francesa en Madrid.

Introducción

“Aquí yace el Ilmo. Sr. D. Diego de Tejada y Laguardia, natural de este lugar de Galilea, Beneficiado de Ocón, Colegial Mayor del Viejo de San Bartolomé de Salamanca, Canónigo Magistral de las Santas Iglesias de Santo Domingo de la Calzada y  Murcia, Obispo de las de Ciudad Rodrigo y Pamplona.  En el año 1660 casó a los señores Reyes de Francia Luis XIV y María Teresa de Austria. En el 61 la majestad de Felipe IV lo hizo Virrey y Capitán General del Reino de Navarra. En el 1663 ascendió al Arzobispado de Burgos, de donde en el de 64 vino a los Baños de Arnedillo y habiéndole probado mal, se retiró a su casa de este lugar donde murió el día del Seráfico San Buenaventura 14 de julio de dicho año y ese día le dieron también los cargos dichos, habiendo vivido 53 años. Mandose depositar en la capilla del Santo Cristo de esta iglesia. Pero su sobrino, el Ilmo. D. Juan José de Tejada lo colocó aquí para eterna memoria, quien también yace en este sepulcro.”

Quienquiera que haya visitado alguna vez la capilla levantada en honor a la Virgen del Pilar, en la iglesia parroquial de Galilea, habrá tenido la oportunidad de leer esta inscripción en el arcosolio del Arzobispo D. Diego de Tejada y Laguardia.  Este “curriculum vitae”, grabado por mandato su sobrino D. Juan José de Tejada y Gracia, tuvo siempre, para quien esto escribe, un halo de misterio cada vez que visitaba dicha capilla, desde los tiempos de su infancia.

Sin embargo, ha tenido que pasar mucho tiempo para que, obligado por el momento cultural que vive nuestra localidad [1], y dándose una serie de circunstancias favorables para la investigación de su vida, asuma el reto de acudir a cuantos escritos, inéditos o publicados, hagan referencia a nuestro prelado con el único propósito de darlo a conocer a sus paisanos, las gentes de Galilea,  que secularmente han olvidado a este ilustre personaje, posiblemente por que lo único conocido de él era la inscripción que al principio refiero y que, además, es parcialmente inexacta e incompleta, (por ejemplo: vivió 55 años y no 53 como dice la inscripción; fue nombrado virrey de Navarra en el año 1663 y no en el 61) como veremos más adelante.

Para recabar toda esta información me he apoyado en dos personas que han sido claves para componer esta biografía. En primer lugar el escritor navarro D. José Goñi Gaztambide, autor de la obra “Los Obispos de Navarra”, que desde el primer momento de mi contacto con él todo fueron facilidades para la remisión y asesoramiento de cuanta información le solicité; y sobre todo por su autorización de usar “epítetos o párrafos enteros” de lo escrito sobre nuestro obispo en su vasta obra. No cabe duda de que sin su ayuda esta biografía nunca hubiera podido ser escrita.

En segundo lugar a D. Matías Sáez de Ocáriz, sacerdote del Archivo Diocesano de Logroño que me informó de los caminos a seguir para obtener cuantos datos fueran posibles para la redacción de este libro así como de su metodología.  Siempre me animó a realizar este trabajo a pesar de las dificultades que supone para alguien no iniciado en un evento de esta magnitud, como es mi caso.

Deseo acabar esta introducción manifestando que, al escribir este libro, sólo me han guiado dos razones: de interés personal, una, al desvelar la vida y obra de un personaje irrepetible en la historia de nuestro pueblo del que siempre me interesó conocer su pasado.  De otra, hacer justicia con él, dando a conocer a mis paisanos, y a cuantos deseen acercarse a este libro, la importancia que tuvo en su tiempo y que, de haber vivido algunos años más, no cabe ninguna duda de que hubiera llegado a vestir el capelo cardenalicio en aquella España culta y esplendorosa de la mitad del siglo XVII.

[1]  Téngase en cuenta que esta biografía se comenzó a escribir en el año 1992

Su nacimiento y origen

D. Diego de Tejada y Laguardia nació en  Galilea, (La Rioja),  en aquella época villa dependiente de la jurisdicción de Ocón, el día 6 de marzo de 1609 según lo refleja el libro 2º de bautizados de esta localidad, depositado actualmente en el Archivo Histórico Diocesano[1]. Fueron sus padres Juan Tejada y María Laguardia. Descendía, por línea paterna, de la antigua y noble casa de Tejada, fundada por D. Sancho Fernández de Tejada, general del ejército de Ramiro I de Asturias que en el año 844 venció, con la ayuda del Apóstol Santiago, a las huestes de Abderramán, Emir de Córdoba, en la célebre batalla de Clavijo.

Castillo de Clavijo

Cuenta la leyenda que, en plena batalla campal, en las serranías de ese monte, un capitán del rey, “curtido en buena guerra y animado de santa furia, se destacó de todos, seguido por su mesnada y logró ser el primero en clavar el pendón cristiano en la más alta almena del castillo… siendo su presa, también, el castillo de Viguera.”  El premio real se impuso y el extenso valle de los osos -Valdeosera- con sus pastos y sus montes, desde la tierra hasta el cielo, fue el señorío del capitán.  Más tarde fundo D. Sancho el Solar de Tejada.  Ambos solares son uno mismo de una misma sangre y origen.  Este privilegio se dio a D. Sancho de Tejada con trece hijos y doce caballeros galicianos otorgándoles el señorío de los montes Cadines, en el corazón de la Sierra de Cameros, con el solar y el territorio de los que tomaron apellido, dividiéndolo sus hijos en las trece divisas.  También les dio el rey en común el señorío y jurisdicción del monte Valdeosera, poblado con trece casas, para los caballeros galicianos y su hijo menor, Sancho.

La realidad es que todos los centenares de hijosdalgo ascienden de alguna de las villas, más o menos lejanas del lugar de la famosa batalla.  Sus descendientes, por tanto, pueden pertenecer a uno u otro solar pero teniendo en cuenta que “el de Valdeosera sólo es para descendientes varones y el de Tejada para varones y hembras y descendientes de éstas.”

D. Diego de Tejada, por razón de su ascendencia, fue inscrito en el Solar de Valdeosera en fecha 28 de septiembre de 1656, Vº. 5, Fº 103 en la divisa Juan Valle.

 

SU PREPARACIÓN ACADÉMICA

La Villa de Ocón

Nuestro protagonista, según José Goñi Gaztambide, autor de la obra “Los obispos de Navarra”, no fue un estudiante aventajado. Se graduó en artes por la Universidad de Irache el 22 de mayo de 1627 y con 18 años  “… recibió el grado de Bachiller en Artes Diego de Tejada, natural de Galilea, Diócesis de Burgos.  Se lo dio el padre maestro Fray Bernardo de la Puerta, vicecancelario de la Universidad de Irache y fueron testigos los padres fray Esteban de Usategui y fray Diego de Silva.  Pasó ante mí, Fray Benito de Alarcón, secretario.”.

En el año 1633, con 24 años, ingresó en el Colegio Mayor de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares, donde residió cinco años.

El 23 de enero de 1638 ingresó en el prestigioso Colegio Mayor el Viejo de San Bartolomé de Salamanca, saliendo de él con el título de Bachiller en Teología.

El 10 de octubre de 1639, doce años después de graduarse en artes en la Universidad de Irache, se licenció y doctoró en Teología por la misma Universidad, “… donde era más fácil y costaba menos dinero.”

Monasterio de Irache

(La  Universidad  de  Irache  tenía  su origen en el hospital para el cuidado de los peregrinos que realizaban la ruta del Camino de Santiago, mandado construir por el rey García el de Nájera hacia el año 1.054 sobre un monasterio benedictino del que ya se tenían noticias desde el año 958. En 1615 se fundó en él la Universidad. Sucesivamente fue hospital de sangre (Guerras Carlistas) y colegio de religiosos y museo etnográfico. En la actualidad es un Parador Nacional de Turismo)

 

 

 

[1] En la década de los años 80 el archivo parroquial de Galilea fue trasladado al Archivo Diocesano de Logroño

Colegio San Ildefonso

ESTANCIA DE CINCO AÑOS EN EL COLEGIO SAN ILDEFONSO

 

En el año 1633, con 24 años, ingresó en el Colegio Mayor de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares, donde residió cinco años.

El antiguo colegio Mayor de San Ildefonso era en realidad el núcleo central de la Universidad Complutense y el colegio más importante de los cuarenta que llegó a albergar la Universidad, razón por la que popularmente se identifican ambas instituciones. Las obras de la fachada fueron iniciadas en el año 1537   por Rodrigo Gil de Hontañón, sobre la antigua pared de ladrillo del Colegio Mayor de San Ildefonso. Gil de Hontañón participó como arquitecto en las catedrales de Salamanca y Segovia.

Colegio de San Ildefonso

No hay que insistir sobre el valor de esta edificación, pues figura en todos los manuales y monografías como una de las joyas del patrimonio complutense. Por otro lado, el paralelo con la institución universitaria alcalaína es aún más exacta si tenemos en cuenta que fue la sede del rectorado y el epicentro de su expansión. «Existía en Alcalá —escribe Marcel Bataillon— desde fines del siglo XIII un colegio incorporado desde mediados del XV a un monasterio franciscano. Pero todo estaba por hacerse si se pensaba en una verdadera universidad. El arquitecto Pedro Gumiel trazó el plano del Colegio de San Ildefonso, centro de la fundación, cuya primera piedra colocó Cisneros el 14 de marzo de 1498: diez años habían de transcurrir para que el edificio de Gumiel fuese habitable, y aun entonces no pasaba de ser una humilde construcción provisional de ladrillo y mampostería; sus primeros ocupantes entran en ella no antes del 26 de julio de 1508 y la enseñanza no parece haber funcionado de modo normal hasta el otoño de 1509».

Por lo demás, estos principios directivos del proyecto cisneriano despliegan una cronología que Cayetano Enríquez de Salamanca se encarga de precisar en los siguientes términos: «Anticipándose [Cisneros] a la bula de Alejandro VI —el español Rodrigo de Borja, para que todo fuese español en esta magna obra—, que no se otorgaría hasta el 13 de abril de 1499, por la que se confirmaban y ampliaban los privilegios de los Estudios de Sancho IV, y ante el vivo deseo de ver materializada su genial idea, dado lo avanzado de su edad, procede a colocar la primera piedra del Colegio Mayor de San Ildefonso, núcleo matriz de la Universidad, un mes antes, es decir, el 13 de marzo de 1499». (Alcalá de Henares y su Universidad Complutense, Escuela Nacional de Administración Pública, 1973, p. 133). La construcción del Colegio comienza en 1501, bajo la dirección de Pedro Gumiel, quien ya había diseñado las labores de explanación.
Si bien la construcción de sillería fue elaborada por Juan Ballesteros entre 1599 y 1601, las urgencias que impuso el Cardenal a Gumiel obligaron a emplear inicialmente materiales de mucha menor nobleza: madera, ladrillo y yesería. Ese el el aspecto que tenía el Colegio en su fundación, el 26 de julio de 1508, y de ahí proviene asimismo la famosa anécdota que sitúa a Cisneros soportando las chanzas del Rey, y respondiendo a éste que «otros harán en mármol y piedra lo que yo construyo con barro».
Originalmente, la fachada fue realizada entre 1537 y 1553, bajo las órdenes del maestro Rodrigo Gil de Hontañón. «La edificación —según detalla Alfredo J. Morales— fue iniciada en 1537, como continuación del programa constructivo que durante las dos primeras décadas del siglo había dirigido el toledano Pedro Gumiel. Los preparativos de la obra fueron rápidos, pero la colocación de la primera piedra no se produjo hasta 1542. Once años más tarde se ponía fin a la obra, que sufrió una serie de transformaciones a lo largo del proceso constructivo. Los cambios supusieron un mayor enriquecimiento ornamental y la aceptación de ciertos elementos de carácter más clásico. Como causantes de las alteraciones se considera a los entalladores que trabajaron en la edificación, especialmente a los franceses, bastante numerosos en algunos momentos. Junto a ellos desempeñó un papel destacado Claudio de Arciniega, el cual labró parte de las ventanas superiores, medallones altos y pilares, además de las figuras de atlantes y alabarderos. Rodrigo Gil compuso la fachada en tres módulos, desiguales en altura»

Flanquean la portada dos columnas jónicas y la remata un medallón rectangular donde se muestra la imposición de casulla a San Ildefonso, quien es patrono de la Archidiócesis. Obsérvese que el interior es de una sola nave y no ha sufrido alteraciones de importancia desde la fundación. Integran la planta dos elementos yuxtapuestos, divididos entre sí por un arco toral. Asimismo, queda cubierta por un bellísimo artesonado de estilo mudéjar. Los muros están cubiertos por yesos trabajados a cuchillo, y resumiendo esta profusión decorativa, conviene hacer aquí mención de ese estilo Cisneros, donde se aúnan elementos del plateresco, el mudéjar y el gótico florido.

El conjunto se organiza a través del gran patio de Santo Tomás de Villanueva, de estilo herreriano, llamado antiguamente patio mayor de las Escuelas, que guarda el diseño establecido por Juan Gómez de Mora y cuya construcción concluyó en 1662 José Sopeña. Destacan también el patio de los filósofos, el de San Jerónimo, la Capilla de San Ildefonso y el Paraninfo. Actualmente alberga el Rectorado de la Universidad de Alcalá.

Colegio San Bartolomé

EL COLEGIO MAYOR SAN BARTOLOMÉ EL VIEJO

 

A pesar de que D. Diego de Tejada sólo fue alumno de este colegio salmantino durante algo menos de dos años saliendo de él con el pobre título de bachiller en teología, el hecho de haber pertenecido a esta institución fue determinante para acceder a puestos de gran relevancia en la siempre influyente jerarquía católica.  El prestigio y la preeminencia social que este colegio confería a sus alumnos hicieron que, implícitamente, tuvieran asegurado un cargo de importancia en la dirección política y religiosa España.  Por la importancia que su pertenencia al mismo tuvo en la vida de nuestro protagonista, es por lo que se cree interesante referirse brevemente a su historia.

Colegio San Bartolomé

Los colegios mayores eran centros docentes en régimen de internado que estaban acogidos a la protección real y pontificia y requerían además para su ingreso determinadas condiciones físicas, intelectuales (ser bachiller en una facultad), económicas (carecer de rentas) y y otras circunstancias personales como llevar una vida intachable y tener limpieza de sangre.  La universidad de Salamanca tuvo varios de estos colegios mayores. El más importante fue el de San Bartolomé.

El expediente de ingreso consistía en un protocolo en el que un colegial, nombrado por los colegiales del mismo, reunidos en capilla, entrevista a diferentes personas de distinta edad y responsabilidad del pueblo originario del opositor y su familia, a las que se les somete a un cuestionario de diecinueve preguntas principalmente destinadas a probar su limpieza de sangre, la legitimidad de su nacimiento y su rectitud y buenas costumbres.

Este colegio, como muchos otros creado para ayudar a jóvenes virtuosos y aplicados pero faltos de recursos, fue fundado en Salamanca por el obispo de Cuenca Don Diego de Anaya Maldonado en el año 1408.   En 1760 se derribó el antiguo edificio, para dar paso al actual, por mandato del rector José Cabezas Enríquez, realizando los trabajos Juan de Sagarvinaga. Estos colegios, estrechamente unidos entre sí dieron muy pronto origen a una casta cerrada que llegó a tener en sus manos los puestos importantes del gobierno, las cátedras y los cargos dirigentes de la Universidad.  Disponían estos colegiales de un instrumento legal y también privilegiado, la Real Junta de Colegios, creada a mediados del siglo XVII para entender exclusivamente en sus asuntos; estaba formada por consejeros y camaristas de Castilla “con la expresa condición de haber sido colegiales, los cuales, como fácilmente se comprende, se opusieron siempre a esta evolución y fueron acérrimos defensores de situaciones privilegiadas y abusos inveterados.”  Dentro de la Universidad trataron de usurpar todo tipo de privilegios consiguiendo la exclusiva de la provisión de cátedras que habrán de ser otorgadas por turnos en las facultades de Derecho Civil y Canónico y, con prioridad, en las Artes y Teología.

En lo que respecta al régimen interior de los colegios, habían introducido igualmente todos los abusos imaginables, lo mismo en la provisión de becas, edad y fortuna de los candidatos que en lo referente a las costumbres, régimen de clausura, celibato, absentismo, juegos, etc.

La pobreza, que había sido requisito principal para la entrada en los Colegios, fue por entero soslayada, hasta el punto que eran los colegiales pobres quienes no podían mantener la pompa de trajes y criados que ostentaban los poderosos;  de hecho, estas instituciones se convirtieron en un dominio de la aristocracia, que disponía de ellas como de un feudo.  La indisciplina ya petulancia de los colegiales hacían gala provocaban frecuentes conflictos y hasta alborotos públicos por meras cuestiones de etiqueta o de relevancia social, dando ocasión incluso, a desafíos sobre cuestiones como quién habría de ceder  la acera.  De estos colegios, manejados y protegidos de las casas nobles, colmados de honores, privilegios, distinciones y prerrogativas, ensalzados y favorecidos por los monarcas y los gobiernos, salían la casi totalidad de quienes iban a ocupar los cargos públicos, sedes episcopales y demás dignidades eclesiásticas.

Pórtico colegio San Bartolomé el Viejo

Todos los ministros togados del reino, salvo raras excepciones, habían sido colegiales mayores.  Cuando, más tarde, la reacción contra los colegios les obligó a defenderse, uno de los escritos aparecidos con este fin aducía a los inmensos servicios prestados a la Nación por sus miembros y ofrecía una inacabable relación de los que habían ocupado puestos importes en el gobierno de la iglesia y el Estado.  Los nombres pasan de 5.500 y allí se enumeran: 135 cardenales, 133 arzobispos, 470 obispos, 27 inquisidores generales, 19 confesores de santos, reyes e infantes, 47 virreyes, 90 capitanes generales, 49 presidentes de consejeros de Castilla, 347 consejeros, tres santos canonizados, etc.

Estos colegiales y ex-colegiales y demás afiliados a ellos, formaban una asociación con visos de secreta y juramentada que se extendía por toda España, que todo lo tenía invadido y que ejercía un omnímodo poder en el Estado.  El espíritu de pobreza impuesto por los fundadores se había burlado, las becas pasaron a ser patrimonio de estudiantes nobles y ricos quienes permanecían en el colegio hasta alcanzar un puesto de importancia.

Enfrente de los colegiales se hallaba el resto de los estudiantes que, al no haber logrado el ingreso en los colegios, carecían del rico y seguro porvenir de aquéllos.  Estos “manteístas” – llamados así por el largo manteo característico de quien no podía usar la beca de los colegiales- fueron quienes, a lo largo de todo el siglo XVIII, combatieron con mayor tenacidad contra la casta colegial y defendieron los proyectos de reforma.  Ellos fueron los partidarios de toda innovación mientras los colegiales se acreditaban como los mantenedores del tradicionalismo.  La lucha entre ambos bandos, aun siendo en gran parte ideológica, no lo era de forma exclusiva; había también, inevitablemente, una rivalidad profesional y un odio de clase acumulado durante siglos, estimulado por los abusos de la casta privilegiada, detentadora de todas las ventajas.

Su etapa en S. D. de la Calzada

SU ETAPA CANONICAL. CANÓNIGO PENITENCIARIO

 

Conseguido el doctorado en Teología, inicia una etapa en su vida que le conducirá a opositar continuamente en la  obtención de diferentes canongías en las iglesias catedrales de Santo Domingo de la Calzada, Murcia y Ciudad Rodrigo.

El 14 de octubre de 1639 se presenta como opositor a la canongía penitenciaria de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Del legajo 37 carpeta 18 del Archivo Catedralicio extractamos lo siguiente sobre la provisión:

 

Catedral de Santo Domingo

“En la sala capitular de la Santa Iglesia Catredral de Santo Domingo de la Calzada a 12 días del mes de octubre de 1639, se presenta el licenciado D. Diego de Tejada, colegial del colegio de San Bartolomé de la Universidad de Salamanca ante los señores comisarios (licenciado Gaspar de Melgar

y el también licenciado Pedro de Ocio, racionero) para la oposición, la cual tiene hecha por poder que dio a D. Lorenzo Tejada, vecino y Alguacil Mayor de esta Ciudad, como consta en Autos.  Y para legitimar su persona exhibió título otorgado de Licenciado en Teología por la Universidad de Irache, firmado por el Abad de ella, fray Antonio de Castro en fecha 10 de octubre de 1639 y el título de “Missa” del Sr. Obispo, fray Crisóstomo Caxtelo; su fecha, en Madrid a 12 de marzo de 1633, refrendado por D. Manleo Cazlexo, su secretario.  Y a testamento de verdad, firma el Ldo. Ibañez, beneficiado de Ocón y cura de Galilea, su nacimiento en 6 de marzo, de cuyos títulos doy fe.”

 

Una vez presentada su candidatura a la canongía penitenciaria, D. Diego se retiró de la sala capitular procediendo los señores comisarios a debatir sobre su aceptación, conjuntamente con las de los demás opositores, D. Domingo López de la Viaga, colegial de San Juan Bautista, de Alcalá; el licenciado Sebastián de Castro, de la ciudad de Burgos; el Ldo. Juan Cuervo, colegial del de Santo Tomás de Salamanca; y el licenciado Isidro Sánchez de Villegas, beneficiado de la villa de Mucienses, en Valladolid.

Aprobada su candidatura,  “… declararon al Ldo. Diego de Tejada legítimo poseedor y mandaron que así se le notificase, quedando presto a cumplir todo lo que se le ordene”, y emplazándole para el día siguiente, trece, con el propósito de tomar los puntos del sermón que habían de ser desarrollados al día siguiente ante el tribunal examinador.”

De los tres puntos seleccionados optó por el referido al capítulo 22 del Evangelio de San Lucas, “… que había de predicar mañana, viernes, catorce del corriente a las tres de la tarde.”  Es de suponer que aquella fue una noche de insomnio para D. Diego sabedor de que era una oportunidad única para poder introducirse en el siempre prestigioso círculo  de los canónigos de una catedral, promocionándose, además, para a otras de mayor categoría como más tarde así fue.

El documento sigue diciendo: “El día 14 de octubre de 1639, a las tres de la tarde, después de vísperas, apareció el licenciado Diego de Tejada para efectos de predicar los puntos que le habían tocado 24 horas antes. Y habiéndose sentado Dean y Cabildo de la Santa Iglesia, según costumbre, para oír el sermón, y puesto el reloj de arena y tocado la campanilla, luego al punto, comenzó a predicar; y prosiguiendo el sermón, antes de que se acabase la arena del reloj dijo no podía pasar adelante con su sermón a causa de estar indispuesto”. Con lo cual el señor presidente llamó para que se hiciese detener el reloj de arena y lo que faltaba de la hora se le enseñase a los tres capitulares presentes y a todas las personas asistentes; y habiéndolo hecho pareció faltara la hora más de medio cuarto, poco más o menos.  Como a todos les pareció uniformemente, y a mí el presente secretario -Juan de Bilbao Basozábal- lo mismo, se me mandó poner por auto con los demás del proceso de la oposición”.

Muy preocupado por este contratiempo hubo de quedarse nuestro paisano cuando ese mimo día dirige una carta a los señores Comisarios, Dean y Cabildo de la Catedral justificando su indisposición en los siguientes términos:

 

El licenciado Diego de Tejada, opositor a la canongía penitenciaria que a presente está vacante en esa iglesia digo que por estar indispuesto con calenturas, como consta la verificación que hace el Dr. Berberana, médico. Con la solemnidad necesaria digo no pude acabar de predicar la hora cumplida y de ella faltó medio cuarto de hora como consta, y mi deseo es cumplir con los actos enteramente, hallándome ya consolado. Por tanto a vuestra Santísima suplico darme lugar a volver a predicar en la seguridad que en ellos recibiré particular merced.”

 

Por su parte, el médico que atendió a D. Diego, el Dr. Berberana, redacta una carta dirigida al tribunal exponiendo las razones de su enfermedad y la profilaxis a aplicar para su prevención -una sangría- justificando así, su retirada del examen.  En ella decía: “Nos, el doctor Berberana, médico de esta ciudad de Santo Domingo de la Calzada, como tal médico digo: el licenciado Diego de Tejada, opositor a la canongía penitenciaria de la Santa Iglesia Catedral de esta ciudad, estaba con calenturas hoy, viernes, 14 de este mes de octubre de 1639, al tiempo que teniendo que predicar le aconsejé que estuviera en la cama, se sangrara y se tratara su salud.  Porque, naturalmente, lo hallé con calenturas y actualmente, a las cinco de la tarde, doy esta fe.  Continuándose, y así lo juro a Dios y a esta Cruz, informa ser la verdad y a nombre de ella lo firmo en La Calzada a 14 de octubre de 1639.”

A pesar de esta interrupción, por indisposición, muy bien tuvo que predicar D. Diego cuando el tribunal que le examinaba decidió otorgarle la plaza de canónigo penitenciario de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada.

Canónigo magistral

No se ha encontrado ningún documento que aporte algún dato sobre los dos años que está en posesión de la canongía penitenciaria.  Su vida -es de suponer- transcurriría entre confesiones al resto del cabildo y a su asistencia a los actos litúrgicos propios de su cargo en la Catedral.

No será hasta el año 1641 cuando volvamos a tener noticias suyas como consecuencia de opositar -nuevamente- a la vacante dejada por D. Bernardo Sánchez Valderrama de la canongía magistral de la misma iglesia catedral.  De nuevo tiene que presentar títulos de las licenciaturas al igual que lo hiciera en la oposición anterior.

Catedral Santo Domingo

Así lo hace el día 12 de junio de 1641 “a las dos horas después del mediodía, poco más o menos…”  Su candidatura, al igual que la del resto de los opositores, (D. Isidro Sánchez Villegas, cura de la iglesia; D. Diego de Arencana, canónigo magistral de la colegiata; y D. Manuel Alonso de Azagra, natural de Aldeanueva), es declara legítima y mandan “se le notifique y comparezca pasado mañana, jueves, trece días del presentes  mes de junio, a las ocho horas antes del mediodía.

Otra vez la Sala Capitular de la Catedral de Santo Domingo es testigo de la comparecencia de nuestro paisano para decidir los puntos de los Evangelios que habría de desarrollar en el examen a que sería sometido al día siguiente.  Así, en presencia de los señores comisarios Dr. Balza y el licenciado A. de Aguirre, del secretario, que ya lo fue de la anterior, Juan Basozábal y en presencia de los demás opositores y mucha otra gente, sacando una Biblia, conforme los disponen los estatutos de la Santa Madre Iglesia, y abierta por un niño inocente con un cuchillo, la abrió por tres partes, estando cerrada dicha Biblia por medio.

 

VOTACIÓN DE LA CANONGÍA

Vemos reunidos nuevamente a los prebendados [1] capitulares de la Catedral, Deán y Cabildo para designar al opositor más cualificado que ha de llevar la canongía magistral de la Santa Iglesia.  Todo está preparado para la votación.  La Sala Capitular está acondicionada para tal ocasión y cada uno ocupa el lugar que le corresponde. Empieza el ceremonial con la solemnidad que requiere el acto, pero antes de votar “… el licenciado que presidía, D. Martín de Lapuente, hizo una larga exhortación práctica, atendiendo primero a lo que dispone el Estatuto.  Y antes de tomar células los señores capitulares para votar[2], cogieron un misal del Santo Cristo que está en un bufete adornado con velas encendidas y quitado de todo amor parentesco o afición (hacia los opositores), dijo que votaran a la persona que su conciencia le dictase y más conveniese al servicio de Dios, a nuestro bien  y a la utilidad de la Santa Madre Iglesia”.

Los capitulares, por orden de antigüedad, se fueron levantando de dos en dos y de rodillas, delante del Santo Cristo y Misal y puestas las manos sobre ellos “juraron todos juntos con fuerza e ilusión el referido juramento.”  Sin embargo, hubo uno de ellos, el Licenciado Hernández, que, por causas que no se relatan, no asistió a uno de los sermones de los opositores.  Por tal motivo facultó al Licenciado Arara para que, en su nombre, “votase a la persona que le pareciese” lo cual fue admitido por Deán y Cabildo.  A cada capitular se le dieron cuatro cédulas con el nombre de cada opositor, por antigüedad, excepto las correspondientes al licenciado Hernandez que fueron entregas al S. Arara.

La votación comienza. Para depositar las papeletas se ha habilitado una arquilla que tiene dos senos, que la colocan sobre el bufete.  Esta arquilla – verdadera urna electoral- tiene grabada una letra en cada uno de los senos: “A”, que denota los aprobados y, en el otro lado, “R”, que denota los reprobados.  A continuación, cada uno de los capitulares, en orden de antigüedad, fue depositando las células.  En el seno marcado con la letra “A” para quien ha de llevar en adelante el peso de la canongía.  En el seno “R” los que, a su juicio, no hubieran superado la prueba.

Una vez acabada la votación, los dos capitulares de mayor edad fueron sacando una a una las papeletas depositadas, leyendo en voz alta de la manera y forma siguiente. (Todos ellos -dieciséis- votaron a D. Diego de Tejada). Comprobados dichos votos fueron a llamar a D. Diego de Tejada con el fin de hacerle notoria dicha elección.  El nuevo magistral entró en la Sala Capitular donde el Presidente le comunicó el nombramiento que el Cabildo había hecho en su persona.  Inmediatamente se postró de rodillas delante del Presidente y poniendo las manos sobre un Santo Cristo y un Misal, le prometió guardar los Estatutos de la Catedral y no buscar nunca el relajamiento de este juramento, pero si lo hiciere y alcanzase, aunque sea concedido graciosamente de Su Majestad o persona que potestad tenga para ello, tantas cuantas veces lo alcanzase le fueran concedidos tantos juramentos y ni uno más.”

Finalizado el acto de la toma de posesión, D. Diego acepta el cargo no sin antes hacer protestación de que “si dicha canongía no le fuera cierta y segura, por pleito que pueda hacer el anterior poseedor[3],  no se apartara ni desiste del derecho y posesión que tiene sobre la Canongía Penitenciaria de esta Santa Iglesia.”.  Como se ve, D. Diego se cura en salud.

Salieron los señores Comisarios de Capítulo y, juntamente con nuestro paisano, se dirigieron a las gradas del Altar Mayor rezando la oración de la Santísima Trinidad y dando gracias.  Y desde allí se fueron a la reja de la capilla del Santo y, delante de su imagen, dijeron la oración de los confesores no pontífices. El lugar que le asignaron fue la sexta silla, comenzando por la episcopal, que tiene por vocación a San Bartolomé, “y le señalaron esta silla para que en ella residiera en la Canongía, así como en las horas canónicas y en los diurnos oficios.  Y luego echó mucha cantidad de dinero en señal de posesión, como era costumbre.

Con este acto daba por terminado el ceremonial.  Las costas causadas por el proceso, fueron como sigue: un doblón de oro para los testigos Manuel Hidalgo Pertiguerpo, Domingo Seso y Berenciano Gazmio. Como ayuda a los tres opositores no aprobados la cantidad total de 600 reales, de la siguiente manera: 300 al Dr. Manuel Alonso de Azagra; 200 a Diego de Arencana; y los 100 restantes al Dr. Villegas.  Todo ello fue pagado en la mesa capitular.  Este montante, además de las costas pagadas en este proceso, “por los partes de cartas, lo actuado y lo adelantado, lo ha de hacer bueno D. Diego de Tejada en su casilla ente Dean y Cabildo de la Catedral.”

 

[1] Dignidad, canónigo o racionero de alguna iglesia catedral o colegial

[2] Cuatro: una por cada opositor.

[3] El dimisionario Bernardo de Sancha, entonces canónigo penitencial de la Catedral de Cartagena

Murcia y Ciudad Rodrigo

Catedral de Murcia

A lo largo de cuatro años ejerce como titular de la Canongía Magistral en la Catedral de Santo Domingo de la Calzada sin que, tampoco ahora, nada conste en el archivo de su labor desarrollada en ese tiempo.

Con fecha 29 de marzo de 1645 lo vemos con el mismo cargo en la Iglesia Catedral de Murcia.  No hay documentación referida a su paso por aquella ciudad.  Nos limitaremos a constatar el hecho.

De la catedral de Murcia pasaría a la catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca), desde donde sería catapultado hacia el episcopado.  En cuestión de meses pasa de la titularidad de la Canongía Penitenciaria al puesto, siempre influyente y determinante en aquella época de Inquisidor de la Diócesis, para acabar siendo nombrado obispo.  Don José Goñi Gaztambide en su obra ya citada dice que debió de contar con algún influyente valedor para que el rey Felipe IV lo nombrara obispo de Ciudad Rodrigo, con la subsiguiente aprobación del Papa Alejandro VII.  En la estadística diocesana de aquella ciudad, del año 1975, y en su Episcopologio, sólo indica que fue propuesto para el cargo de obispo el 31 de enero de 1656. Estaba a punto de cumplir los 47 años.

Catedral de Ciudad Rodrigo

¿Con qué valedor pudo contar nuestro obispo para merecer tan alta honra?. ¿Fue acaso su cargo de inquisidor diocesano el que determinó este nombramiento?.  El historiador de los obispos de Ciudad Rodrigo nada dice de su actuación al frente de aquella Diócesis.  El único dato que conocemos acerca de su persona lo refiere el libro número 12 de las Actas Capitulares del Archivo Catedralicio de esta ciudad cuando dice:

 

“... se asienta un mandamiento al presidente y Cabildo de la Catedral, para que despachen título y mandamiento de posesión de la prebenda de racionero entero, en favor del licenciado Juan García de Pereda, clérigo presbítero de la Diócesis de Burgos, su familiar y mayordomo, por haber quedado vacante tras la muerte de Don Diego de Villanueva.  Su fecha 7 de diciembre de 1657”.

Pamplona, cénit de su carrera

PAMPLONA CENIT DE SU CARRERA EPISCOPAL

 

Catedral de Pamplona

Poco interesante  hubiese sido la vida pública de nuestro paisano de no haber sido promovido a la Diócesis de Pamplona.  En estos seis años al frente de la diócesis navarra – del 14 de enero de 1658 al 6 de enero de 1664- es cuando su vida pública cobra una mayor notoriedad.  No olvidemos que su campo de actuación abarcaba, además de la propia Navarra, la provincia de Guipúzcoa y parte de Aragón, y que al tener fronteras comunes con Francia, contra la que se estaba guerreando continuamente, se encontraba en una posición privilegiada para poder celebrar futuros pactos y concordias como más adelante así fue.

El 11 de junio de 1657 se sabía en Pamplona que la sede de San Fermín iba a quedar pronto vacante, porque el rey había hecho mención a su titular, Francisco Alarcón, del obispado de Córdoba.  De acuerdo con las instrucciones dejadas por las Cortes, la Diputación decidió elevar una instancia al monarca pidiendo la mitra de Pamplona para algún obispo navarro.  El memorial fue enviado dos días más tarde.  Se alegaba como motivo lo mucho que el reino había servido a la Corona desde el año 1636 en las guerras de Francia y Cataluña, y ciertas promesas genéricas que le había hecho el soberano.  La Diputación se abstenía de recomendar ningún candidato concreto.  Le bastaba que el nuevo obispo fuese natural del viejo reino Sin embargo los anhelos de Navarra no fueron tenidos en cuenta por el gobierno de la Nación, que se vio asediado por pretendientes.

Aunque el candidato del rey no era navarro, al menos procedía de una región vecina que en tiempos perteneció a la monarquía de Pamplona y cuyos habitantes eran muy afines al carácter de los navarros.  El propio interesado comunicó al Ayuntamiento de Pamplona, y a la Diputación del Reino, su promoción a la sede de esa ciudad.  Es de suponer que tendría la misma deferencia con el Cabildo de la catedral.  A la prenominación del rey siguió la presentación oficial en Roma el día 6 de febrero, y el despacho de sus bulas que hacían del obispo de Ciudad Rodrigo un legítimo sucesor de San Fermín (6 de mayo de 1658).  El obispo electo presentó su juramente ante el obispo de Tarazona, en Corella, el día 27 de julio.

En virtud de poder otorgado por él en Galilea seis días antes, se presentó el doctor Francisco Ruiz de Palacios, presbítero, natural de la villa de Ribafrecha, su gobernador, provisor y vicario general, con las bulas y el juramento.  El capítulo designó al doctor Martín Tejeros y al licenciado Fausto de Vergara y Gaviria, canónigos, para darle la posesión que tuvo lugar en el pórtico principal de ingreso a la catedral y sala capitular, previo el juramento acostumbrado.

 

UNA  VISITA PASTORAL INTERRUMPIDA

En el año 1659 se traslada a San Sebastián. Durante su obligada estancia, visito las iglesias de la villa entre los días 8 y 13 de agosto de 1659, dejando breves pero numerosos mandatos de visita.  La junta del Muy Ilustre Clero de Navarra encargó a su procurador general que estuviese atento a lo que el obispo fuese practicando en la provincia de Guipúzcoa, en cuanto a volver a examinar a los curas que ya estaban examinados y aprobados por los obispos anteriores, para que se previese el remedio competente, si entrando en ese reino de vuelta, quisiera hacer lo mismo, porque esto era contra la disposición de derecho  “…y nunca tal se ha permitido en este obispado”.

Juan de Labiano, Abad de Enériz y Diego de Eraso, hallándose el obispo en la provincia, fueron en nombre del clero a suplicar al doctor Ruiz de Palacios, vicario general de don Diego, escribiese al prelado que no intentase examinar a los curas. Nada se dice del resultado de estas presiones.

El obispo tuvo que interrumpir la visita pastoral por motivos de alta política al ser llamado por el rey para asistir como testigo a la firma de la Paz de los Pirineos (7 de noviembre de 1659) para posteriormente celebrar la boda de la Infanta María Teresa con el rey de Francia Luis XIV (3 de junio de 1660), y no parece que la reanudara más tarde, y si lo hizo, lo fue por poco tiempo.

La Paz de los Pirineos

            

Mapa de época de la Isla de los Faisanes

“Concluida la división de los confines, pasó Su Majestad a Fuenterrabía, siguiéndole su Corte; y en 4 de junio de 1659 hizo la Serenísima Infanta renunciación de los derechos que pudieran pertenecerle por algún accidente a la sucesión de estas coronas, y para este acto fue nombrado, y asistió como testigo, nuestro obispo… Luego juraron los reyes la paz a la que asistió también el obispo de Pamplona como testigo; y el día de las entregas se halló presente por elección del Rey, donde recibió de Su Majestad, y de los reyes de Francia muchas honras; y los señores y príncipes de ambas coronas le dieron el mejor lugar, y le trataron con grande cortesía y agasajo…”

 

Este párrafo, contenido en el libro “Historia de San Bartolomé Mayor de la célebre Universidad de Salamanca”, escrito en 1661 por Francisco Ruiz de Vergara, deja bien a las claras la participación de D. Diego de Tejada en la firma de la Paz de los Pirineos. Para que no haya ninguna duda, el propio obispo en su “…relación sobre la Diócesis” que hace al Pontífice, dice que no pudo acabar de visitar la Diócesis por el tiempo que ocupó, “… en el ajuste de las paces que tan felizmente se hicieron entre las dos coronas, procurando lucir como se debía en actos de tal servicio de V.B. y universal provecho de toda la cristiandad”.  Por la importancia que la Paz de los Pirineos tuvo en la historia de nuestro país, de la que nuestro obispo fue pieza clave, vaya a continuación una reseña de las causas, desarrollo y consecuencias de dicho tratado.

La Paz de los Pirineos es uno de los hitos fundamentales de nuestra historia; ella forjó nuestra frontera con Francia pudiendo afirmarse que se trata de la “decana de las fronteras de Europa”. Fue una paz honorable que en el pensamiento del rey y sus ministros debía cerrar, con las menores pérdidas posibles, un larguísimo periódo bélico.  España estaba ya exhausta de dinero y de soldados, y Francia se sentía fatigada y maltrecha.  Los fracasos de las gestiones de paz entre ambas potencias en 1648 y 1656 habían obedecido más que nada a una causa que en 1658 ya no existía: la condición de la infanta María Teresa como sucesora de Felipe IV ya que el matrimonio de dicha princesa con Luis XIV se consideraba siempre como la base de un futuro acuerdo. Pero esta condición desapareció cuando el 20 de noviembre de 1657 nació el príncipe Felipe Próspero, que pasó a ser Príncipe de Asturias, y como tal, heredero de la Corona Española.

La Paz de los Pirineos fue firmada en la Isla de los Faisanes, en el Bidasoa, el día 7 de noviembre de 1659.  Las negociaciones duraron casi tres meses: desde el 28 de agosto hasta el 7 de noviembre del mismo año.  En ellas se celebraron veinticuatro conferencias cuyas conclusiones se concretaron en el tratado citado.  Esta paz venía a reflejar la neta superioridad de Francia sobre España, dentro del general agotamiento que aquejaba a ambas naciones.  La superioridad francesa se había manifestado, sobre todo, en el plano diplomático, que tantos triunfos le había dado en tiempos pasados.  Las negociaciones habían dado como resultado, después de vencer no pocas dificultades una serie de condiciones que pueden agruparse en dos tipos de cláusulas: las territoriales y las políticas.

Entre las territoriales estaban las referentes al Norte.  Cesión de Artois – salvo Aire y Saint Omer- y algunas otras plazas como Gravelinas, en Flandes; Philippevilla, Le Qesnoy y Mariemburg en el Hainaut, y Thionvilla, con algunas otras menortes, en Luxemburgo.  Asimismo se cedía Rocroy, dejando Alsacia y Lorena bajo su órbita. Dunquerque quedaba para Inglaterra.  A España se le devolvía el condado de Charolais, en el Franco-Condado y las últimas conquistas francesas en Italia.  En el Sur Francia devolvía las plazas que ocupaba en Cataluña, pero se le reconocía el dominio sobre el Rosellón.

El cardenal Mazarino

Los artículos 42, 43, 48, 116 y 117 y el 5 de los secretos del tratado, se refieren a la delimitación de la frontera hispano-francesa.  En ellos se establece, como norma general, que la frontera seguirá el trazado de la cordillera pirenáica. Para fijar la línea fronteriza y desarrollar los textos legales antes citados, se decidió  el nombramiento de dos comisarios por cada parte: en representación de España el rey nombró a los catalanes Miguel Solá de Vallgonera, lugarteniente en el oficio de Maestre Nacional de la Corona de Aragón, y José Remeu de Ferrer, de la Real Audiencia del Principado.  Por parte francesa, Luis XIV designó a Pedro de Marca arzobispo de Toulouse y Jacinto de Serroni, Obispo de Orange.

Los cuatro comisarios celebraron largas reuniones en el convento de los capuchinos de Ceret entre los días 22 de marzo y 13 de abril de 1660 para desarrollar el contenido del tratado recientemente firmado.  Sin embargo tras arduas deliberaciones no llegaron a ningún acuerdo por lo que devolvieron el protocolo de las negociaciones a los primeros ministros Mazarino y Haro, encargados de zanjar la cuestión en última instancia.  El fallo de ambos ministros no se hizo esperar.  Reunidos de nuevo en el Bidasoa, ambos ministros firmaron, el 31 de mayo de 1660 una “declaración sobre el artículo 42 del Tratado de Paz.”  Este polémico artículo 42 decía lo siguiente:

             “… Y por lo que mira a los países y plazas que las armas de Francia han ocupado en esta guerra con España, por cuanto se convino en la negociación comenzada en Madrid en 1656, en que se funda el presente tratado, que los montes Pirineos, que habían dividido antiguamente las Galias de las Españas, harían también en adelante la división de estos dos mismos reinos.  Por tanto se ha convenido y acordado que dicho señor rey cristianísimo quedará en posesión y gozará, efectivamente, de todo el condado y veguería del Roselón; del condado y veguería de Conflans; países, ciudades, plazas, castillo, villas, aldeas y lugares que componen dicho condado de Cerdeña y principado de Cataluña; en inteligencia de que si se hallare haber de dichos montes Pirineos de la parte de acá de España algunos lugares de dicho condado y veguería de Conflans solamente y no del Rosellón, quedará también a Su Majestad Católica, como asimismo si se hallare haber de los dichos montes Pirineos, de la parte de allá de Francia, algunos lugares de dicho condado y veguería de Cerdeña solamente y no de Cataluña quedarán a S.M. cristianísima; y para convenir en esta división se nombrará al presente, comisarios de ambas partes, los cuales juntos, de buena fe, declararán cuales son los montes Pirineos, que según lo contenido en este artículo, deben dividir en adelante los dos reinos y señalarán los límites que han de tener; y se juntarán los dichos comisarios en los lugares a más tardar dentro de un mes, después de la firma del presente tratado, y en el término de otro mes siguiente deberán haber convenido entre sí, y declarado de común acuerdo, todo lo referido; Debiéndose entender que si, para entonces, no hubieran podido ponerse de acuerdo entre sí, comunicarán inmediatamente las razones de sus dictámenes a los plenipotenciarios de dichos dos señores reyes, los cuales con conocimiento de las dificultades y diferencias que se hubieran encontrado convendrían entre sí sobre este punto, sin que por eso puedan tomarse de nuevo las armas”.

 

Luis Méndez de Haro

Las otras dos cláusulas políticas eran más significativas: la referente al matrimonio de la infanta María Teresa de Austria, hija mayor de Felipe IV, y la que concernía a la suerte del príncipe francés Condé, cuyo verdadero nombre era Luis II de Borbón-Condé, duque de Enghien (1621-1686), vencedor de Rocroy, rival de Mazarino que se pasó a las filas españolas en 1652 en la lucha establecida más que contra Francia contra el adversario político cuya ambición y vanidad le eran insoportables.

El matrimonio con la infanta era uno de los escollos más difíciles de vencer y una de las pretensiones más marcadas de la corte francesa.  Estaba claro que con ella la madre de Luis XIV, Ana de Austria hermana de Felipe IV aspiraba a que su hijo pudiese algún día heredar la vasta monarquía católica, en cuya corte ella se había criado.  A la inversa. a ello se oponía Felipe IV, de ahí que en los tanteos de paz protagonizados en 1656 por el enviado francés Hugo de Lionne se vetara el matrimonio porque al no tener descendencia el rey español de su segunda esposa Mariana de Austria era María Teresa la heredera de la corona.  En 1658 nace Felipe Próspero y el obstáculo desaparece.  De todas formas cuán prevenidas estaban ambas Cortes y cómo mantenían cada una de ellas sus pretensiones, lo revela el hecho de que la Corte española exigía que María Teresa renunciase a los derechos a la Monarquía Española y que la francesa supeditase tal renuncia a la entrega de una fuerte dote, que primero pretende fijar en 2.000.000 de escudos y que al final se rebaja a 500.000.

En cuanto a la cláusula sobre el príncipe Condé, nada más asombroso que la tenacidad de Felipe IV y su valido Luis de Haro por defender la causa de aquél dudoso aliado, subordinando a los interese del Estado a consideraciones formales de recompensa, a un tránsfuga que había hecho armas contra su patria.  Se trataba nada menos de que Francia devolviese sus ricas posesiones al príncipe y que además volviese a la gracia real obteniendo un mando tan importante como el ducado de Borgoña.

Estas eran las notas más destacadas de la Paz de los Pirineos.  Sin embargo no basta con enumerarlas.  La Paz de los Pirineos es tan importante que obliga a una serie de reflexiones. En primer lugar en cuanto a las directrices de la diplomacia española; en segundo lugar en cuanto a su gestación mucho más lenta de lo que en estos tres meses van a ratificar Mazarino y Luis de Haro; y en tercer lugar en cuanto a las consecuencias. Una paz que podía haberse firmado en 1656 en mejores términos, si la diplomacia española hubiera estado entonces a la altura de las circunstancias.

Felipe IV a San Sebastián

TRASLADO DE LOS MONARCAS A SAN SEBASTIÁN

 

Una de las cláusulas políticas que contemplaba la Paz de los Pirineos era el casamiento de María Teresa de Austria con el rey de Francia, Luis XIV.  Felipe IV no deseaba este matrimonio de su hija como así lo manifiesta en una de sus cartas a sor María de Ágreda, cuando le escribe:

 

            

Mª Teresa con su hijo el Delfín

 “…al fin de los tres días que nos vimos llegó el plazo de entregarles a mi hija con harta ternura de todos y yo fui en el que menos se reconoció pero en el interior bien lo padecí y bien tuve que ofrecer a Dios, haciéndole sacrificio de tal prenda para alcanzar el bien de la paz»

 

María Teresa de Austria nació en el Palacio de El Escorial el 10 de septiembre de 1638 y murió en Versalles el día 30 de julio de 1683.  Fue educada esmeradamente desde su infancia. De bondadoso corazón, modesta y poco dada al brillo mundano, era el prototipo perfecto de esposa y madre.  Su matrimonio con Luis XIV no fue muy afortunado.  Enseguida se vio abandonada por su esposo que, al principio parecía recatarse, pero después no se cuidaba de ocultar sus escándalos amorosos, sobre todo con la sobrina del cardenal Mazarino, María Manccini, «la Manccinette.»  De su matrimonio con el Rey Sol tuvo seis hijos de los cuales sólo le sobrevivió uno de ellos.

El interés del casamiento de la infanta española con el rey galo hacía albergar a la monarquía de este país la esperanza de que, en un futuro próximo, los descendientes de la pareja real pudieran reinar en España, como así fue.  Sin embargo, la hábil diplomacia francesa, ante la posible negativa de Felipe IV a consentir este matrimonio, había preparado un golpe de efecto.  En la ciudad de Lyon concertaron un encuentro entre la princesa italiana Margarita de Saboya y Luis XIV con el fin de presionar al monarca español.  El rey francés aceptó con indiferencia y se hizo acompañar por su adorada María Manccini en su nutrido séquito.  El pretendiente  de la saboyana se escapaba de vez en cuando por los alrededores de Lyon montado a caballo con la bella sobrina del cardenal ante la indiferencia de Margarita de Saboya. La noticia del encuentro prematrimonial con la princesa italiana fue utilizada en Madrid para hacer saltar de cólera a Felipe IV.  “Esto no puede ser y no será” , dijo el monarca español.

El diplomático español don Antonio de Pimentel fue enviado como correo real urgente a la ciudad francesa para ofrecer la mano de María Teresa de Austria al rey francés.  Este último aceptó sin entusiasmo pero como deber ineludible la solución española aunque, de regreso a París, seguía adelante con sus escarceos amorosos con la Manccini. Para cortar estas relaciones  tuvieron que intervenir su madre Ana de Austria y el propio cardenal Mazarino. Las amenazas de ambos personajes dieron como resultado la ruptura de sus relaciones. No obstante Luis XIV declaró que seguiría pensando en la bella muchacha italiana que le había iniciado en el mundo del amor.

María Manccini fue confinada en el castillo de Brourage.  La buena conducta y su actitud obediente fueron recompensadas con el casamiento, que se celebró dos años después, con el conde Tagliacoli, condestable del reino de Nápoles.

Mientras tanto la elaboración del tratado de paz iba avanzando hacia su desenlace más importante: el casamiento español.  El duque de Graumont fue el portador de la solicitud oficial de la petición de mano de la infanta española para el rey de Francia.  Llevó un cortejo lucido y numeroso como requería tal ocasión. Fue recibido en la corte con toda solemnidad y se fijaron fecha y lugar par la celebración de tan magno acontecimiento.  El complejo protocolo de ambas monarquías exigía que se celebraran dos ceremonias de casamiento: una, por poderes, en Fuenterrabía; la otra, con la presencia de los novios, en San Juan de Luz.  En la primera, efectuada el día 3 de junio de 1660, el celebrante fue don Diego de Tejada; el celebrante de la segunda, efectuada el 9 de junio, fue Jean Dolce, obispo de Bayona.

Ultimados todos los preparativos, el monarca español partió de Madrid el día 15 de abril, acompañado por su hija María Teresa de Austria.  La larguísima expedición, con numerosos carruajes, escoltas y repuestos, alcanzaba una cola de seis leguas.  Su marcha era lenta y majestuosa, como correspondía a la severa etiqueta y protocolo de la monarquía de los Austrias.  El itinerario no debió de ser muy cómodo por cuanto, en una de las numerosas cartas enviadas a Sor María de Ágreda, el monarca le decía: “Por bien empleado di las descomodidades del camino por el gusto que tuve cuando llegué a ver a mi hermana.  Halléla muy bien y harto entera y estuvimos muy contentos de vernos tras cuarenta y cinco años de ausencia.”

Paralelamente Luis XIV salía de París con una comitiva no menos importante.  Se convino por ambas partes llegaran al unísono a la frontera del río Bidasoa.  Asimismo, se acordó hacer uso de los pabellones que meses atrás se habían levantado para albergar a los firmantes del tratado de paz.  Estos pabellones se habían levantado a expensas comunes sobre la Isla de los Faisanes.  Estaban construidos en madera, con planta costosísima, de tal manera que cada delegación pisase siempre su propio territorio y dentro de los límites de sus respectivas provincias.  Se comunicaban, españoles y franceses, por dos puentes y las inmediaciones estaban custodiadas por dos compañías de soldados.

Para celebrar el primer casamiento, por poderes, nuestro obispo tuvo que interrumpir  la visita pastoral que por aquellas fechas estaba realizando.  Mediante carta, el monarca español le ordenó que asistiera como párroco a la feliz boda.  Con la celeridad requerida para tal ocasión dispuso su viaje haciéndose acompañar por doce canónigos de su Catedral, cada uno con su auxiliar. También le acompañaron veinticuatro presbíteros de la provincia de Guipúzcoa, doce capellanes e igual número de lacayos. También le acompañaron toda la capilla de músicos. Todos ellos iban vestidos con ropas costosas y elegantes.

Preparativos de boda

PREPARATIVOS PARA LA BODA DE LUIS XIV Y MARIA TERESA

 

El 15 de abril de 1660 partían de Madrid Felipe IV y María Teresa, con una nutrida y abigarrada comitiva. Nobles, eclesiásticos, cuatro cirujanos, un barbero, aposentadores, ujieres de cámara, vianda, frutería, cava y sausería, palafreneros, sobrestantes de coches, correos, trompeteros, herradores, dueñas de retrete y otros criados y soldados asistían a las reales personas. Y entre ellos el pintor Diego Velázquez (quien fallecería a la vuelta meses después). La Provincia había movilizado a diez mil hombres para el trayecto por el Camino Real hasta Hernani y de ahí a San Sebastián. Escoltaron por tanto a rey e infanta los diputados generales Pedro Ignacio de Idiáquez y Martín de Zarauz y Gamboa, caballeros de Alcántara y Calatrava respectivamente. El 12 de mayo se detenían en el alto de Oriamendi y en el cerro de San Bartolomé para contemplar la villa y el gentío, que esperaba en el tómbolo, entre otros Domingo Osoro Landaverde, capitán general y un escuadrón de mil quinientos donostiarras, vistosamente uniformados y dirigidos por Bernardo de Aguirre, uno de los alcaldes de la villa. Juan Bautista Martínez del Mazo reproduciría la escena Mientras se disparaban salvas de artillería y mosquetería, Osoro recibió al monarca, a quien el alcalde Francisco de Orendáin ofreció las llaves de la villa.

Tapiz del casamiento del rey

El soberano y su hija fueron hospedados en el palacio de los Idiáquez, que disponía de magnífico oratorio, elegantes patios y jardines. El de los Oquendo y el de los Echeverri, en la calle de la Trinidad, albergaron a otras personalidades como el marqués del Carpio. Las casas aparecían engalanadas con tapices y reposteros en los balcones. El día 13 visitaron el puerto, donde disfrutaron de un espectáculo de ejercicios náuticos ejecutados por marineros y grumetes. El 14 Felipe IV invitó a comer a personalidades francesas, encabezadas por el mariscal Henri de La Tour d’Auvergne, vizconde de Turena, y por el secretario de Estado Michel Le Tellier. Por la tarde acudieron las reales personas a una fiesta en el puerto de Pasajes. Embarcadas en la Herrera, lo recorrieron en una gabarra remolcada por dos chalupas de seis remeros cada una, seguidos por otras y falúas. Algunas con las célebres bateleras, cantadas por Lope de Vega e invitadas posteriormente por el rey para un festejo en el estanque del Real Sitio del Buen Retiro en Madrid. Hubo música de clarines, violines y otros instrumentos, cantos y disparos de saludo de artillería y mosquetería, procedentes de siete fragatas y el galeón Roncesvalles.

Mientras, el palacio donostiarra de Mancisidor acogía a Diego de Tejada, obispo de Pamplona, y a su séquito. Durante el 15 y el 16 se sucedieron las reales audiencias. La mañana del 17 estuvo dedicada a oír misa en la iglesia del convento de San Telmo, destacando su órgano. Transitaron monarca e infanta por sus otras dependencias, especialmente la biblioteca, con su rica colección de incunables y libros, muchos impresos en Flandes. Un festejo vespertino, organizado por el concejo, les permitió observar toda clase de tipos, trajes, escenas y bailes. El 18 regocijo en la marina, con una «pesquería», participando barcos, lanchas y redes por la bahía. Siguieron jornadas con más fiestas y recepciones. Incluso, según Loyarte, Ana de Austria, madre de Luis XIV, acudió a San Sebastián, dándose un animado trasiego entre ésta y San Juan de Luz, donde se hallaba asentada a la sazón la corte francesa. Entretanto hervía la conferencia diplomática en Fuenterrabía.

La mañana del 27 de mayo tuvo lugar la fastuosa celebración del Corpus Christi, presidida por Felipe IV, con la concurrencia de los más granado de la corte española, dignatarios de la francesa y feligresía donostiarra. Por una calle Mayor alfombrada de flores y flanqueada por soldados, el soberano, toisón de oro al cuello, a caballo, se trasladó a la iglesia de Santa María. Penetró bajo palio a los acordes del órgano, mientras repiqueteaban las campanas y descargaban los cañones del castillo. Los asistentes ilustres llenaban, con sus lujosas vestimentas, las tres naves. Los vecinos, con sus mejores galas, ocupaban los huecos restantes, el claustro de Santa Marta y los aledaños del templo. Iluminaban el interior del mismo arañas de cristal y de plata dorada, doce grandes candelabros de plata repujada y profusión de candeleros. Ofició la misa pontifical el obispo de Pamplona, hallándose presente el patriarca de las Indias, arzobispo de Tiro y limosnero mayor Alfonso Pérez de Guzmán. Al organista se sumaron cuatrocientos cantantes y numerosos instrumentos de cuerda.

Luego se desarrolló la solemne procesión eucarística. Aromas y colorido en las calles (rosas, laureles, azahares, tomillos, nardos, juncias y hojas verdes). Policromía de las colgaduras en balcones y ventanas (tapices -algunos flamencos y otros orientales-, reposteros, paños con iconografía mariana o colchas de encaje de bolillos). Salvas desde el castillo y los buques anclados en la Concha; arcabucería desde el frente de Tierra y arenal; y campanadas sacramentales desde todas las iglesias, incluida la de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.

Abrían atabaleros y trompeteros la comitiva, con hacheros a ambos lados. Detrás los miembros de las cofradías donostiarras (San Eloy, San José, San Andrés, San Francisco o la Vera Cruz); mayordomos y maceros; franciscanos, dominicos y jesuitas con acólitos con incensarios; cruces procesionales de las parroquias; caballeros de las órdenes militares; clérigos; nobleza titulada; consejeros regios; ediles; un gran banda de música; la custodia llevada bajo palio por el obispo pamplonés; Felipe IV; embajadores; alto clero; y personal palatino. María Teresa vio desde el balcón principal del palacio de los Idiáquez el cortejo.

Este se allegó a la puerta de Tierra, donde se había erigido un altar. Después de entonar salmos, bailar unos cien danzantes, soltar palomas blancas y lanzarse pétalos de rosa, regresó por San Jerónimo y Trinidad a Santa María, donde se cantó un Tedéum. Continuaron fiestas profanas en la plaza de Armas (Vieja) y otras calles, alegradas principalmente con danzas vascas, hasta bien entrada la noche. El 2 de junio monarca, infanta y séquito abandonaron San Sebastián, navegando de la Herrera a Rentería, desde donde prosiguieron hasta Fuenterrabía.

Boda de Mª Teresa de Austria

BENDICIÓN DE LA BODA REAL

 

Casamiento de María Teresa

El día 3 de junio de 1660, don Diego de Tejada y Laguardia bendice el matrimonio real, en la iglesia parroquial de Fuenterrabía entre la infanta española María Teresa de Austria y el rey francés Luis XIV representándolo por mandato especial, el valido de Felipe IV Luis Méndez de Haro para que, en su nombre, accediese a la celebración de aquel matrimonio.  Este casamiento, que realmente fue el legítimo ya que

el otro fue más bien protocolario, de cara al lucimiento personal de los cortesanos asistentes, fue comentado por los representantes franceses que acudieron a la ceremonia haciendo alusiones sobre el buen color que tenía la princesa, la buena salud que parecía poseer y la modestia y sencillez que irradiaba.  En los días del desposorio y entrega, nuestro prelado vistió de librea costosísima, de las mejores que se vieron entonces, y su color pudo servir de vaticinio, si la enfermedad no hubiera segado su vida a una edad temprana, para su posible ascensión al cardenalato.

La boda definitiva de efectuó en San Juan de Luz el día 9 de junio de 1660  El regio acontecimiento fue acompañado por actos deslumbrantes de lujo, exhibición y solemnidad.  Los relatos de la ceremonia hablan de cuentos de hadas y detallan los aspectos más notorios del suceso.  Relatan, por ejemplo, que el traje del Rey de Francia estaba tejido en oro o de que la novia llevaba una capa de terciopelo morado y flores de Lys bordadas con hilo de oro con una mariposa sobre la cabeza. Buena parte de las cortes de Madrid y de París llenaban el bellísimo templo.

A la hora de situarse en el altar para la celebración del matrimonio, las diplomacias situaron a los personajes más relevantes junto a la pareja real, de la siguiente manera: a la derecha el cardenal Mazarino, la madre del rey, Ana de Austria, y el duque de Vendome.  A la izquierda Joseph Zongo Ondodei, obispo de Frejús. La señorita Montpensier, la señorita de Aleçon, duquesa de Guisse, la duquesa de Valois, la duquesa de Saboya y Philippe Manccini, duque de Nevers.  La larga cola de la reina fue llevada por dos de los hijos del segundo matrimonio de Gastón de Orleans, hermano de Luis XIII y tío del rey.

Terminada la misa, los reyes de Francia salieron bajo palio a recibir el homenaje popular.  Ana de Austria, con su vestido rutilante, marchaba detrás del nuevo matrimonio.  Hubo grandes problemas de protocolo en lo tocante a las colas, mantos y demás detalles de la indumentaria femenina de las princesas y de los que ejercía la jurisdicción en la Corte.  San Juan de Luz se hallaba engalanado con tapices y guirnaldas de extraordinaria factura.  Los recién casados se dirigieron a la residencia que tenían preparada para el estreno nupcial.  Ana de Austria acompañó a su hijo y a su sobrina al lecho conyugal y cerró simbólicamente las cortinas.  El 15 de junio la familia real y la corte parieron hacia Burdeos camino de París. Empezaba un nuevo capítulo de la historia de España y Francia.

Las Carmelitas Descalzas

FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE LAS CARMELITAS DESCALZAS DE SAN SEBASTIÁN

 

Uno de los acontecimientos más importantes que tuvieron lugar durante el tiempo  que nuestro obispo llegó a vestir la mitra navarra fue la fundación del convento de las Carmelitas Descalzasde San Sebastián (o de Santa Teresa).  Este hecho, poco conocido en la biografía de nuestro paisano fue debido al entusiasmo y tesón de don Diego de Tejada y su amigo, el donostiarra Domingo de Hoa.  A través de un intenso intercambio epistolar ambos nos van detallando paso a paso la gestación y construcción del convento carmelitano.  Son cartas familiares, espontáneas e íntimas en las que el obispo se muestra afectuoso y sencillo y en las que denota un gran respeto por la legalidad canónica vigente.

El proyecto de fundación de un convento de carmelitas descalzas en San Sebastián venía de mediados del siglo XVII.  Don Juan de Amézqueta y doña Simona de la Just tuvieron el propósito de fundar un convento de carmelitas descalzas pero ambos fallecieron antes de llegar a ver cumplidos sus deseos.  Don Juan Rat, beneficiado de las parroquias de San Sebastián, fue el encargado de ejecutar el testamento otorgado por doña Simona y, a la muerte de este clérigo ocurrida en 1659, queda como administradora su cuñada Isabel de Ojer.

Con el fin de llevar a cabo el mandato testamentario acudió doña Isabel al obispo de Pamplona para tratar de la fundación, y rindió luego cumplidas cuentas de la testamentaría al vicario general de don Diego, el doctor don Francisco Ruiz de Palacios, quien las aprobó el día 4 de noviembre de 1660.

Isabel de Ojer había estado casada dos veces, teniendo de su primer matrimonio una hija que entró religiosa en el convento de Santo Domingo del Antiguo, en San Sebastián, y otras dos hijastras aportadas por su segundo marido que profesarían más tarde en el convento carmelitano que ahora trataba de fundar.  En 1660 estaba viuda y era señora de la parroquia de Santa María.  En 1672, con 62 años de edad, seguiría a sus hijas en su vocación y profesaría también en la orden del Carmelo.

El 3 de noviembre de 1660, el vicario general de don Diego nombra a don Domingo de Hoa administrador de los 30.000 ducados que quedaban para la fundación y el 22 de noviembre, estimando que el capital disponible era insuficiente, el vicario general ajustó unas capitulaciones con el consejo de la villa de San Sebastián.  Esta cedía, con todas sus pertenencias,  la casa y basílica de Santa Ana, extramuros de la ciudad, en la falda del monte Urgull y sería la única patrona.  Recibiría por una vez 2.500 ducados y tendría derecho de presentación de dos plazas gratuitas de monjas de coro. Las religiosas vivirían  sometidas a la obediencia del obispo de Pamplona.  Con este pago efectuado de la hacienda de doña Simona “la villa se ve por enteramente pagada y satisfecha”.

Una vez formalizada la compra de la antigua basílica, comenzaron las gestiones necesarias para su transformación en convento.  Obtenida la licencia del rey el 3 de septiembre de 1661 don Diego habló con el maestro de obras y carmelita fray Pedro de Santos Tomás que trazó los planos para adaptar el edificio a la vida de una comunidad de religiosas.

 “Venido el padre, vio que no se podía acomodar habitación para 21 monjas, como deseaba el Ilmo. señor Obispo por ser este el número de religiosas que marcan nuestras constituciones y sólo pudo preparar 18 celdas, aunque pronto compraron las madres las casas y huertasadyacentes  para ampliar el convento. En una huerta que donó don Miguel de Oquendo -que hoy es el patio interior- se colocó el aljibe y, con otras donaciones y compras de huertas pudo acomodarse una regular habitación”.

Las obras comenzaron el 17 de abril de 1661. Sin embargo un serio contratiempo amenazaba la continuación de las mismas.  En carta del 26 de abril de ese año, el administrador Domingo de Hoa informa a don Diego de Tejada que el fraile redactor del proyecto sufría “un corrimiento de pecho” y que se estaba tratando con las inevitables sangrías.  El médico de la villa era el licenciado Diego de Martínez Verlanga y el cirujano Juan de Casares.

Don Domingo de Hoa como ya ha quedado dicho era el depositario y administrador de nuestro obispo en la hacienda de doña Simona de la Just.  Era don Domingo algo entrado en años pues el prelado llega a llamarle cariñosamente en sus cartas “vejete”. Gozaba de un gran prestigio y del respeto de los donostiarras que le trataban de “señor Domingo de Hoa”.

En la transformación de la basílica en convento intervinieron muchos donostiarras.  Aparecen como boyerizos, acarreando tablones, arena y cal Ignacio de Insauspe con su criado Thomas; Martín de Cegama con su criado Martín de Arano.  Como arriero sólo consta Francisco de Lubiaga.  Eran los maestros canteros Joanes de Ayerta, Simón Alonso de Ontanilla y otros.  El trabajo de estos maestros y oficiales fue examinado por Cristóbal de Zumarrista y por Simón de Pedrosa.  En su tarea de construcción contaron con la ayuda de los peones Machín de Landa, Joanes de Eizaga, Miguel de Aizpurúa y algunos otros más.

Llama la atención que los maestros canteros o carpinteros no acudieran al trabajo los días de corridas de toros y sí los peones con sus mujeres que les ayudaban y les acarreaban el agua.  La razón de esta discriminación a la asistencia de las corridas puede fundamentarse en la diferencia salarial. Mientras los oficiales cobraban sus relucientes cinco reales de plata por jornal diario, los peones se conformaban con sólo tres y las operarias con dos, y estos de vellón.

El vecino de Igueldo, Sebastián de Amesti, fue el encargado de traer las ocho piedras losas para la sepultura del enterramiento en el nuevo convento, una de las cuales se puede contemplar hoy, pues está en el lienzo de la pared de la iglesia, junto a la puerta; cada una costó tres reales de plata.

Entretanto, don Diego iba buscando a las monjas fundadoras.  En el monasterio de Zumaya no había bastantes, y el de Pamplona no pudo suministrar ninguna porque el general de la orden había prohibido facilitar monjas para las fundaciones que no estuvieran sometidas a su obediencia.  Por otra parte el general no quería fundaciones donde no hubiera frailes de la misma religión.  Del convento de San Joaquín de Tarazona vinieron cuatro religiosas: tres de coro y una lega. Esta religiosas fueron: Isabel Ana de la Encarnación, nacida en Tarazona en 1619. Vino como priora y falleció en 1694.  María de San Bernardo. Vino como subpriora sin que se conserven datos de los particulares de su vida.  María Magdalena de Cristo, nacida en Tarazona en 1618.  Vino como tornera y falleció en 1690. Y por último, Esperanza de San Elías. Llegó como novicia de velo blanco y murió en este convento en 1692 con 59 años.

Según el diario del convento carmelitano, de San José de Zumaya llegaron dos religiosas: Ana María de la Purificación y Mariana de la Cruz. Dicho diario relata,“… y el 18 de julio vinieron de Zumaya las dos madres del convento de San José, acompañadas de su vicario y capellán don Francisco de Orio y otros señores.  El señor obispo salió a recibirlas”.  Otras cuatro religiosas, de velo negro, y una novicia, “fueron llevadas, el 19 de julio, en procesión con toda pompa y solemnidad, por las calles de esta ciudad, hasta el lugar donde se estaba edificando el convento, asistiendo al acto su Señoría Ilustrísima.”  La madre Mariana no pudo acompañar a las demás religiosas en la procesión por haberse indispuesto.  A petición suya retornó el día 21 a su convento de Zumaya para recobrar la salud, acompañada del señor vicario y capellán del monasterio de Zumaya, don Francisco de Orio.  Nunca retornaría al convento.

El mismo día 19, después de la procesión, don Diego celebró misa, dio la comunión a todas ellas y colocó el Santísimo en el Tabernáculo.

El obispo de Pamplona deseaba que dos de las fundadoras hablara vascuence.  De ahí que hiciera llamar a las dos madres de Zumaya, Ana María y Mariana.  Esta última, como se ha visto, tuvo que retornar a su lugar de origen por problemas de salud.  Por lo tanto, de las dos religiosas que el prelado deseaba para su convento con conocimiento de la lengua vasca, sólo quedó la madre Ana María, precisamente la candidata del administrado Domingo de Hoa.

Esta religiosa había nacido en Zumaya en el año 1622 y fueron sus padres Francisco Pérez de Ubillo y Catalina de Goyaga, “personas muy distinguidas por su nobleza y muy amadas de aquel lugar por su gran caridad con los pobres”.  Esta monja ayudó mucho en lo temporal con su habilidad y viveza, siendo el descanso de las demás monjas.  Murió de apoplejía en 1706, con 84 años de edad.

A pesar de que se realizaron obras de ampliación y adaptación a su nueva función, el edificio no reunía condiciones, por lo que fue sustituido por el actual (1686), ampliando el solar por anexión de otros colindantes.

La parte más antigua es la iglesia y el «cuarto alto«, que data de finales del siglo XVII. En el primer tercio del siglo XVIII fueron construidos un patio triangular y un claustro cuadrado de dos alturas y muy reducidas dimensiones, así como otras dependencias (Fray Pedro de Santo Tomás). Mediado el siglo XIX se contruyó la fachada oriental del convento, la elevación de la torre y el campanario. En la década de 1990 tiene lugar la cesión de todo el edificio al Ayuntamiento, con excepción de la iglesia y del «cuarto alto» situado sobre ella, que fue habilitado (José Ignacio Linazasoro y Luis Sesé) como nuevo convento. La rehabilitación del resto del edificio tuvo lugar en los años 2003-2004.

Epistolario con Domingo de Hoa

EPISTOLARIO DE D. DIEGO DE TEJADA CON DOMINGO DE HOA

 

La Fundación del convento de las carmelitanas de San Sebastián dio ocasión a un frecuente intercambio epistolar con su amigo Domingo de Hoa, como hemos relatado anteriormente, entre los años 1661 y 1664.  Se conservan 63 cartas casi todas ellas escritas por el obispo y muy pocas por su administrador.  De todas ellas, publicadas por Luis Murugarren en el Boletín de Estudios Históricos de San Sebastián, vamos a transcribir las que, a nuestro juicio mejor reflejan los pormenores de la construcción del convento, en el que nuestro obispo puso todo su empeño.

EPISTOLARIO

Pamplona, 9 de julio de 1661

Padre mío, he recevido la relación y testimonio en el negocio sobre la fundación de el Contº y vienen muy buenos de que hoy, muchas gracias a Vm y, para que se dé cumplimiento a todo lo que se pide de Madrid, falta el consentimiento de la provincia en Junta de Diputación; o, si no, si Vm pudiese juntar a los diputados lo haga y que éstos den su consentimiento, y juntamente es menester que Vm discurra qué será necesario gastar para que la Basílica de Santa Ana esté para hacer las monjas su avitación con todo lo demás aderente de casa e iglesia y, según esto, enviarme una certificación ante escribano, legalizada de otros dos, para que yo pueda remitir todo lo demás aderente de la casa e iglesia, para que yo pueda remitir todo, y perdone Vm este embaraço y le guarde Nuestro Señor, como deseo.

Diego, obispo de Pamplona.


San Sebastián, 12 de julio de 1661

Yllmº señor:  he recivido la carta que Vs I. Ha sido servido escrivirme con aviso de que la relación que remití de la hacienda de doña Simona pareció bien a Vs I. , porque quedó consolado.  Y en cuanto a los papeles que Vs. I. Pide de la aprobación de la Villa de Scriptura y poder que se otorgaron con el vicario general, haciendo fuerza de  la carta de Vs. I. He introduçido su expediente con los del regimiento[1] y están con mucho gusto en hacer la ratificación de lo pasado con nueva instancia y súplica as Su Majestad con loaçión y aprobaçión de las diligencias echas hasta aquí; y, para dar en el blanco fijo, ha pareçido hayan insertos en esta nueba rartificaçión la scriptura y poder que se otorgaron y, para este fin, se están copiando, y sin perder punto se remitirán a Vs. I. Quanto antes sea posible, y para entonces se procurará también reconosçer a Santa Ana y embiar a Vs. I. relaçción de lo que se podrá gastar en prevenir el primer alojamiento de las monjas.  La se Santa María[2] y su hijo vesan a Vs. I. con todo rendimiento, y todos deseamos guarde Dios a Vs. I. los muchos años que hemos menester.

De San Sebastián, a 12 de julio de 1661

Criado de Vs. I. que S. M. V.[3], Domingo de Hoa


Contestación de D. Diego en el pliego de la carta anterior.

Señor mío: Vm. Y yo nos hemos engañado.  Los papeles que yo pido no son los que Vm de dice en esa, sino licencia o consentimiento de la provincia; que los demás ya estaban acá.  Si en la provincia ay diputados que despachan en nombre de ella mientras no ay Junta, puede sacarse…  De manera que lo que pido es: consentimiento de la Provincia para la Fundación y tanteo de lo que se puede gastar en poner la casa y la yglesia abitable con declaración de los alarifes.[4]

Diego, obispo de Pamplona.


Pamplona, 16 de julio de 1661

Agradezco a Vm. El cuidado que pone en la solicitud de los papeles y los guardo para que acavemos de conseguir esta licencia que me questa mucha desazón. Por vida de Vm. No aya descuido en esto, ni tampoco en adbertirme quanto sea de su gusto, que lo haré con muy buena voluntad.

Dios guarde a Vm. Como deseo.

Diego, obispo de Pamplona

V.S.M. de Vm. Diego, Obispo de Pamplona

Murió mi vicario general; me lo encomiende Dios.


Pamplona, 23 de julio de 1661

Señor mío: doy a Vm. Infinitas gracias por lo mucho y bien que a travaxado en la disposición de los papeles[5] tocantes a la fundación del convento de las carmelitas que pretendemos hacer en la basílica y casa de Santa Ana desa muy noble villa, con su consentimiento, en la forma que se capituló[6] po mi vicario, que en presente es en el çielo, de que espero a de tener Vm. gran premio de Nuestro Señor por la intercesión de nuestra madre Santa Theresa.  Todos los remití a Madrid y espero an de ser bastantes para que se consiga la licencia que tanto deseo.  También adbierto yo a los de Madrid lo que Vm. Me dicçe del consentimiento de esa provincia y que basta sólo el de la villa y les doy las raçones que Vm. Me refiere que en mi sentir son consluyentes.  Las plantas de la Casa y Vasílica, y lo poco que a de costar disponen de avitación, celdas y oficinas conforme la declaración del maestro de arquitectura, vienen famosas, y espero an de facilitar mucho este negocio, porque, si con tanta hacienda y con tantas çircunstancias se nos negase la liçencia, no allo se pueda conceder ninguna.  Dios lo disponga como más convenga para su servicio.  Conseguida la liçencia, como espero, trataremos de la Fundación y, si yo hubiese vendido los frutos que tengo detenidos, pagaré de muy buena gana los dos mil ducados para que se de satisfacción a la villa, al inquilino y a la señora;[7] y cuando no los deviera, si me allara con ellos y sin empeños, los diera de muy buena gana de mi hacienda para que no cesare ni se detubiese tan santa Fundación.  Y si no huviese vendido los frutos, mientras los vendo y doy entera satisfacción, haré scripturas de pagar todo lo que la villa quisiere; en fin, llegado el caso dispondremos todo lo que se pudiere en orden a la satisfacción de mi parte, que la deseo infinito, y a que se ponga en efecto, Fundaçión que esperamos a de ser tan de autoridad de esa villa y del servicio de Dios que g. a Vm. como deseo.

V.s.m. de Vm.-

Diego, obispo de Pamplona.


Peralta, 8 de febrero de 1662

He estimado infinito su carta de Vm. de último de pasado por las nuebas que Vm. da de su salud y la de todas esas señoras c. m. b. Y ruego a Nuestro Señor la tenga muchos años.  Tanto como Vm. deseo yo ver açabada esa Fundación y satisfacer lo que devo a la villa, y satisfacer, cuanto antes, que ya boy dando orden se vendan los frutos solo para este fin.  También ablé en Oyón con el padre carmelita, maestro de obras, el cual estava de partida para las Batuecas, con ebediençia de su general a traçar una fundación, y me ofreció volver para Quaresma y que al istante yría a disponer esa,y yo, en ajustándose y executándose esa traça me diere, partiré al punto y assí agradezco a Vm. el cuidado que tiene en prebenir los materiales, y le suplico lo continúe.  He visto el capítulo de la pretensión de doña Magdalena San Joseph y la Just[8] y le remito al vicario general para que le heche a pasear, y en todo lo demás que Vm. me ordenare asistir con fina voluntad a lo que fuere de más utilidad a esa Acienda y servicio de V.m. a quien guarde Dios como deseo.

Peralta y febrero, 8 de 1662

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona, 12 de abril de 1662

Sr. Domingo de Hoa.

El Padre fray Pedro de Santo Tomás, carmelita descalzo, insigne maestro de obras y gran traçista[9] y portador desta, ba, por haverselo yo suplicado, a ver y dar la traça para la avitación de nuestra monxas. Suplico a Vm. que le hospede y regale mucho y le embíe contento con su travaxo y que cuanto antes se execute lo que disousiere, para que, con aviso de Vm y de estar todo dispuesto, yo parta luego a poner por la obra el traer y reçevir las monxas que fueran necesarias, que lo deseo sumamente por ser cosa tan del servicio de Dios, que guarde a Vm en compañía de las seroras,        c. m. b.

Diego, Obpo de Pamplona


San Sebastián 18 de abril de 1662

Yllmo señor: la carta (que) Vs. I. se sirvió escrivirme con el P. Fr. Pedro de Santo Thomas, recibí el viernes 14 deste, que llegó acá; Después de aver reconocido la casa de Santa Ana y reparado en la disposición que tiene para el intento de la Fundación, ayer lunez 17 deste se resolvió y començo a derribar los tabiques viejos para labrar los nuevos que se an de hacer con las dibisiones de celdas y demás pieças, para las cuales se alla raçonable capaçidad; y el padre (parece la tiene buena y entiende bien deste ministerio) diçe acomodará 16 celdas de a 11 pies, demanera que sirvan para adelante y sean permanentes, aunque se ensanche el conbento con tiempo, como si ahora se hiciera nueba planta; y con esto y algunas ruinas que se an allado en los frontales, será necesario gastar bien y más que al doble que lo apuntó el maestro de aca[10]  que no encarbó (¿) tanto esta obra quanto a Vs. I. se embio la memoria.

Para que yo corra bien y asista a esto con puntualidad, suplico a Vs I. como dueño de esta haçienda de doña Simona de la Just, me embie una orden para que, como administrador della, ponga en execución todo lo que traçare y disousiere el padre fray Pedro, pagándolo todo de lo procedido destos vienes.  Y porque este padre, con ocasión de aver venido en compañía de otro religioso[11] natural de esta ciudad, título que le había concedido Felipe IV el día 7 de marzo de este año, se alojó en casa de unos hermanos del compañero, sin embargo de que le teníamos prevenido hospedaje entre don Martín de Ben –presbítero beneficiado de las parroquias de San Sebastián y yo- será bien que VS I. se sirva de ordenarme la satisfacción que a esto se ha de dar a quanto de… al padre fray Pedro por el trabajo de disponer  esta materia para que cumpla yo con lo que Vs. I. me ordenara y quede corriente para mi data lo que en esto se gastare. Guarde Dios a VS. I. por muchos años que sus criados hemos menester.

De San Sebastián, 18 de abril de 1662

Suplico a Vs I. se sirba demandar se mortifique la pretensión de doña Magdalena de la Just, monja de San Bartolomé en que todavía insta.


Pamplona, 27 de mayo de 1662

Allome con dos de Vm. muy gustosso por la buena salud que me diçe goça juntamente con las seroras, cuyas mano beso, y por lo adelantado que la obra de nuestro combento de que doy a Vm. y al padre fray Pedro infinitas gracias.

La campana para él está comprada y pienso que en comodidas, porque es a tres reales por libra. Procuraré remitirla quanto antes. Si con el dictamen del padre prior de San Telmo viniere don Miguel de Obinetaa las órdenes cumpliendo con el examen, le ordenaré, con mucho gusto por cumplir con él de Vm.

Ya tenía noticia de que don Martín de Oloçzaga tenía dinero del prior de Ronçesvallesy estoy haciendo las diligencias; y si Martín de Oloçaga tiene horden para poner aquí la cantidad que tiene ay dicho prior de Roncesvalles, libran los dos mill que yo devo a la Çiudad, en el presente.  Don Christobal Gayarre de Atocha le entregará al prior de Roncesvalles. Vm. haga diligençia, porque deseo salir desta deuda.  Guarde Dios a Vm.

Pamplona y 27 de mayo de 1662

B. s. M. de Vm.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona, 10 de junio de 1662

He salido de un gran cuidado en saber que Vm recibió la letra de los 2.500 ducados de plata que remití el correo pasado, y que está aceptada, porque en eso conocerán esos señores he cumplido de mi parte con lo que me tocaba y no celarán, arrepentidos de la merced que nos han hecho de dar lugar a frabicar en la cassa y basílica de Santa Ana lo necesario para conformar la avitación de nuestras monjas. Vm me enviará la carta de pago y recibo de dicha cantidad en la conformidad que Vm dice como administrador de essos bienes y yo enviaré orden para Vm. entregue los 2.500 ducados a la ciudad…

Si el estafetero puede, llebará oy la campana grande; las chicas no están echas. En aciéndolas se comprarán…

Pamplona y junio 10 de 1662

B. s. M. de Vm.

Diego, Obpo. de Pamplona.

Nota marginal: “Después de escrita esta, he visto la liçencia… general del consejo para la Fundación, y della se hizo relación de la basílica y cassa de Santa Anna, que era la ciudad propio, y que por ella se le dabva de la hacienda de doña Simona 2.500 ducados de plata y el patronato; y con vista se nos da la lioçencia y facultad para la Fundación, con que parece no es menester otra… Para el correo que viene enviaré el libramiento para que Vm. luego entregue los 2.500 ducados de plata a la ciudad… Deseo venga el padre fray Pedro que le he menester para otra obra…”


Pamplona, 13 de junio de 1662

No ha llegado aún el padre fray Thomas o por lo menos asta ahora no me ha visto. Quiero verle para que me diga su sentir de nuestra obra.

Alegróme recibiese Vm. la campana –llegó el día 10 y pesaba cuatro arrobas[12] menos tres libras[13] ;hágase la lengua y el yugo y dispóngase el lugar donde se a de colocar, que yo, cuando vaya, pues a de ser preciso, la bendiciré allá. Las dos pequeñas están mandadas hacer. Remito la libranza porque Vm. entregue los 2.500 ducados a la ciudad; y creo no es menester más facultad que la que da el rey para la fundación, porque en ella se hace expresión de todo. El señor corregidor lo verá. Y Vm. se servirá de emviarme recibo de los 2.000 ducados de plata para mi resguardo con la cédula que yo tenía hecha a favor del amigo D. Juan Ratt (¿) que está en el cielo. No se ofrece otra cosa más de que deseo desembarazarme aquí para cuanto antes ir por allí…

Pamplona y junio 13 de 1662

A las sus seroras V. S. M.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona, 15 de julio de 1662

Tres ducados dava esta mañana porque llevasen la campana, y me enfadé porque no han querido vajar de quarenta Rs. He dado al mayordomo orden para que la embie aunque sea pagando dichos 40 Rs.; si no se vuelven atrás, yrá con esta. No dudo que no se offreçieran asta concluir la obra gastos y reparos, pero ya no hemos de volver atrás ni desmayar, porque a todo nos ha de asistir Dios por medio de Santa Theresa, y doy gracias a Vm. por el que muestra en perfeccionarla dejándola aljive, huertas y çerca, y sólo deseo desembarazarme de aquí para yr a dárselas personalmente y asistirle en lo que faltare. Claro que si el azúcar mascavado[14] no es de provecho, no es raçon se compre; veamos lo que sale y lo que se va descargando y, conforme a ello y lo que tengo escritop, obrará Vm. a quien guarde Dios como deseo.

Pamplona, y julio 15 de 1662

B. S. de Vm.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona 12 de agosto de 1662

Heme alegrado mucho de Vm por saber goça de buena salud que deseo y espero se le ha de conservar nuestro m.s.a. por intercesión de nuestra madre Santa Theresa…He visto la scriptura de donación echa por el general Oquendo[15] a mi señora doña Theresa, su muger, y con el sentir que Vm. me diçe de el Sr. Corregidor, mi primo, y pareçse de Vm,. la buelvo a remitir con la aprovación.

Las obras grandes no es fácil ajustarlas en poco tiempo y lo que Vm. a obrado parece milagro; y por dos y cuatro meses, más o menos, siento es mejor dejarla en perfección antes de que entren las religiosas. Y assí, no perdiendo tiempo, Vm. yrá continuando, que yo, en estando en perfección, con avisso de V. m. me pondré luego en esa ciudad desde cualquier parte que estubiere, y en el ynterín, yré continuando la visita.

No se alla aquí un limón; por vida que si los ay por allá, me envíe los más que pudiere y quédesseme con Dios que la guarde…

Nota del registro de Hoa: “Con la scriptura sobre la huerta de don Miguel de Oquendo. Por averme allado fuera no respondí a esa carta de S.I. Con el ordinario del 21 de agosto avisé del recibo de la scriptura y remití 500 limones, pagando el porte, y costó todo 37 reales de plata.”

Diego, obpo de Pamplona


Estella 4 de septiembre de 1662

Alegrome mucho goçe V. m. de entera salud, sea por muchos años.  Allome en este ciudad asistiendo a las Cortes y a su servicio de V. m.

No dudo que la obra de nuestro combento se abrá adelantado lindamente.  Vm. continúe su cuidado de manera que se logre nuestro buen propósito, yo de mi parte tampoco descuido en lo de las cuatro religiosas en el combento de san Joachin de Tarazona, que han de venir por fundadoras; y como avisé en la pasada, escriví al sr. Obispo pidiéndole licencia ordinaria; aún no he tenido respuesta juzgo que Su Illma. se servirá darla.


Pamplona 6 de enero de 1663

Señor mío: con tan dulce y abundante regalo, como el de sus naranjas y limones, he tenido dulces y regalos, principios y fines de Pascua y año…

Ya se va llegando la primavera y yo deseo verme en ella para que con eso logre el deseo de verme por allá, que hasta entonces no tendré gusto cumplido, siendo el mayor que espero aver de B. S. M. y darle de voca las gracias de tantos fabores como me hace y de lo mucho que ha trabaxado en essa función.

Una cosa he reparado y es que ninguna de nuestras fundadoras save vasquence y parece que necesitaban de alguna que lo ablase y entendiese.  Dígame Vm. su sentir en esto. Y  quédese ahora con Dios que me lo guarde como deseo.

Pamplona y enero 6 de 1663

B. s. m. de Vm.

Diego, Obpo de Pamplona.


Pamplona 17 de marzo de 1663

Pesaríame infinito que al allarme este correo sin carta de Vm. fuese por falta de salud, que se la deseo como a mi mismo, y si fuera sentido de no haber ordenado a los ahijados…, porque creo que no querrá Vm. que yo obre contra mi conciencia … En pliego del conde de Ablitas escribo a la ciudad, porque vino por su mano la carta, y quiere vaya a por ella.  Pretende (será solicitada de acá) que las fundadoras sean deste convento; de aquí es ya tarde por el empeño hecho con las de Tarazona y porque a los principios solicité yo esas y el general no quiso dar licencia y con el provincial tuve aquí mis vargas sobre el caso porque ni quieren dar sus monjas para fundaciones que no sean de su obediencia, ni quieren fundaciones donde no aya de aver frailes de la misma religión. Con que la pretensión de la ciudad po podrá tener efecto. Irán las nombradas. Llebaremos dos de Zumaya, con que ocurrirá a todo y daremos gusto a la ciudad, y Vm. lo espresse así, que conviene al servicio de Dios que guarde a Vm y de mui buenas Pascuas de su Resurección.

B.s.m. de Vm. su servidor y amigo.

Diego Obpo de Pamplona.


Pamplona, 26 de mayo de 1663

Ya llegó el día Santísimo del Corpus y yo quedo disponiendo mi viaje y despidiéndome para él; arele en la forma que tengo avisado, y avisaré el día que ubiere de llegar a esa ciudad.

Heme llegado saber que la Madri Priora de nuestro nuevo convento aya escrito a Vm. la aya respondido y que aya sido tan curiosa que aya solicitado saber la disposición del convento. Al punto que llegue a esa ciudad embiaré orden para que partan, que ya es tiempo, y yo he menester ganarle para continuar la visita y confirmación de esas montañas de Navarra. Estimo el regalo de las alcachofas, que lo es para mí de suma estimación y viniendo de la mano de Vm.

Nombramiento de capellán.

24 de julio de 1663

Don Diego de Texada y Laguardia, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, obispo de Pamplona… Por cuanto la priora, religiosas y convento de Santa Ana… a sido nombrado y presentado don Pedro Obañanos, presvítero de esta ciudad, por vicario y  capellán de dicho convento con salario de cien ducados de vellón al año y un cuarto de la casa para su vivienda y obligación de servirlas de tal vicario y capellán, y confesar las dichas religiosas y administrarlas los Santos Sacramentos y deçir y celebrar una misa en cada día de precepto por el dicho combento y yntención de quien lo fundó quedándole libre los demás días de trabajo ara que pueda celebrar misa en ellos el dicho capellán a su intención. Y por tanto admitiendo el mismo nombramiento, demos comisión liçencia y facultad al dicho don Pedro de Obanos para que pueda servir de tal vicario y capellán, cumpliendo con las obligaciones referidas… acudiéndole las dichas religiosas con el salario y lo demás referido; y así bien le damos facultad para que, si tuviese algunas capellanías[16] con obligación de decir misa en otras iglesias, las pueda decir y celebrar en el dicho Combento de Santa Ana, para lo cual le dispensamos y comunicamos en la mejor vía que podemos y debemos, sin que se traiga en consecuencia para los demás vicarios y capellanes subçesores; y mandamos a todas y cualesquiera personas assí eclesiásticas como seglares desta ciudad y obispado, tengan, conozcan y reputen al dicho don Pedro de Obañanos por tal vicario y capellán y le guarden los honores, exençiones y libertades que le sean devidas pena de excomunión maior y de doscientos ducados.

Dada en la ciudad de San Sebastián a veinte y quatro de julio de mil seiscientos y sesenta y tres

Diego, Obispo de Pamplona

Por mandato del Obispo, mi señor. Miguel de Ollo, secretario.


Pamplona, 10  de septiembre de 1663

La monja que ajustamos fuese desta ciudad[17] es la portadora desta.  Lleba en plata lo que corresponde a 100 ducados de vellón, una arroba de cera y su cofre son sus alaxillas.  Dexa hecha escritura de pagar al tiempo de la profesión 400 ducados de plata y los alimentos del año del noviciado, que será lo que fuese estilo o lo que estas santas señoras dispusieren. En las que les escribo les doy comisión para que las dé el hávito su vicario o el de Santa María.  A de ser esta señorita una religiosa de importancia.[18]  Vm. me haga merced de disponer la reciban luego y guardese con Dios…

Diego Obpo. de Pamplona.


Galilea, 20 de noviembre de 1663

Salí a ocho deste de Pamplona para este lugar a toda prisa por pedirla una diligencia que era necesaria hacerla para abrir puerta para que Juan Joseph[19] entre en el colegio. Y aunque tengo ajustada esta materia, puede correr riesgo si falto de acá; y assí me veo obligado a quedarme asta verla del todo concluida.

En la remisión de las perdiganas he andado yo tan galante como Viguera, pues la brevedad del viage no dio lugar a embiarlas, y no sólo soy desgraciado en eso sino también en las órdenes de su hijo pues esta Navidad no podré volver a Pamplona y acá no puedo celebrarlas. Abiso a Pamplona para que remitan a Vm. la publicata[20]y si se le hiciera largo el esperar a que yo buelba le remitirán reverendas[21] que yo ni esas puedo despacharlas acá.. Y assí Vm. avise de lo que más fuere su gusto, pero no quede duda que el mío será servirle siempre y en todas partes.

Ya tiene don Joseph Vergara orden para remitir a Vm. los manguitos para las señoras Ysabelas y la Vicentica; si no los huviere recivido, abise que buelva a instar. En lo de la llave ya me parece estará todo ajustado conque no se me ofrece qué decir hasta tener aviso. Esto me lo puede dar Vm. por Pamplona, que de casa me remitirán las cartas.

Guarde Dios a Vm. muchos años.


Calahorra, 7 de diciembre de 1663

Bien juzga el Sr. Vegete[22] que por hallarme en mi tierra y casa estaré muy gustoso, pero lo juzga mal, porque todo es trabajar y rebentar sin tener tiempo par juzgar unas cargadillas; pero ay salud y me alegro mucho de que VM. la goce, que sea por muchos años, años en compañía de las señoras Ysabelas y Vicentica, a quienes beso la mano con todo cariño, y me parece las tendrán en abrigo porque me escribe don Joseph Vergara que remitió ya los manguitos.

Yo he de volver a Pamplona en breve y si Vm. gustale ordenare enyonces a su hijo, y si no le remitirán las reverendas. Alegrome que la señora aya reducídose a dejar las llabes con que juzgo a las madres contentas y gustosas.

Guarde Dios a Vm muchos años como puede y deseo.

Calahorra y diziembre 7 de 1663…

Puedo asegurar a Vm que le enbidio el buen tiempo y umor que gasta, y confieso que para mi todo es… y travaxar, como lo ha dicho en el viaxe y ahora en esta ciudad, porque su Magestad me manda le sirva en los cargos de Virrey y Capellán General deste Reyno, con que me tienen Vm. acá algún tiempo más y siempre a su servicio.Alégrome de que Frazquillo aya ido a Bayona a ordenarse y de que las seroras Ysabellas… queden gustosas con sus manguitos y me pesa que a la madre priora y essas religiosas no le pruebe la tierra; querrá Dios que mexoren y que queden gustosas y con salud. Vm. me las consuele mucho.

Veo los lances y contiendas que han pasado con la serora; lo acertado a sido echar nuebas llabes que podrá ser que con eso se aquiete.

Ya escribo a don Ylarión dándole las gracias y por su carta podrá Vm. saber lo que he obrado en mi viaje, pues no tengo lugar para referirlo en todas.

Guarde Dios a Vm como puede y deseo y le de muy alegres Pascuas en compañía de las seroras Ysabellas y Vicentica cuias manos beso.


Pamplona, 29 de diciembre de 1663

De muy buena gana señor vegete tomara yo de criar buen umor entre sardinas y berçicas; y aunque se gasta mediano, envidio el que Vm. tiene, de que no me pesa, ni menos que se halle con buena salud; que se por muchos años y con nuebas della he tenido muy gustosas Pascuas, y deseando tenga Vm. las de Reyes muy alegres.

Mejor que el palo de acebo e sabido empuñar el bastón, como Vm. bien lo sabe, y ahora sólo deseo gobernarle como más dea del servicio de ambas Magestades. Alegrome que Vm. se alle ya con su Frazquillo, viéndolo ordenado, y de que las señoras Ysabellas y Vicentica, cuias manos beso, se hallen tan gustosas, y la madre priora y compañeras ya más alentadas.

Mucho siento la tenacidad de esa señora: Y si no trata de conformarse con la raçon será forçoso mortificarla; tengo por cierto se ajustará todo sin llegar a esos lançes.

Guarde Dios a Vm como puede y deseo.

Pamplona y diziembre 29 de 1663


Pamplona, 12 de enero de 1664

Amigo y Sr. mío.: recibo la de Vm de 8 del corriente por mano de Martín de Recalde, y en la pretensión de la bara de alcalde del lugar de Barabar asta ahora no han traido los despachos necesarios para hacer la gracia que Vm. me pide; pero en llegando la ocasión procuraré tener particular atención y de modo que su ahixado goçe de buena salud en compañía de las Sras. Ysabellas y Vicentica, cuias manos beso. Las madres no me han escrito correo, si  bien me huelgo se hallen buenas.  No se ofrece otra cosa particular ni hay cosa de nuevo de que avisar.

Guarde Dios a Vm. muchos años como puede y deseo.

Pamplona y Henero 12 de 1664.

Diego obispo ellecto Arzobispo de Burgos.


Pamplona, 26 de enero de 1664

Gran dicha es tener a su lado a Asmodeo, pues con lo que pronostica el gabacho le ha abisado para que se disponga de los abrigos, de versitas, nabos y capones, repastados de maíz y esto bien pude ser pobreça, pero es con regalo. Yo tengo aquella porque los gastos han crecido; cesaron las rentas del obispado y no trae ningunas el virreynato, pero me falta este otro (regalo). Y aunque alguna vez le haya, no puede ser con gusto, porque los embaraços bo dan lugar para ello. Sobre todo me alegro que Vm. y las señoras doñas Ysabellas y Vicentica, cuias manos beso, goçen de buena salud y de que las madres se allen con alguna mexoría, y de verdad que la Madre Sopriora me causa cuydado y sin duda debe de ser el mayor dolor la memoria de su Taraçona. Dios la consuele y la conceda lo que más sea de su servicio y guarde a Vm muchos años como puede y deseo.

Pamplona y enero 26 de 1664.

B. s. m. de Vm su amigo y servidor.

Diego, Obispo ellecto Arzobispo de Burgos.

 

[1] Concejo

[2] Se refiere a la señora de Santa María, Isabel de Ojer, y a su hijastra Isabel de Lara que contaba 23 años de edad

[3]  Su Mano Vesa

[4] Arquitecto o maestro de obras

[5] Las aprobaciones de la villa fueron enviadas a Domingo de Hoa el día 19 de julio.

[6] Pactó; se hizo el ajuste o concierto

[7] Doña Agustina de Hoyos

[8] Sobrina de doña Simona de Just, monja en el convento de San Bartolomé.

[9] Dícese del que dispone o inventa el plan de una construcción, ideando su traza

[10] Don Miguel de Elezalde

[11] Ubilllos

[12] Peso equivalente a 11 kilogramos y 502 gramos o 12 kilos, según lugares.

[13] Peso antiguo equivalente a 460 gramos.

[14] El de caña, de segunda producción

[15] Este general donó una huerta perteneciente a su casa de la Torre, para la Fundación.

[16] Fundación en la cual ciertos bienes quedan sujetos al cumplimiento de misas y otras cargas pías

[17] La señorita Gracciosa Osacar y Ugalde, que tomaría en religión el apellido “de la Santísima Trinidad”.

[18] Tenía 47 al ingresar y destacó por su mortificación y silencio.

[19] Su sobrino Juan José de Tejada

[20] Despacho que se da para que se publique.

[21] Cartas dimisorias en las cuales un obispo o prelado da facultad a su súbdito para recibir órdenes de otro

[22] El cariño que le tienen el obispo a Domingo de Hoa es tal que cambia el tratamiento protocolario de Sr. mío por el apelativo cariñoso de “vegete”.

[24] Parroquias

Visita Ad Límina interrumpida

LA VISITA “AD LÍMINA ” QUE NUNCA EFECTUÓ

 

Siguiendo el ejemplo de sus predecesores, don Diego de Tejada no realizó personalmente la visita “ad límina” preceptuada por Sixto V, en la que todos los obispos tienen la obligación, cada cinco años, de cursar visita al Vaticano para dar cuenta al Pontífice de su gestión.  Ni siquiera sintió la necesidad de excusarse con su falta de salud o cualquiera otra disculpa.  Se limitó sobre el estado de su Diócesis con un breve informe que le remite con fecha 1 de abril de 1663.

En este informe se somete a la censura del Papa a fin de que sus desaciertos tengan la debida corrección -pero no consigna ninguno- y sí algunos aciertos importantes.  Así, dice haber visitado en cuatro años la mayor parte del obispado. Su asistencia a la entrega de la Infanta Real, que coronó la Paz de los Pirineos, le distrajo un tanto de esa labor y de su obligación de asistir a las Cortes de Navarra.

El punto central de su informe está en la situación que describe -en vías de solución- como efecto de la praxis beneficial existente.  En efecto; según nuestro prelado todos los beneficios de la Diócesis, curados o simples, se regían por el sistema de patronato.  Planteaba problemas de régimen de “patronato eclesiástico”, bajo diversas figuras: en unos casos eran los abades de las iglesias, quienes presentaban a los candidatos; en algunas la provisión dependía de los prebendados de la catedral o de algunos abades particulares de las parroquias donde estaban situados tales beneficios; seis o siete correspondían proveer al obispo, como abad de tales iglesias.

La mayoría de los casos de provisión, presentación y hasta colocación, correspondían a los seis monasterios navarros de Cistercienses y Benedictinos.  Los problemas jurisdiccionales entre la Mitra y las Órdenes a que daba lugar esta intervención eran muchos y enojosos.  La provisión se ampliaba a otros actos jurisdiccionales, con visitas pastorales de facto, con resistencias puestas al servicio pastoral del obispo, a apelaciones al Consejo y Cortes del Reino y obtención de posesorios eclesiásticos y espirituales que granjeaban con intrusión y violencia.  Don Diego, empeñado en defender su autoridad episcopal, pide al Papa su intervención en este asunto y el oportuno remedio a favor de la jurisdicción ordinaria episcopal.

Sin embargo, constituía mayor pesadilla para él la resolución de los  problemas, más en número y  en calidad que planteaba el “patronato laical.”  La mayor parte de estos eran presentados por los vecinos de los lugares.  El abuso introducido que denunciaban era claro: en la mayoría de los casos había discordia en las designaciones y eso daba lugar a litigios interminables, animados por intenciones aviesas y estas no eran otras que las de demorar el acto de conferir el beneficio y litigar contra el candidato de la mayoría a veces con pretexto de uno o dos votos obtenidos.  El objetivo final no era otro que el de, con color de compromisos y arbitrajes, llegar a acuerdos y componendas ilícitas como era el de adjudicar a uno el beneficio otorgando al otra una parte -la tercera- de los frutos del beneficio y como pensión vitalicia.  Muchos eran los inconvenientes que surgían de esta práctica abusiva: evidentemente estorbaban el buen gobierno de la Diócesis; en segundo lugar, cargaban todos los beneficios existentes con rentas y pensiones, que dada su cortedad, los hacían insuficientes; por último, daban lugar a escándalos y lo que es peor desde el punto de vista pastoral, a largas vacantes de los beneficios, impidiendo a los posibles beneficiados ejercer su labor pastoral.

Este era el problema, frecuente y molesto, con el que se encontró don Diego de Tejada.  A juzgar por su exposición, parece que supo acertar en el remedio.  En principio prohibió terminantemente toda composición o arreglo.  Anulado el objetivo de los litigios, quedaban estos muy mermados.  En segundo lugar, ponía en cuestión y duda el derecho de ambos litigantes.  A petición de los interesados, daba licencia para someter a árbitros, y se reservaba para sí la confirmación de la determinación, que, en principio había de evitar la imposición de sanciones.  El prelado tenía así la última palabra, a tenor de la calidad del beneficio y de las circunstancias de cada caso.  De este modo los maliciosos hallaban cerrada la puerta a sus ambiciones e intentos de conciertos;  llevados a resoluciones de justicia, y condenado a pagar costas el que perdía, se fueron retrayendo definitivamente de sus manejos.

Aun planteado y resuelto rectamente el problema, significa, no obstante que, en el corazón del siglo XVII seguía viva la cuestión de fondo agitada en el concilio de Trento: cargar la reforma de la iglesia sobre los obispos, exigía la correspondiente concesión de facultades amplias de gobierno y régimen, sin las trabas que el sistema medieval había ido acumulando sobre el ejercicio de sus funciones.

Informe sobre la Diócesis

INFORME DEL ESTADO DE LA DIÓCESIS

 

Este es el informe que nuestro obispo envía al Pontífice con fecha 1 de abril de 1663.

 “El cuidado de obediente y la obligación de mi officio me llaman a que dé quenta a V. Bd. del que me tiene encomendado (aunque indigno) en el diócesis de Pamplona, para que a la censura de V. B.d tengan la corrección debida mis desaciertos y consiga mi vigilancia la debida para govierno venidero.

 Este obispado, Santísimo Padre, es el único que tiene este reyno de Navarra y se extiende su término a la mayor parte de la Provincia de Guipúzcoa y a muchos lugares del reyno de Aragón y a algunos de Castilla. Consta de 19 Arciprestazgos y de 833 pilas. La iglesia matriz está sita en la ciudad de Pamplona, que es la metrópoli del reyno y también sede de la dignidad episcopal.  Son los canónigos y prebendados de esta iglesia religiosos de San Agustín y guardan la vida monástica, a cuya causa se reputan por exemplos (aunque sobre estos a muchos ay pleito pendiente) de la jurisdicción ordinaria episcopal y sin embargo goçan de todos los derechos  cathedralicios y en las vacantes exercen todo la jurisdicción ordinaria. El obispo tiene entre ellos voz y voto en los cabildos y elecciones que hacen y porción como un canónigo y en todos los actos públicos y secretos la precedencia y estimación que merecen su dignidad, si bien en ninguno le reconocen prelado por la exemción que affectan.  En la misma ciudad, y sede episcopal, está el tribunal de lo contencioso y lo gracioso perteneciente a la jurisdicción ordinaria, dividido en dos ministerios que lo despachan todo, Vicario general y  oficial principal a nombramiento del obispo.  El oficial es canónigo de la iglesia matriz por costumbre que alegan tener sus prebendados (aunque con dolor de la dignidad episcopal), pues no se halla siempre sujeto que lo pueda ser beneméritamente.

 La elección destos, Vicario General y Oficial, he tenido después que estoy en este obispado cuidado en el acierto, procurando valerme para este ministerio de las personas más doctas, celosas, exemplares y temerosas de Dios que he hallado, y al presente experimento con los que actualmente me asisten todo el desempeño de cuidado tan grande y de mi mayor obligación.  Demás estos ministerios que exercen esta jurisdicción, ay otros tres officiales foráneos repartidos por los arciprestazgos del obispado, uno en el de Vandosella, del Reyno de Aragón, otro en el de la provincia de Guipúzcoa, y el otro en la ciudad de Fuenterrabía, caveça de la misma provincia: estos tienen la jurisdicción limitada a causas pecuniarias, asta la tassa de 600 maravedies y nom más; y en las beneficiales, matrimoniales y criminales no conocen ni pueden, y lo más se les permite en las criminales es sustanciar y remitir.

 En la determinación de las causas se procede conforme a los sagrados cánones. Concilio de Trento y las Constituciones Sinodiales deste obispado, que se conforman con todo con lo dispuesto en el Concilio ||. Ay recurso de las sentencias deste tribunal al Arçobispado de Burgos, quien es sufragáneo este de Pamplona, según la voluntad de las partes se suele apelar, omiso medio, a V.B.D, o a su Nuncio en estos reynos de España.

 Todos los beneficios, assi curados como simples, son de patronato de legos y eclesiásticos, y la mayor parte de aquellos son a presentación de los vecinos de los lugares; a cuya causa las más presentaciones suelen salir discordes, ocasionándose de ellas innumerables litigios, y en el tiempo de mi govierno he experimentado y reconocido que mucho dellos han sido calumniosos y maliciosos, prosiguiéndoles y dando torcedor con sus dilaciones los presentados por la menor parte de los patronos (con grande deseo) a los que tenían conocida justicia, sólo con fin de llegar composiciones ilícitas, las quales paliaban con el color de compromisos y arbitramiento pidiendo para este effecto licencia a los officiales ordinarios, quienes, sin haver hecho los reparos que represento a V.B.D. los han dado. Y los árbitros componían la materia adjudicando a uno de los opuestos el beneficio y a otro la tercia parte de los frutos de pensión vitalicia y otros intereses con el color pro bono pacis et litium expensis; y con esta ocasión apenas vacaba beneficio que tuviese pleito, porque todos solicitaban uno do dos votos, sólo para oponerse al presentado legítimamente por la mayor parte, y molestarlo con pleitos y dilaciones, y obligarlo a concierto con el figmento y color de compromiso; de cuyo abuso reconocí y experimente que en el obispado los más || beneficios estaban grabados con pensiones, siendo assí que todos son muy tenues y que apenas tienen la congrua necesaria para el sustento de los curas y beneficiados.

 Originábase también otro muy considerable inconveniente y es que con estos pleitos estaban mucho tiempo las almas de los feligreses sin pastor y cura propio que le gobernasen y administrasen los Santos Sacramentos (siendo este el mayor cuidado de V.B.D. y de las leyes eclesiásticas), juntándose a estos tan conocidos inconvenientes los graves pecados que se cometían en hacer semejantes pacciones ilícitas y simoníacas.

Considerando pues, Santísimo Padre, tan graves y conocidos daños, tomé por política para su remedio de negar las licencias para hacer semejantes conciertos y compromisos, con este temperamento; que, siendo conocido el derecho de un presentado  las deniego por presumir el fin depravado para que las solicitaban los coopositores, pero reconociendo que el derecho de ambos opuestos y presentados es dudoso y incierto; entonces con licencia (si la piden) para comprometer el pleito de árbitros reservado para mí la confirmación de lo que determine y entonces (procurando siempre evitar presiones) modero, según la calidad del beneficiado y circunstancias del negocio, las adjudicaciones que se suelen hacer, pro bono paces et litium expensis, conformándose con esto con el fin de V.B.D. y del derecho. Y ha sido, Santísimo Padre, de tan eficaz remedio para obviar estos daños esta política, que no es posible decir ni representar a V.B.D. || la mejoría que se experimenta porque, como hallan los calumniosos y maliciosos opositores cerrada a sus deseos y conciertos deprebados, y saben que si se llevan a determinar en justicia su pleitos han de salir condenados en costas, oleumnquen et operam perdent, se retrahen de hacer semejantes oposiciones y intentar tales pleitos, xonque están las iglesias probeidas, quitada la ocasión de las desidias y pleitos, y cerrado el camino a pactos y conciertos tan simoníacos.

 Los beneficios de patronato eclesiástico son todos o lo más a presentación de los Abades de las iglesias donde están, quienes también hacen colaciones dellos, y fuera de algunos que pretenden los prebendados de la iglesia matriz y algunos Abbades particulares de las parrochias adonde están sitios, y seis o siete que tocan a la dignidad episcopal como Abbada de sus iglesias, todos los demás (que son la mayor parte) los prevenden y cobran los religiosos de San Bernardo y San Benito deste reyno, divididos en seis monasterios; y con ocasión destas probisiones se han tomado y quieren tomar tanta mano, que se emplea la mayor parte del cuidado pastoral en defender la jurisdicción ordinaria de sus abusos y ingestiones: pues, no siendo más que meros Abbades de aquellas iglesias se quieren introducir y introducen de echo a hacer autos jurisdiccionales de ellas || queriéndolas visitar y visitándolas de facto y no permitiendo al obispo haga estos ministerios tan de su obligación y cuidado;  con el pretexto de que son exemplos de la jurisdicción ordinaria, no se pueden sujetar por ella a la raçon y, lo peor es, acuden a la Corte y Conssejo (en donde por semejantes acciones de los religiosos que procuran conseguir sus pretensiones a costra de la jurisdicción eclesiástica se ha introducido la corruptela de conocer de posesorios eclesiásticos y espirituales) y allí piden amparo de la posesión, que granjean con intrusión y violencia; y con estos medios que desdicen tanto de su profesión, consiguen introducirse a visitar y mandar las iglesias, tan en perjuicio de la jurisdicción ordinaria.

 Y se puede teme, Beatísimo Padre, el que se levanten con el todo ellas, si V.V.D. no pone el debido remedio, que humilde y encarecidamente suplico.  La provisión destos beneficios simples es de V.B.D. en los meses que tiene reservados; y muchos dellos no excediendo su valor en 24 escudos de oro de Cámara los provehe el Nuncio de V.B.D. en estos reynos.  Y aunque es verdad que V.B.D. me tiene concedida la alternativa para todas las provisiones del obispado y yo lo tengo aceptada, sin embargo no puedo valer de su privilegio, respecto de que en las iglesias a donde avía de tener cabida ay colaboradores inferiores, cuyo derecho no es visto V.B y no parece ser su intento || quitárselos para dármelos a mí.  Respecto de lo cual no goço ni puedo goçar del privilegio de la alternativa sin especial indulgencia de V.B.

 Quatro años ha, Beatísimo Padre, que entre en este obispado, y en este tiempo me he ocupado de visitar la mayor parte del. con grande utilidad de las almas y reforzamiento del clero.  No he podido acabar de visitar, respecto de aver asistido por orden del Rey Cathólico a la celebración del matrimonio de los Reyes Cristianísimos en lo cual, y en este ajuste de las paces que tan felizmente se hicieron entre las dos coronas gasté mucho tiempo, procurando lucir como se debía en actos tan del servicio de V.B.D. y universal provecho de toda la Christiandad.

Sucedió a esta función la convocatoria de Cortes deste Reyno de Navarra, a las quales fui llamado por el Rey Cathólico para asistirlas, por contar aquéllas, entre otros, del braço eclesiástico y por haverse ofrecido muchas y diversas materias que tratar y conferir en ellas, durante cerca de un año, y al final dellas fui nombrado, aunque con resistencia mía, por diputado por el braço ecliasiástico, el cual oficio dura hasta la celebración de otras Cortes. Y por tener Oidores del Rey Católico y convenir a el govierno deste reyno, acepté este cargo y en su execución he proseguido hasta el tiempo presente en asistir a las Juntas que se han hecho pertenecientes al govierno político deste reyno y reconociendo lo embaraçoso y duradero deste officio, me he eximido del y estoy en disposición de || continuar la visita deste obispado y cumplir esta obligación de mi asistencia.

 Este es, Beatísimo Padre, el govierno y estado deste obispado,  V.B. dispondrá lo que más fuere del servicio de Dios nuestro Señor y de B. D. cuya vida guarde como ha menester la Christiandad y yo se lo ruego.

 Pamplona y 1 de abril de 1663                                 Santísimo Padre

                                                                                   Beso el pie de V.B.

                                                                                   Diego. Obispo de Pamplona.

 Al pie: Expedit 15 septiembris 1663. C.C.: danda littera cum responsione.»

Doble elección

DOBLE ELECCIÓN CANONICAL

 

No era menos necesaria la paz en el interior de su iglesia. El Cabildo, reunido en la Preciosa el 7 de enero de 1661, vio la necesidad de proceder a la elección de canónigos y resolvió citar al obispo para “el lunes 10 del corriente a las 10 de la mañana” con el objeto de incoar los trámites acostumbrados.  El Dr. Juan de Echalaz, prior y canónigo; el Dr. Pedro de Saravia, capellán de honor de Su Majestad, canónigo y arcediano de la cámara, y los licenciados Miguel de Sarasa,  capellán de honor de Su Majestad, Martín de Monreal, Enrique de Urriés, y José de Solchaga, todos canónigos y profesores, dijeron ante fray Luis Díez Aux de Armendáriz, comendador de la Merced de Pamplona como auténtica persona que había llegado a sus oidos que el obispo Diego de Tejada, el arcediano de la tabla Francisco de Ayas y otros canónigos adheridos suyos trataban de cubrir algunos canonicatos vacantes sin guardar la costumbre y estatutos de la iglesia de Pamplona y porque esto redundaba en gran perjuicio del culto divino, los suplicantes apelaron en forma el 9 de enero.

Al día siguiente la apelación fue comunicada en cabildo pleno al obispo, al arcediano de la tabla, al doctor Martín Tejeros, Honorio Ibañez, Sr. Tafalla, Pedro Seáis, Dr. Atocha y José de Aisain.  D. Diego de Tejada responde que tenía jurados los estatutos y que su ánimo era guardarlos, si el prior y el cabildo resolviesen que hubiese elección.  A esta respuesta de adhirieron el arcediano de la tabla y consortes con fecha 10 de enero de 1661.

Reunidos los trece canónigos existentes, junto con el obispo en la Preciosa, en el primer tratado del día 10 de enero, todos estuvieron de acuerdo en que se procediese a la elección de nuevos capitulares.  En el segundo tratado (11 de enero), la minoría pretendió que se eligiesen once.  El obispo, con la mayoría, insistió en que fueran siete, dado que las rentas del arcediano de la tabla no permitían más y uno de los nuevos estatutos, jurados por todos, fijó el tope en veinte.  Todos se citaron para proceder a la votación general. El prior hizo una citación particular para hacer la elección en la sacristía principal el día 12 a las 10 de la mañana.

El día 12, entre las doce y la una del mediodía, tuvo lugar la votación.  Asistieron todos. La minoría suspendió su voto. Los demás votaron.  El prior asistió y reguló el escrutinio.  Resultaron elegidos siete como proponía el obispo: el licenciado Miguel de Iribas, el licenciado Diego Antonio Íñiguez, el licendiado Diego de Echarren Martín Pérez de Jáuregui, el Dr. José Martínez de Baquedano, licenciado Jerónimo Andrés de Ezcároz y Juan de Oriosain. Todos ellos con ocho votos cada uno, incluido el de D. Diego de Tejada.

La minoría elevó diversas protestas. El Obispo Diego de Tejada tuvo intervenciones muy cuerdas y oportunas pero la minoría se mostró irracional e intratable.  Los electores señalaron ocho meses de tiempo para la toma de hábito.  En el mismo día vistieron el hábito canonical tres que estaban en la capilla del Santo Cristo esperando el resultado de la votación: Echarren, Pérez de Jauregui y Martínez  de Baquedano. Otros, Iribas y Escároz tomaron el hábito unos días más tarde, el 27 de enero.  La elección de la mayoría duró más de nueve o diez horas.

Una hora antes de esta elección el prior y canónigo disconforme, Saravia y sus seguidores se juntaron, no en la sacristía mayor, donde se habían citado, sino en la casa priorial y eligieron once candidatos distintos sin guardar más solemnidad que la de llamar a un notario y pedirle testimonio de que elegían once sujetos, designándolos por sus nombres. Además de esta elección paralela, los miembros de la minoría opositora, descontentos de la elección “canónica”, apelaron contra ella y obtuvieron del tribunal del nuncio unas letras de inhibición para que la mayoría no diera los hábitos y posesión a los que faltaban se sus electos, informando que ellos habían elegido once candidatos conforme a los estatutos y la mayoría contra dichos estatutos.

Las letras inhibitorias iban contra cualesquiera jueces y personas, mandando llevar a Madrid las actas de ambas elecciones y prohibiendo que el obispo y los suyos molestasen a la minoría ni le impusiesen multas ni les hiciesen vejación alguna.  Sin atender a la inhibición, sacada a su instancia, teniéndola en su poder, el día 27 de enero entre las 7  y las 8 de la mañana, un escribano fue llamado a la casa del prior y,  con asistencia del Dr. Saravia, el prior, Juan de Echalaz, puso el hábito a cuatro de sus electos: Diego de Eraso, Juan de Acedo, Tomás de Beinza y Lucas de Vergara, para que las notificase a la mayoría.  Antes, en el mismo día 27 de enero, la mayoría apeló para el caso de haber obtenido del nuncio, con falsa relación, algún despacho perjudicial a la elección hecha por el obispo y consortes.

Cuando el Prior y la minoría se dirigían a la catedral a dar la posesión a los cuatro novicios que acababan de tomar el hábito, en la puerta de la iglesia, llamada priorial, les salió al encuentro el vicario general, que había sido llamado por la mayoría a quien requirieron que impidiese a los intrusos la toma de posesión que intentaban y les despojara de los hábitos que habían usurpado clandestinamente  y que, como a súbditos, les prohibiera ejercer funciones y actos canonicales. El viario general hizo todo lo que se le pedía amenazando a los desobedientes  con las penas de excomunión y suspensión de oficio y beneficio.  Pero ellos, menospreciando los mandatos del vicario general, con fuerza y violencia penetraron en la iglesia y en el coro, al tiempo de la celebración de los sagrados oficios, sin haberlo podido impedir ni el vicario general ni los canónigos de la mayoría.  El hecho produjo escándalo en la ciudad y en el reino con el manifiesto peligro de que se sucedieran vías de hecho. El mal ejemplo cundió en Sangüesa y Corella.

La mayoría designó  a los licenciados Miguel de Iribas y Diego de Echauren, dos de los nuevos canónigos del grupo mayoritario, para la solicitud del pleito en Madrid, acudiendo libres de todo gasto.  Iban provistos de cartas de recomendación del obispo para el Rey, el inquisidor general, y Diego de Rivera. En ellas se remitía a un memorial, que se entregaba al Rey, y presentaban como principales responsables de los escándalos a Juan de Echalaz, prior; Pedro de Saravia, arcediano de la cámara y Enrique de Urriés, canónigo, pidiendo que los tres fuesen retirados, ya que a él le había sido imposible reducirlos a la paz  y unión.

Luego que Iribas y Echauren partieran para Madrid, el obispo salió a visitar los lugares de la cuenca de Pamplona sin perder de vista la ciudad para hallarse pronto a cualquier eventualidad.  Aquí recibió su carta. Recibió también cartas del nuncio y del auditor, sin más demostración que las generales de cortesía y buena ley. Y con lenguaje duro advirtió a Iribas y Echaurren sobre sus oponentes: “la parte contraria inventará cuantas maldades pueda, introduciendo dilaciones, porque su ánimo es eternizar el pleito. No se ha pedido hasta ahora informe el Consejo, quizás será pereza en la secretaria.  Vuestras mercedes sepan si se ha despachado, que aquí no se perderá a quienes se ha de escribir y de qué manera… y también hagan relación de lo que todos esos señores obran para que les demos las gracias y los alentemos para adelante.  Y esta gente, teniendo justa demostración del señor nuncio, van alargando y hemos entendido han despachado a toda prisa a Roma, a sacar letras inhibitorias contra su Ilustrísima, y el señor auditor, pues para ello se saben despachan un correo a Bayona de Francia y no habrá bellaquería ni maldad que no intenten, pues se olvidan de la obligación de cristianos ofendiendo con tantos escándalos a Nuestro Señor”.

El 10 de marzo de 1661 se leyó en cabildo una carta del secretario Antonio Alosa Rodarte y dentro de ella venía una cédula real pidiendo informes sobre la doble elección y la toma de hábito de los cuatro electos por la minoría. El cabildo encargó a los señores Tejeros y Tafalla que redactaran el informe.  Tafalla, en carta a Echarren, escrita el mismo día, explica mejor lo que el rey quería saber: “En la cédula de Su Majestad nos manda digamos muy en particular los motivos que ha habido para hacer la menor parte su elección y las palabras y excesos que en la elección hubo. Toca también y pide razón de las diferencias y parcialidades que hay entre los de la montaña y los de la ribera, lenguaje que lo inventó el diablo o Saravia, porque hasta que éste vino de Roma, nunca en mi tiempo vi sembrar tal cizaña. Inventóla este buen hombre para llevar tras sí estos señores que, como sencillos, se dejan arrastrar de su malicia, y en esto consiste el imperio de Saravia.  No es posible enviar el informe con esta estafeta; se remitirá en la siguiente. El informe del señor obispo tampoco irá en este ordinario porque es menester tiempo para ajustarlo. Y si hubiese venido para el señor regente, que no lo sabemos, aunque yo creo que sí, irán todos a un tiempo.  Aun no habían echado mano de la inhibición enviada por Echarren por parecerles que no había llegado el tiempo y porque la diligencia de la ordinaria había de ser la que embarazase sus intentos”.

No parece que un memorial impreso del obispo y de la mayoría del cabildo sea informe pedido por el rey, pero podemos estar seguros de que contiene las mismas ideas. Parte del supuesto de que los nuevos estatutos del año 1642 eran válidos y estaban en vigor en el momento presente.  Exponen la doble elección de 1661 y afirman que todas las inquietudes y disensiones han nacido de la quiebra de la cédula real del año 1642 y de los estatutos nuevos que fueron jurados por el obispo y por todo el cabildo, incluidos el prior actual y Saravia, uno de los electores que votaron que el número de electos, no pasasen de veinte y el que con más esfuerzo defendió no excediese de dicho número y siguió el pleito hasta que, en efecto, lo consiguió.  Saravia pretende que sólo le mueve el aumento del culto divino con el mayor número de canónigos, pero parece que su móviles con económicos. Mientras dure el pleito, y él se jacta que va para largo, se ahorrará uno mil ducados que cada año debe de pagar en concepto de vestuario a los siete canónigos nuevos,  sin contar la utilidad que le puede resultar durante el pleito con las vacantes de los canónigos profesos, juntos.  “Últimamente, cuando todo sea como dice don Pedro Saravia, nunca ha podido haber razón para hacer elecciones clandestinas y dar los hábitos y posesión en virtud de ellas; levantar bandos con parcialidades de Ribera, y Montaña…” El obispo y la mayoría del cabildo suplican a su Excelencia pongan el remedio que más convenga a la paz y quietud de la iglesia y sus prebendados.”

En este memorial, sólo de pasada, se alude al breve de Urbano VIII que mandó retener la cámara. El obispo y la mayoría de los canónigos, vivían en un ambiente tal de regalismo, que atribuían más valor a una cédula real que un documento pontificio.  Por cuatro veces, al menos, la Santa Sede rehusó confirmar los nuevos estatutos como anticanónicos. El juramento de observar una disposición anticanónica, ¿obligaba en conciencia?. Algunos canónigos, incluso de la mayoría, como Francisco de Ayas, arcediano de la tabla,  veían la debilidad de la legalidad vigente, lo que no les autorizaba a atropellar otra legalidad, indudablemente vigente, la relativa a la forma de elección de los canónigos, como lo ejecutó la minoría el 12 de enero de 1661.

La carta del obispo a Echaren e Iribas alude a un auto que pronunció el auditor de la nunciatura “tan descabezado, tan irregular y tan contra todo derecho, que se podía temer que, como entonces halló dictamen para él, lo hallase en adelante para otro peor.  El informe de los señores regentes y consejo creo que va hoy y en forma bastante para que estos señores puedan obrar y tomar resolución eficaz para atajar tantos daños como se puedan tener, si esto quedase sin castigo”.

Echarren e Iribas debían exponer a los señores de la cámara que los de la mayoría pudieran proceder a prisiones, multas y otras penas contra los de la minoría y que lo suspendieran, sólo por no dar ocasión a que se perturbase la paz ni hubiese inquietudes ni alborotos en esta república, esperando el remedio de todo del santo celo y justificación de Su Majestad y los señores del real consejo de la cámara.

Por sentencia del 4 de noviembre de 1661 el nuncio mantuvo a Iribas y a sus cuatro compañeros, elegidos por la mayoría, en la posesión de las canongías, de traer su hábito regular, de percibir sus frutos y rentas y de no ser molestados por persona alguna.  En el mismo día dio por atentado todo lo hecho por la minoría desde el 22 de enero. También reformó la inhibición librada a dicho tribunal como si desde el principio se hubiese puesto la cláusula “non retarda execuciones”.

El día siguiente, 5 de noviembre, dio por nula la elección de once canónigos hecha por la minoría el 12 de enero en casa del prior desde las 10 a las 11 de la mañana y dio por buena y válida la elección de siete canónigos hecha por el obispo  y la mayoría en el mismo día en la sala capitular, una hora más tarde. El nuncio otorgó la apelación tan solo en el efecto devolutivo, “non retarda execucione”, con término de cuatro meses.

El 24 de noviembre del referido año, el doctor Juan de Tafalla, en carta a su sobrino el licenciado Diego de Echaurren, acusó recibo de las ejecutoriales, del atentado y reposición, juntamente con el auto de levantamiento de la inhibición, y aquel día, 24 de noviembre, se notificaron en cabildo, donde no se halló Pedro de Saravia, porque siempre estaba convaleciente.  El cabildo, en lo que le tocaba, respondió que le oía y obedecía, y los contrarios le dijeron que lo oían. Se trataría luego de hacerlo notorio a Saravia y juntamente a sus electos, los cuales, al punto que supieron la sentencia, desaparecieron cada uno a su país.  Tomás de Beinza,  llegó la noche anterior y se le buscaría para el mismo efecto.  Tafalla estaba ocupado en trasladar las ejecutorias para trasladarlas a Roma en forma de “vidimus” con el objeto de prevenir allí la inhibición que los contrarios procurarían sacar para impedir las profesiones de los electos por la mayoría y, si acaso se ha sacado, se reforme con el testimonio del estado de la causa y se ponga la cláusula “non retardata execucione”. Saravia procurará detener las profesiones para no pagar los vestuarios.

Antes de que pudiera llegar la temida inhibición, el nuncio mandó dar la profesión una vez terminado el año de noviciado, y acudir con las rentas a los canónigos elegidos por la mayoría.  El 15 de enero de 1662 se notificó el mandato al cabildo y emitieron l la profesión tácita a D. Diego de Echaurren y Martín Pérez de Jáuregui, a pesar de las protestas de tres de la minoría, y el 28 del mismo mes lo hicieron Miguel de Iribas y Jerónimo Andrés de Ezcároz.

La minoría obtuvo unas letras rotales[1] de citación e inhibición en prosecución de la apelación interpuesta ante el nuncio, pero la Signatura de Justicia del Papa reformó la inhibición de la Rota. Saravia no se dio por vencido y el 27 de agosto de 1665 expuso al pontífice que, pese a la apelación y al pleito pendiente, se dieron los hábitos a los canónigos elegidos por la mayoría y fueron admitidos a la profesión.  El nuncio condenó a Saravia al pago del vestuario, que ascendía a mil escudos, de lo cual apeló dentro del tiempo legítimo.  El papa encomienda la causa a León Verospius, auditor de la Rota romana, el cual despachó estas letras de inhibición que, al parecer, no produjeron el resultado apetecido por su peticionario Saravia. A todo esto se gastaron en el pleito, por parte de la mayoría, 13.396 reales.

 

[1] Perteneciente o relativo al Tribunal de la Rota

Conflicto de inmunidad

CONFLICTO SOBRE INMUNIDAD

 

D. Diego de Tejada se vio obligado a intervenir en otro conflicto desagradable.  Juan de Echarriz y Juan Ruiz, acusados de la muerte de Miguel Santesteban, vecino de Lumbier, por el mes de enero de 1659, se refugiaron en la iglesia parroquial de la misma villa.  El alcalde ordinario puso candados a las puertas y prision a los retraídos.  El fiscal eclesiástico pidió al vicario general doctor Francisco Ruiz de Palacios, que actuara contra el alcalde y cualesquiera otros jueces intervinientes para que quitasen los candados y prisiones y no sacasen a los retraídos de la iglesia, ni violasen la inmunidad.  El vicario general fulminó la excomunión y lanzó el entredicho que duró muchos días.

Acto seguido el vicario general pasó a San Sebastián donde estaba el obispo, dejando  en Pamplona con ambas jurisdicciones graciosa y contenciosa, a Enrique de Urriés y Cruzart, canónigo y oficial principal. Instóle a éste la corte a que levantara las censuras contra el alcalde y como se negase a ello, procedieron a ocupar las temporalidades que hallaron en su casa, Él se había retraído a su celda en el dormitorio de los canónigos y aquella noche se trasladó al convento de Santa Engracia, extramuros de Pamplona, y de allí a San Sebastián en compañía de Pedro Morales, curial (empleado subalterno de justicia) en el tribunal eclesiástico de Pamplona.

El obispo recibió varias representaciones del reino y de la ciudad para que levantase el entredicho.  Luis de Haro, valido de Felipe IV y José González que negociaban la Paz de los Pirineos, le pidieron lo mismo de parte de Su Majestad, conviniendo  que se nombrara una sala de competencia en Madrid para la solución del asunto, como en efecto se nombró.  Con esto el obispo retiró la censura a los siete meses.  El Consejo Real mandó restituir a los presos a la iglesia de Lumbier.

De parte de ambas jurisdicciones se buscaron en su archivo los procesos y ejemplares del caso y se remitieron muchos a Madrid, entre ellos este pleito de Lumbier; pero al parecer no se adoptó resolución alguna dejando la puerta abierta a nuevos y más graves conflictos jurisdiccionales.

Problemas con las Cortes

PROBLEMAS ECLESIÁSTICOS EN LAS CORTES

 

Las cortes, inauguradas en la Preciosa de la catedral el 25 de marzo de 1662, volvieron a ocuparse de varios problemas que quedaron pendientes en la legislatura anterior y de otros nuevos.  En la primera sesión el obispo Diego de Tejada, pidió la naturalización –concesión de los derechos de otro país-, que le fue concedida previa votación secreta.

Dos meses más tarde se vio el capítulo 52 de la instrucción sobre la pensión que se pidió a Su Majestad sobre el obispado.  En el día señalado para debatir el asunto (10 de junio de 1662) no se abordó o no se consignó nada en las actas.  Pero dos días después, en plena deliberación, se registró una instrucción “sobre que el obispo de Tarazona ponga vicario general sobre los lugares que tiene en este reino.” Se ponga por capítulo de instrucción conforme el capítulo 45 de la instrucción de las cortes pasadas.  La instrucción decía que pusiese pleito al obispo de Tarazona sobre el vicario general.

 

Catedral de Pamplona. Puerta Preciosa

Quede también por capítulo de instrucción la pensión del obispado en la forma que está en el capítulo 52 de la instrucción pasada y el memorial dado por la última diputación (26 de mayo de 1662). La instrucción añadía que la Diputación pidiese donativos al clero, casas monacales y regimientos para aumento de la dotación, como lo ofrecieron en tiempos pasados”.

 

En sesión del 12 de julio del mismo año se leyeron unas cartas y un memorial de la ciudad de Tudela, de su insigne colegial y deán de la misma sobre la pretensión de que la colegiata se convirtiese en catedral y el deanato en obispado. Al fin pedían al reino que interpusiese su autoridad. Los tres brazos encargaron a los síndicos que estudiasen los precedentes.  Presentaron un borrador de memorial que las cortes podían dirigir al rey y de las cartas que se podían enviar al monarca, al presidente de Castilla y a los miembros de la cámara.  Fueron analizados, puestos en limpio y enviados el día 15 de julio de 1662.

En el mismo día se vio un memorial sobre el gran número de ermitaños existentes en el reino en grave daño de las religiones del mismo y en contravención de la legalidad vigente. Los tres brazos recomendaron a Lucas de Iblusqueta que informase al reino sobre las leyes vigentes sobre el particular.  El 19 de julio se nombraron dos personas para que hablasen al obispo pidiéndole que publicase censuras contra los taberneros que permitían jugar a naipes y que de paso le hablasen también sobre el excesivo número de beatas y ermitaños, suplicándole en este asunto pusiese forma en el pedir de las limosnas.  El obispo prometió aplicar los medios convenientes para complacer al reino.

Los tres estamentos rogaron al obispo y virrey que calmases las diferencias entre los franciscanos y los capuchinos (4 de agosto de 1662).

La villa de Los Arcos y sus aldeas aspiraban a incorporarse nuevamente al reino de Navarra.  Como la iglesia de la villa estaba unida a la mitra de Pamplona, los vecinos buscaron la mediación de D. Diego de Tejada. Éste presentó la carta a las cortes.  Se fijó el 4 de septiembre para estudiar el asunto y se sugirió al prelado contestase que viniera una persona de parte de aquella villa con todos los papeles relativos a este asunto el 4 de agosto de 1662.  La incorporación a Navarra tardaría casi un siglo en verificarse (año 1753).

Las instrucciones de las cortes de 1662 añadían que, en cuanto el memorial que se había dado en nombre los conventos de Nuestra Sra. del Carmen, Merced y de la Victoria sobre incorporarse a los conventos de Castilla segregándose de los de Aragón, si los interesados acudiesen a la Diputación a pedírselo esta les asistiría para conseguir su intento y actuaría en la mejor disposición posible.

En sesión de la Diputación del día 5  de octubre de 1662 D. Diego de Tejada se opuso a que se enviase al rey el memorial que se había preparado sobre todo lo sucedido en las cortes, entre otras causas porque contenía muchas quejas contra el virrey; pero la mayoría de los diputados fueron del parecer que se enviara  como estaba redactado.

El 9 de diciembre de 1661 se propuso en sesión de la Diputación se iría alguno a dar satisfacción a los de la cámara por no haberles avisado el diputado y el síndico.  Como el asunto se consideró grave, se dejó sobre la mesa.  Dos días después D. Diego de Tejada presento un voto muy largo como diputado, oponiéndose y pidió testimonio de su voto pero todos los demás diputados votaron lo contrario. Es la segunda vez y con exigencias y humos.  El 28 del mismo mes el obispo pidió copia del acta del día 11. Se suspendió la resolución hasta el regreso del secretario Antonio Pérez que tenía los papeles de lo que pasó en aquella sesión. No se menciona más este asunto.

Fundación de los Capuchinos

FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE LOS CAPUCHINOS DE FUENTERRABIA

 

Convento de los Capuchinos

Cuando en la primavera del año 1660 el rey Felipe IV pasa por Guipuzcoa camino de la isla de los Faisanes para asistir a la boda de su hija María Teresa, otorga licencia verbal a la orden de San Francisco para erigir un convento de capuchinos en la ciudad de Fuenterrabía, en un paraje denominado Arquelot.  La primera tentativa fracasó por la oposición del Cabildo Eclesiástico de la ciudad guipuzcoana, en ese mismo año.  Pero el Cabildo acabó por dar su consentimiento tres años más tarde y así, el 10 de enero de 1663, el obispo de Pamplona, Diego de Tejada, verdadero impulsor de esta fundación, otorga asimismo su  autorización y toda su ayuda para que este convento sea erigido lo más rápidamente posible. Cumplidos estos requisitos legales, necesarios en aquella época, levantaron  una pequeña iglesia y algunas celdas para habitación de los religiosos, con el propósito de formalizar el convento. Pero no tardó en oponerse a esta fundación el definitorio de los franciscanos, representando los perjuicios que iba a causar a los ya existentes. Fuenterrabía la apoyaba como muy útil a sus habitantes, y aún la había fomentado. La provincia por su parte también había prestado su consentimiento para dicho efecto, bajo la salvedad de que la cuestación de los capuchinos se limitase a los territorios de aquella ciudad y de la entonces universidad de Irún. Pero los franciscanos, lejos de someterse a esta determinación, entablaron un recurso de queja en forma ante el Consejo Real, a cuya oposición salió la ciudad. El resultado que tuvo este negocio fue haberse expedido en 16 de Noviembre del mismo año una Real provisión, por la cual se autorizó a los capuchinos para llevar adelante la erección del principiado convento.

Sus vicarios

SUS VICARIOS GENERALES

 

D. Diego de Tejada y Laguardia no tuvo más que dos vicarios generales y dos oficiales principales.  El doctor Francisco Ruiz de Palacios desempeñó el cargo de vicario general desde la toma de posesión de la diócesis hasta su muerte. Le sucedió el licenciado Martín Pérez Rodríguez de Segura, natural de Galilea, como el obispo, que ejerció en Burgos el mismo cargo. En 1683 era arcediano de Burgos. El cabildo lo nombró árbitro para llegar a un arreglo en el asunto del pontifical[1] del obispo riojano.

Durante corto tiempo colaboró con la administración de justicia a título de oficial principal el licenciado Enrique de Urriés y Cruzat, canónigo de la catedral de Pamplona, pero a partir del 24 de octubre de 1659 aparece en su lugar el doctor Cristóbal de Gayarre y Atocha que no cesó hasta el traslado del obispo.  Ambos suplieron ocasionalmente al vicario general.

Le ayudaron en la visita pastoral a la Diócesis el doctor Miguel de Iribas, canónigo de la catedral de Pamplona y el licenciado Pedro de Adiós, vicario de la iglesia parroquial de San Nicolás, de la misma ciudad.

 

[1] Conjunto o agregado de ornamentos que sirven al obispo para la celebración de los oficios divinos

Arzobispo de Burgos

ARZOBISPO DE BURGOS Y VIRREY DE NAVARRA

 

Mucho tuvo que brillar nuestro obispo en la Diócesis de Navarra para que el rey Felipe IV le nominara para el Arzobispado de Burgos.  Este hecho se produce el 26 de mayo de 1663  cuando comunica a su amigo Domingo de Hoa que necesitaba ganar tiempo para,  “…continuar la visita y confirmación por esas montañas de Navarra.”  Poco después pasaría 28 días en San Sebastián.   Durante su estancia en esta ciudad fue prenominado por el rey para el Arzobispado de Burgos.

Catedral de Burgos

Su presentación oficial tuvo lugar el 24 de julio de 1663. Una comisión capitular fue a San Sebastián a felicitarle por su promoción.  El día 3 de agosto del mismo año partió camino de Tarazona para hacer la profesión de fe tridentina y el juramento acostumbrado.  El día 1 de septiembre estaba haciendo los preparativos para hospedar y agasajar a veinte personas de Burgos que venían a darle la enhorabuena.  El 26 de dicho mes suponía que los despachos estarían en Roma. En el mismo día caminaron sus libros y alguna ropa hacia Burgos.

Pero poco antes de Navidad el rey le mandó servir los cargos de Virrey y Capitán General de Navarra en funciones lo que motivo el retraso de su salida para Burgos. El 13 de diciembre de 1663 el Rey comunicó al Reino que había confiado al obispo de Pamplona y arzobispo electo de Burgos el gobierno político y militar de Navarra, para evitar los inconvenientes que resultaban que los dos mandos estuviesen separados. En este cargo sigue, por lo menos, hasta el 7 de febrero de 1664.

El día 8 de noviembre  fue a Galilea para interesarse por su sobrino Juan José de Tejada García, y para dar la buena nueva a su familia, donde residió hasta  la Navidad.

A consecuencia de estos nombramientos, D. Diego de Tejada reúne al cabildo de la catedral de Pamplona el día 6 de enero de 1664, y en presencia de todos dijo que “…por cuanto tenía carta de Roma en la que le decían que Su Santidad le había absuelto del vínculo de esta iglesia y hecho gracia del Arzobispado de Burgos, suplicaba al cabildo se sirviese de gobernar el obispado haciendo todos los actos concernientes a dicho gobierno por cuanto su Ilustrísima no lo podía hacer. Y aunque el cabildo le suplicó a su Ilustrísima se sirviese de gobernar dicho obispado, se resistió respecto de sus muchas ocupaciones y se despidió de dicho cabildo.  El cual le suplicó se sirviese de exercer los actos concernientes a la dignidad episcopal en todas las funciones de la catedral como si fuera el obispo de la misma”. Luego asistió a la misa de la Epifanía pero en calidad de virrey que no de obispo. Ni siquiera impartió la bendición.

En adelante se intituló, simplemente, Arzobispo de Burgos.  Cesaron las rentas del obispado de Pamplona, crecieron los gastos y el prelado se vio sumido en la pobreza, porque el virreinato no le aportaba ningún ingreso.  Las bulas le fueron despachadas el 26 de noviembre de 1663. El 10 de diciembre se le concedió el palio.  Tomó posesión de la sede burgalesa mediante procurador el 11 de marzo de 1664; el 14 de abril se despidió del Ayuntamiento de Pamplona; y el 29 del mismo mes le avisó que había llegado a Burgos cinco días antes, aunque no con perfecta salud.  La entrada oficial en la nueva iglesia se efectuó el 28 de abril. Ya tenía licencia del rey para ir a su nueva iglesia. Pero comunicó su llegada más tarde, el 10 de mayo de 1664, excusándose del retraso, entre otras causas por su poca salud, habiéndosele practicado tres sangrías.

Su muerte prematura

Parece ser que la salud de D. Diego de Tejada nunca fue buena. En una de las oposiciones a canónigo de la iglesia catedral de Santo Domingo de la Calzada ya se sintió repentinamente enfermo teniendo que suspender su examen y reanudándolo al día siguiente.  Pasados los años, y ya como Arzobispo de Burgos, vemos a nuestro prelado con los mismos problemas y los mismo remedios: las inevitables sangrías.  A causa de estos achaques D. Diego acudió al balneario de Arnedillo, muy cerca de Galilea, buscando remedio a sus males.  En uno de sus viajes, el efectuado el 13 de julio de 1664, al regresar a Galilea, la muerte le sorprende en la localidad de Corera, a las doce del medio día.  Su acompañante, el jesuita Domingo Casanova, le ayudó a bien morir.

Arcosolio donde se supone reposan sus restos

Su cuerpo fue enterrado en la peana de la capilla del Santo Cristo, en la iglesia parroquial de San Vicente Mártir de Galilea, muy probablemente siguiendo las instrucciones de su sobrino Juan José de Tejada.  Quiso que asistieran a su entierro, funerales y novena todos los sacerdotes del concejo, dando a cada uno seis reales por día, y que se hiciese de oficio mayor, dando de limosna 200 reales y 12 fanegas de tri

go añal y la oblación (ofrenda) de costumbre.  Asimismo mandó que se celebrasen 2.000 misas rezadas donde pareciese a sus cabezaleros (testamentarios) con estipendio de real y medio, y otras 2.000 misas cantadas en toda la jurisdicción, con una limosna de 3 reales.

 

Dejó a la iglesia de San Vicente de Galilea todo su recado y a la iglesia de Corera un alba de las que tenía en Burgos.  Nombró cabezaleros al licenciado Francisco Alonso, beneficiado de Ocón y cura de Corera, a don Andrés Tejada Laguardia, su hermano y a Juan José de Tejada y García hijo del anterior y sobrino del obispo.

Su sobrino Juan José levantó, en el año 1710, una capilla en honor de la Virgen del Pilar, en la iglesia de Galilea, y a ella trasladó los restos de su tío mandando grabar una inscripción que es como su “curriculum vitae” pero que, debido al medio siglo que había pasado desde su muerte, al redactor le falló la memoria, equivocando algún dato.

Sus ornamentos de culto

Casulla

La iglesia de Burgos se resistió a entregar a la de Pamplona la parte del pontifical que le correspondía, pretendiendo no compartirlo con nadie.  A pesar de haber sido condenada con tres sentencias firmes, la última en 1681, alegó que resultaba perjudicada en el prorrateo hecho, computando el valor de la plata con el premio del ciento por ciento en todo, no debiendo tener la renta de este obispo sino en las dos partes, por pagarse la tercera en vellón.  El cabildo de Pamplona dejó el arreglo de estas diferencias en manos del licenciado Martín Pérez Rodríguez de Segura, nacido en Galilea, arcediano de Burgos, antiguo provisor y vicario general de don Diego de Tejada en Pamplona y Burgos. La iglesia de Pamplona no tuvo más remedio que ceder.

El inventario que los burgaleses facilitaron era cortísimo.  Al parecer se ocultaron muchas alhajas, como sortijas, pectorales, y otras piezas pertenecientes al pontifical.  Los gastos del pleito ascendieron a 884 reales.  El procurador Juan del Corral avisó el 16 de noviembre de 1683 que se había hecho la división del pontifical y que a la iglesia de Pamplona le habían tocado las alhajas contenidas en un memorial, que no se ha conservado.  Pero, cuando iba a dar el recibo, murió del Corral.  Fue preciso otorgar otra carta de poder.

Por fin, el 14 de marzo de 1684, casi veinte  años después de la muerte del obispo, Simón de Villamor escribió que las alhajas estaban en sus manos y que había otorgado carta de pago.  Sólo faltaba que el cabildo enviara por ellas con carta de pago a favor del propio Simón de Villamor.

El cabildo encargó al sacristán mayor que las entregase a José de Sesse, bajón de la iglesia de Pamplona, que a la sazón se hallaba allí.  En efecto las trajo con testimonio de que estaban destinadas para el culto y sacristía en la iglesia iruñesa, con lo que se excusó de pagar derechos en Logroño.  No sabemos si los objetos recibidos compensaron los gastos tenidos en Toledo y Burgos.  Quizás para el cabildo, fuera más importante salvar su derecho.

Expolio tras su muerte

SU EXPOLIO Y ACREEDORES

 

A la muerte del obispo Diego de Tejada, por orden del Consejo Real de Navarra, fueron embargados todos los bienes y frutos del obispo difunto, existentes en ese reino, que eran muy escasos. Enseguida se presentaron varios y poderosos acreedores, que reclamaban el pago de grandes cantidades, unos en concepto de pensiones impuestas sobre la mitra, otros en concepto de sueldos no satisfechos.

Tras un largo proceso, el Consejo Real ordenó a Juan José de Tejada García, sobrino del obispo y cesionario de Jerónimo de Grez y éste de la reverenda cámara apostólica, a pagar de los bienes del espolio, en primer lugar a José de Vergara, presbítero y mayordomo que fue del obispo difunto 600 ducados que les estaban adjudicados por sentencia del propio Consejo por salario de administrador de las rentas del obispo en los años 1662 y 1663, y asimismo le pague el salario que montare la ocupación que ha tenido y tuviese hasta que se concluya este negocio, desde el 16 de abril de 1664 a razón de 200 ducados por año, más 200 reales por luto y gasto  que ha de tener en volver a su casa.

En segundo lugar pague al doctor Esteban de Gayarre y Atocha 20 cargas de trigo y 20 de cebada para fin de pago de salario de dos años y medio que ejerció el cargo de oficial principal de este obispado.

En tercer lugar y grado pague a José de Vergara, al cardenal Pascual de Aragón virrey de Nápoles, a Pedro Antonio de Echávarri, Alonso de Idiáquez y José López de Arguiñano las cantidades siguientes: 11.828 reales de plata y 1.674 reales y 24 mrs. de vellón a José de Vergara por otros tantos que ha hecho de alcance a las cuentas que ha dado de la administración de las rentas del obispo, confirmadas por el Consejo Real[1]; al cardenal de Aragón 31.000 maravedís, dos partes en plata y una en vellón, por otros tantos que se le debe de resta de 200 ducados de pensión que goza sobre este obispado; a Echévarri 163 ducados y seis reales, dos partes en plata y una en vellón, para fin de pago de 300 ducados de pensión sobre la mitra de Pamplona; a Idiáquez 824 reales y 9 mrs. de plata y 7.290 reales y 9 mrs. de vellón para fin de pago de 400 ducados de pensión; a López de Arguiñano 100 ducados de pensión de un año y la prorrata desde el 24 de junio hasta el 25 de noviembre de 1663, presentando primero la bula de pensión.

En cuarto lugar pague a la abadesa, monjas y convento de Santa Engracia de Pamplona 206 ducados y medio que se le deben conforme a relación de libranza.

En quinto lugar pague a Juan de Lana, macero de la catedral, 100 ducados por el valor de la mula que pretende.

En sexto grado y lugar pague a Martín de Orrade 40 ducados por el valor del macho que pide y a Magdalena de Gorriti, como heredera de Pedro de Licurpea, 711 reales que se le deben por la conducción de diferentes cantidades de trigo y cebada.

Absuelve y da por libre a Juan José de Tejada y García de la demanda puesta contra él por Matías de Rada y Juan de Teça los cuales pueden acudir, si lo desean, al expolio de Burgos.  Asimismo le absuelve de la oposición y demanda de Juan Remírez de Urdánoz, que no dice en qué consiste.

Esta sentencia fue confirmada en grado de revista, con que el señalamiento de salario que se hizo a José de Vergara por su ocupación a razón de 200 ducados anuales desde el 16 de abril de 1664, se entendiese a razón de 300 ducados por año desde el primero de enero de 1664 hasta el 15 de julio del mismo año, y desde este último día en adelante se entendiese a razón de 2.000 ducados y que con el alcance que se hizo de la redención de cuentas, por la cual estaba graduado en tercer lugar juntamente con los pensionistas, fuese y se entendiese graduado en primer lugar y grado a todos los acreedores. En lo demás se guardará la forma y orden de dicha sentencia de 26 de septiembre de 1665.

Al pobre Juan de Vergara le valió poco estar situado en primer lugar en la escala de los acreedores. Por falta de fondos no cobro más que 17 reales.

Diego de Laguardia, llamado “el mozo” pariente directo de nuestro obispo por parte de madre, fue procurador de Juan José de Tejada.  Por orden de éste reclamo al Arcediano de la tabla, Francisco de Ayas, todas la raciones de pan y vino que tocaron al obispo a razón de 15 libras de pan y 15 pintas de vino desde el día en que vino a Pamplona hasta el día en que se fue, que ascendían, según sus errados cálculos a 477 robos[2] de trigo y 3.059 reales más 27 cornados[3] de vino. Pidió que se le tomase juramento a tenor de la presente demanda.  El vicario general asintió con fecha 14 de octubre de 1665.

El arcediano juró que no debía nada, salió a la causa y otorgó poder.  La parte contraria, mejor informada, solicitó que el arcediano prestase juramento por los días en que el obispo residió personalmente en Pamplona.  El vicario general denegó la petición por haberse mudado la sustancia de la demanda.  Antes había pedido las raciones por todo el tiempo en que don Diego fue obispo de Pamplona.  Ahora pedía las raciones tan sólo de los días que había residido en la ciudad.  Debía entablar nueva demanda para  la primera audiencia.  Como en cuatro audiencias no puso la demanda, Francisco de Ayas fue absuelto y se impuso silencio de la parte contraria.[4]

Un año después, José de Vergara, mayordomo que fue del prelado difunto, entabló la misma reclamación.  Dijo que, a la muerte del obispo se trabo concurso de acreedores en el Consejo Rel de Navarra por vía de espolio.  Por sentencia del Consejo fueron graduados todos los acreedores y Vergara en primer lugar; pero, por falta de fondos, no pudo cobrar con ser el primer acreedor.  Vergara pretendía que entrase en el cuerpo de bienes del difunto las raciones de pan y vino que el arcediano de la tabla, Ayas, le debía por todos los días de residencia del obispo en Pamplona, pero el interesado respondió no deber nada en tal concepto.  Rechazada la demanda por el Consejo, Vergara la planteó ante el tribunal eclesiástico.  El vicario general negó la admisión a la causa, a no ser que justificase la falta de sustancia en los bienes del espolio para satisfacerle los créditos.[5]

Después de exigir al arcediano ciertos datos, respondió directamente a la demanda diciendo que el obispo difunto le había perdonado todas las raciones.  “Estando platicando con ocasión de los malos años y temporales que corrían en esta tierra y lo poco que valían los frutos y por constarle por esta causa las muchas obligaciones y empeños de mi parte, dixo el señor obispo, por las justas causas y razones que movían su ánimo, que hacía gracia y remitía y perdonaba al dicho mi parte de todo lo que le debía de sus raciones hasta aquel día, como también de todas las que le tocasen en delante de todo el tiempo en que fuera obispo de este obispado sin reserva ni limitación alguna, y el dicho mi parte admitió y aceptó la dicha remisión y en esta conformidad jamás le pidió cosa alguna al dicho señor obispo al dicho mi parte de las raciones dichas”.[6]

En su apoyo presentó cinco testigos: José de Asiáin, de 45 años de edad, canónigo que estuvo presente por el mes de enero de 1661 en el palacio episcopal cuando el prelado perdonó al arcediano todas las raciones; Pedro Sanz Rácaxc, canónigo de 55 años y el doctor Martín Tejeros, canónigo y arcediano de la cámara de 57 años, testigos del perdón como el anterior.  El doctor Onofre Ibanes de Muruzábal, canónigo y subprior, de 70 años no se halló presente, pero lo oyó a muchas personas.  El vicario general, licenciado Roque Andrés de San Pedro, absolvió al arcediano de la tabla de la demanda interpuesta por Vergara en 2 de mayo de 1668.

Entretanto Juan José de Tejada y García, en nombre del espolio de su tío difunto, trató de cobrar de los abades de Grez, Reta, Zorocáin y Ezperun y del vicario de Salinas ciertas cantidades por arriendos y cuartos pertenecientes a la dignidad episcopal.  Se trataba de cantidades pequeñas, que nada resolvía, aún suponiendo que las cobrara todas.

 

[1] Organismo ligado a las vicisitudes políticas de la monarquía castellana, primero, e hispánica, después, que tuvo su momento fundacional con Juan I, en las Cortes de Valladolid de 1385, tras el desastre de Aljubarrota, y fue abolido en 1834 con el triunfo del liberalismo.

[2]  Medida de trigo, cebada y otros áridos, usada en Navarra y equivalente a 28 litros y 13 centilitros

[3] Moneda antigua de cobre con una cuarta parte de plata, que tenía grabada una corona, y corrió en tiempo del rey don Sancho IV de Castilla y de sus sucesores hasta los Reyes Católicos

[4] Fecha  3 de marzo de 1667.

[5] Fecha 1 de octubre de 1667.

[6] Fecha 7 de marzo de 1668.

Su palacio episcopal

Fachada del palacio del obispo, hoy propiedad particular

En los últimos años de su vida D. Diego de Tejada mandó edificar su palacio episcopal, comenzando las obras en el verano de 1663, un año antes de su muerte.

El palacio en cuestión lo mandó construir el ilustre prelado a don Juan de Raón, vecino por aquel entonces de Lodosa (Navarra) y uno de los canteros de más enjundia de todo el obispado de Calahorra.  El apellido Raón aparece vinculado en la historia del arte regional a proyectos de diversa índole y particular relevancia.  Vemos cómo el 4 de enero de 1664 Juan de Raón había concertado una cita en Logroño con los pinariegos Andrés Mancio, Francisco de Rioja Blanco y Marcos Castillo, vecinos de Palacios de la Sierra, lugar del que provienen tradicionalmente las mejores maderas utilizadas en obras riojanas, con el único fin de encargarles las vigas, viguetas y demás maderas imprescindibles para terminar dicho palacio.

Los tres pinariegos se comprometieron a poner a pie de obra los materiales que les había encargadoJuan de Raón según una relación pormenorizada de esta forma: la mitad de los mismo para San Juan, de junio, y la otra mitad para San Miguel, de septiembre, de 1664.  Curiosamente, según especificaba el contreato, las vigas tenían que ser de los pinares de Soria, en razón de su mayor calidad.

El edificio se construyó en tres plantas: la inferior de sillería, y el resto de ladrillo encadenado y mampostería. La portada principal se concibió cono elemento unificador de todos sus componentes e incorporó las soluciones más nobles actuando como eje de simetría. En el coronamiento se adosó el escudo del propietario, en cuyos cuarteles figuran las armas del solar de Valdeosera y como remate de todo este conjunto una moldura de mútulos[1] y un frontón triangular sobre el que vuela profusamente el tejado al objeto de proteger de las aguas la estructura de sillares.

 

[1] Extremo de un cabio o viga, que sobresale de la alineación del muro

Cronología de su vida

AÑO    ACONTECIMIENTO

1609.- 6 de marzo. Nace en Galilea (La Rioja)

1627.- 22 de mayo. Con 18 años se gradúa en bachiller en artes por la Universidad de Irache.

1633.-  Ingresa en el Colegio Mayor San Ildefonso de la Universidad de Alcalá de Henares.

1639.- 23 de enero. Ingresa en el Colegio Mayor el Viejo de San Bartolomé de Salamanca y sale con  el título de Bachiller en Teología. Tiene 29 años.

1639.- 10 de octubre. Se licenció y doctoró en Teología por la Universidad de Irache.

1639.- 14 de octubre. Es elegido por oposición canónigo penitenciario de la catedral de Sto. Dgo de la Calzada. Tiene 30 años.

1641.- 13 de junio.  Nuevamente oposita, en este caso a la canongía magistral de la catedral de Sto Dgo de la Calzada y es elegido para el cargo.

1641.- 15 de septiembre. Toma posesión de la canongía penitencial renunciando a la penitenciaria.

1645.- 29 de marzo. Con 36 años es elegido canónigo magistral de la Catedral de Murcia.

1655.- Es nombrado Obispo de Ciudad Rodrigo.

1658.- 14 de enero. Comunica al Ayuntamiento de Pamplona su designación como obispo de Navarra.

1658.- 6 de febrero. Presentación oficial en Roma.

1658.- 6 de mayo. Despacho de bulas.

1658.- 21 de julio. Otorga poder en Galilea a su vicario general el presbítero Francisco Ruiz de Palacios, para su presentación ante el cabildo.

1658.- 27 de julio. Presenta juramento ante el obispo de Tarazona en Corella (Navarra)

1658.- 30 de julio. Toma posesión de la diócesis de Navarra en el pórtico principal de la catedral.

1658.- 14 de octubre. Llega a Pamplona desde Ciudad Rodrigo.

1658.- 18 de octubre. Hace su entrada pública en la catedral.

1659.- Del 8 al 13 de octubre. Por su obligada estancia en San Sebastián, visita las iglesias de la villa.

1660.- 27 de mayo. Con 52 años oficia de pontifical en la misa y procesión del Corpus a la que asiste el rey Felipe IV.

1660.- 3 de junio. Celebra el casamiento, por procuración, del rey de Francia Luis XIV y de la infanta española María Teresa de Austria.

1660.- 4 de junio. Ejerce como testigo de la renuncia de María Teresa de Austria a la sucesión de la Monarquía española.

1660.- 6 de junio. Los reyes de España y Francia firman la Paz de los Pirineos en cuyo acto está presente el obispo riojano.

1660.- Por elección de Felipe IV, asiste a la entrega de la infanta española al rey francés.

1660.- 22 de noviembre. Compra al Concejo de San Sebastián la basílica de Santa Ana para la fundación de las Carmelitas de San Sebastián.

1661.-  El rey autoriza a don Diego la nueva comunidad religiosa.

1662.- 17 de abril. Se inicia la construcción del convento debido al empeño del obispo.

1663.- 24 de julio. Con 54 años es promocionado por el rey para el Arzobispado de Burgos.

1663.- 3 de agosto. Parte para Tarazona para hacer el juramento de fe tridentina.

1663.- 1 de septiembre. Hospeda y agasaja a 20 personas de Burgos que venían a darle la enhorabuena.

1663.- 26 de noviembre. Se le conceden las bulas como Arzobispo de Burgos.

1663.- 13 de diciembre. El rey comunica al reino que para que los mandos político y militar de Navarra estuvieran separados, nombra a don Diego de Tejada virrey de Navarra.

1664.- 6 de enero. Convoca al cabildo y cede el gobierno del obispado de Pamplona. Asiste a la misa de la Epifanía no como obispo sino en calidad de virrey.

1664.- Toma de posesión mediante procurador del Arzobispado de Burgos.

1664.- 14 de abril. Se despide del Ayuntamiento de Pamplona.

1664.- 28 de abril. Se verifica la entrada en su nueva catedral.

1664.- 10 de mayo. Comunica su llegada a la catedral de Burgos.

1664.- 13 de julio a las 12 horas del mediodía. Con 55 años muere en Corera camino de Galilea cuando volvía de tomar los baños termales de Arnedillo.

Bibliografía
  1. Los obispos de Navarra. José Goñi Gaztambide
  2. El solar de Tejada. Ramón José de Maldonado y Cocat
  3. El solar de Valdeosera. Ramón José de Maldonado y Cocat
  4. Historia del Colegio Mayor el Viejo de San Bartolomé de la ciudad de Salamanca. Fco. Ruiz de Vergara
  5. Revista española de derecho canónico. J. Ignacio Telechea Idígoras.
  6. Historia de literatura española. Juan José Alborg
  7. La Fundación de las Carmelitas de San Sebastián. Luis Murugarren
  8. Luis XIV, el rey Sol. José María de Areilza
  9. Historia de España. La Casa de Austria. Instituto Gallachsss
  10. Historia de España. Felipe IV. Ramón Menéndez Pidal
  11. Historia de España en sus documentos. Siglo XVII. Fernando Díaz Plaja
  12. Revista Hispania XIX (1959) España ante la Paz de los Pirineos. Antonio Domínguez Ortíz
  13. El palacio del Arzobispo Diego de Tejada. José Manuel Ramírez
  14. L’histoire du Roy. Daniel M. [1]
  15. San Sebastián 1516-1795. José María Roldán Gual. Instituto Geográfico Vasco

 

[1] Extracto remitido por Michel Avignon del servicio de información y prensa de la Embajada Francesa en Madrid.

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